Vaya por delante mi petición de perdón por la inmodestia de decir que el título de estas líneas lo encuentro muy acertado y nada gratuito, porque me lo ha suscitado la vida misma con sus diarios acontecimientos, mirados a la luz de la fe cristiana. Me explicaré, remontándome al origen y espíritu de estas Jornadas Mundiales. A nadie se le escapa que han sido y lo siguen siendo un grandioso acontecimiento de enorme atractivo y resonancia mundial. Desde el primer momento en que vieron la luz, en Roma, en el ya lejano 1986, instituidas e impulsadas por el papa santo Juan Pablo II, han atraído a millones de jóvenes del mundo entero. Conviene recordar brevemente su nacimiento y el espíritu que les dio inicio y las mantiene palpitantes.
Era el Domingo de Ramos de 1984 cuando, en Roma, el papa organizó un encuentro para celebrar el jubileo de los jóvenes, con motivo del Año Santo de la Redención de Cristo. Se esperaban 60.000 peregrinos, pero respondieron a la llamada unos 250.000 de muchos países. Yo vivía en Roma y pude gozar de aquel acontecimiento, que prometía mucho porque nació y estaba animado por algo imperecedero: conmemorar la alegría de la Resurrección de Cristo, centro y alma de estas Jornadas. Al año siguiente el papa decidió repetirlo: acudió todavía un mayor número de jóvenes; en marzo escribió una Carta Apostólica a los y las jóvenes de todo el mundo, y al fin, el 20 de diciembre anunciaría la institución de la Jornada Mundial de la Juventud.
El propio Juan Pablo II habló así del espíritu de la JMJ y de la centralidad de Cristo en esos encuentros: “Todos los jóvenes deben sentirse acompañados por la Iglesia: por ello, toda la Iglesia, en unión con el Sucesor de Pedro, se siente más comprometida, a nivel mundial, a favor de la juventud, de sus preocupaciones y peticiones, de su apertura y esperanzas, para corresponder a sus aspiraciones, comunicando a través de una apropiada formación, la certeza que es Cristo, la Verdad que es Cristo, el Amor que es Cristo” (Discurso a la Curia romana, 20-XII).
Desde la primera JMJ 1986, en Roma, está a la vista el atractivo e impacto mundial que suponen. Sin ir más lejos, hace una semana, Alicia, una joven médico que charla de vez en cuando conmigo, me enviaba este mensaje: “Estoy muy liada en el trabajo, pero espero liberarme ahora en agosto: ¡Tengo enormes ganas de participar en la JMJ”. Sé que no va sola, porque conozco otros jóvenes con idénticos deseos de estar en Lisboa.
Las JMJ han producido muchos frutos de alegría y de vida cristiana. Refiero algunos muy sencillos: en la JMJ 2011 de Madrid, Andrés y Gema -sobrina nieta mía-, se comprometieron a seguir madurando cristianamente su noviazgo; más tarde recibieron el sacramento del matrimonio y Dios los ha bendecido ya con cuatro hijos. La JMJ de 2016 en Cracovia, vio nacer el noviazgo de Pedro con María, otra joven médico conocida; hace menos de un año se dieron el “sí” ante el altar.
Y como no hay dos sin tres, mencionaré el testimonio de Carlos, un joven sacerdote catalán que estará presente en Lisboa los próximos días; él mismo recuerda así su presencia en la JMJ 2016: “Siendo seminarista, en Cracovia, tuve el privilegio de acompañar a otros jóvenes y ser testigo de cómo el Señor tocaba sus corazones. Para mí también fue una ocasión de tomar un nuevo impulso en la fe”. Son pequeños testimonios, como tres gotas de agua en el inmenso mar de las JMJ, pero ¡cuántas gotitas de decisiones de mejora personal y de seguir vivamente a Cristo habrán colmado esas Jornadas!
Llegados aquí, el lector se preguntará: ¿y dónde diablos está ese demonio que sale a relucir en el título de estas líneas? Pues apareció muy pronto en escena porque estos encuentros, al estar tan llenos de Cristo y, en torno a Él, de cientos de miles de jóvenes cristianos de todo el planeta -quizá algunos no lo sean, pero no están excluidos-, resultan un pastel extremadamente apetitoso para hacerse con esa juventud tan prometedora y que tanto atractivo suscita.
Y si no es posible apropiarse del pastel y de esa juventud seguidora del Señor, el demonio se encarga de sembrar cizaña, y poner todos los medios para que el espíritu con que nacieron estas Jornadas desaparezca o se adultere, descafeinándolo con polémicas y enfrentamientos. Mencionaré dos hechos, bien conocidos, que prueban lo que acabo de escribir.
En mayo pasado el Vaticano quiso lanzar un sello conmemorativo de esta JMJ 2023 Lisboa. Diseñado ya por un artista italiano y prevista una tirada de 45.000 unidades, mostraba al papa Francisco en la quilla de una embarcación seguido por un grupo de jóvenes portando la bandera de Portugal. Pero apareció la cizaña y saltó la polémica. ¿Motivación? Quienes lo impugnaron argumentaban que esa representación emulaba la escultura del "Monumento a los Descubrimientos", instalado en la capital portuguesa durante la dictadura. El sello hubo que retirarlo y hacer otro nuevo. Pequeño embrollo, al fin, comparado con el que, de nuevo, el demonio volvió a suscitar en el mes de julio.
Se ha tratado de unas palabras del máximo representante, por parte de la Iglesia, de la JMJ en Lisboa. En la prensa hemos leído, en efecto, este comentario suyo: “Nosotros no queremos convertir a los jóvenes a Cristo ni a la Iglesia Católica ni nada de eso, en absoluto.”
Dicho así, parece desvirtuar por completo el mandato evangélico y su impulso testimonial cristiano de los cientos de miles de chicas y chicos jóvenes que acudirán a Lisboa. No han faltado, enseguida, altas personalidades de la jerarquía de la Iglesia en diversos países, que han salido al paso de ese comentario poco afortunado Y, por su parte, el interesado ha rebatido que sus palabras habían sido sacadas de contexto.
Sin entrar en juicios de ningún tipo, es evidente que el demonio -único no invitado y por tanto excluido de la JMJ- está muy activo y no dejará de trabajar en lo suyo: sembrar cizaña y tratar de apartar las almas del amor de Cristo y de su seguimiento por todos los caminos de la tierra. Estemos atentos para no ser incautos y hacerle el juego.
Francisco se ha dirigido varias veces a los participantes en este encuentro. He visto su última grabación en video, donde también hacía una llamada a quienes no podamos estar allí físicamente presentes, y “sigan la Jornada desde lejos”: sepan, decía, que “es un punto de atracción para todos y donde todos hemos de mirar”. Por mi parte, animo al lector a hacerlo así de la mano de la Virgen María, cuya actitud decisiva de ir al encuentro de su prima Isabel, ha dado el lema a esta JMJ:”Se levantó y partió sin demora” (Lc 1, 39). María tenía ya a Cristo en su seno y, por eso, su presencia y encuentro con Isabel, en Ain Karim, lo llenó todo de luz y de alegría, como deseo que suceda en Lisboa.
(PUBLICADO EN EL CONFIDENCIAL)