JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO
Muy queridos
hermanos y hermanas.
Celebramos hoy
esta jornada mundial del enfermo, dedicada al tema de la soledad. Nos dice la nota que han preparado de la Conferencia
Episcopal que en España hay más de 4 millones y medio de hogares unipersonales,
personas que viven solas, muchas quizá puedan ser por elección, mayores de 65
años más de 2 millones y mayores de 80 años 800.000, y ya con más de 80 años
más vivir solo, bien sabemos que quizá podemos vivir rodeados de muchas
personas, pero a veces solos. Cuando se
han roto esas relaciones vivimos juntos, pero con esas relaciones a veces
cortadas. Y ya nos advertía el libro del
Génesis “No es bueno que el hombre esté solo”, no estamos hechos para soledad,
estamos hechos para la comunión, estamos hechos para compartir la vida, estamos
hechos para cuidar los unos de los otros.
Y esto es de modo particular cuando aparece en la vida la enfermedad,
aparece la discapacidad, aparece la ancianidad, es cuando nos damos cuenta y
percibimos la fragilidad de nuestra vida, y llegamos también a comprender hasta
qué punto nuestra vida está en manos de otros, está en manos de Dios, está en
manos de los que nos rodean, los que nos cuidan y percibimos que es el camino
de la humildad, es el camino de la verdad, nos damos cuenta de que la vida es
un don que Dios nos ha dado y que Él y otros con Él nos sostienen en esa vida. Y pueden llegar momentos que la enfermedad,
la ancianidad, la soledad nos cansan nos agobian, y acabamos de escuchar esas
palabras tan consoladoras que Jesús hoy nos dice a cada uno de nosotros, “Venid
a mí los que estáis cansados y agobiados”, nos ha dicho también algo tan
hermoso, “Poneos conmigo en el yugo”, de ahí viene la expresión de los esposos,
cónyuge, los que comparten el yugo, quizá ya la gente joven, urbanitas, que no
conocen quizás ya la naturaleza o no lo han visto no saben lo que es un yugo, los
que venimos de pueblos, yo recuerdo de Gernika en mi infancia ver bueyes y ver
los yugos que se vendían en las tiendas para los bueyes, que los unian de dos
en dos, cargar con mi yugo, es decir unidos a mí, compartir vuestra vida
conmigo que yo comparto mi vida con vosotros, unidos con Él. Por eso Jesús no solo curaba los enfermos, se
acercaba a los necesitados, aliviaba los sufrimientos, Él comparte nuestra
vida, y comparte nuestros sufrimientos, lo hemos leído en la primera lectura,
que es uno de “Los cánticos del Siervo”, de Yahveh, de Isaías, hemos leído “El
soporto nuestros sufrimientos”, Él aguantó nuestros dolores, nuestra vida en Él,
cargar con mi yugo, mi carga es ligera. Qué carga Jesús sobre los hombros, que carga,
carga la oveja perdida, carga el que se había extraviado, es decir me carga a
mí mismo, y nos dice Jesús cargar con mi yugo, cargad también vosotros, con los
hermanos, cargar con los que sufren, compartir la vida con los que necesitan,
dice que así encontraréis el descanso de vuestra alma. También “El cántico del Siervo” terminaba
diciendo, “Vera su descendencia, prolongará sus años”.
Lo que el Señor
quiere prosperará por su mano, es decir, el sufrimiento no tiene la última
palabra, es un sufrimiento que encuentra su sentido en la esperanza, en la
esperanza de un Dios que es amor, que es infinitamente superior al mal del mundo,
es un amor que pone límite a nuestro sufrimiento, que abre la puerta a una vida
que es eternidad y amor. Por eso el da sentido a nuestros sufrimientos, cuando
aparece la enfermedad, el dolor, la ancianidad, no estamos solos, el Señor nos
acompaña, y cuando lo contemplamos en la cruz, contemplamos el camino de la
pasión, seguramente vemos reflejado en ese camino nuestra propia vida, nuestros
propios sufrimientos y los ponemos sobre sus hombros, como la oveja perdida,
como el madero de la Cruz.
Jesús nos dio esa
parábola tan hermosa, que nos dice que tenemos que amar a Dios sobre todas las
cosas y amar al prójimo. Y cuando un
maestro de la ley le preguntó y quién es mi prójimo, le puso esa parábola que
nos enseña tantas cosas, de aquel hombre apaleado, caído en la cuneta, donde
alguien lo carga sobre sus hombros, y nos dijo; “Haz tú lo mismo”.
Hoy estamos aquí
para escuchar esas palabras del Señor; “Cuando estás enfermo o débil,
desanimado, vuelve a mí con el yugo, Yo llevaré tu carga”, y cuando estás capaz
de ayudar, de dar, de donarte, haz como el samaritano, “Haz tu lo mismo”. No hay nada más hermoso que gastar la vida en
compartirla con los que lo necesitan, en compartir lo que somos con quienes nos
hacen necesarios para ellos, los que necesitan alguien que les ayude a llevar
la carga.
Pidamos hoy a la Virgen
María, también ella compartió el dolor del hijo, bien sabemos, celebramos hace
pocos días la fiesta de la presentación del niño en el templo, el anciano
Simeón le dijo a María; “A ti una espada te traspasará el alma”. Muchas madres que estáis aquí presentes,
sabéis como en vuestro corazón de madre, se refleja de modo muy particular los
sufrimientos de los hijos. En el corazón
de María se reflejan de modo muy particular e intenso los sufrimientos de su Hijo,
comparte los sufrimientos del Hijo, y consuela al Hijo, y nos enseña a
consolar, nos enseña acompañar, nos enseña a abrazar.
En este día que
ponemos en medio a las personas que están solas, seamos luz en esa oscuridad,
seamos compañía en esa soledad, todos podemos dar nuestro tiempo, podemos dar
nuestra compañía, nuestra presencia, que igual no es física, una llamada
telefónica, un recuerdo, un pasar por casa de alguien que sabemos que está
solo, un ofrecerse a acompañar, a servir, a ayudar, siempre hará que nuestra
vida sea luminosa y seremos esos sembradores de esperanza, seremos prójimos y sabremos
llevar con Cristo ungidos a Él, la carga de la oveja, la carga del madero de la
Cruz para el alivio de nuestros hermanos y hermanas.
Así lo pedimos
esta tarde al Señor por intercesión de la Virgen de Lourdes, que ella bendiga a
los enfermos, a los ancianos, bendiga y sostenga, llene de paz alegría y
esperanza, a sus familiares y a todos los que los cuidan. Que así sea
X Mario Iceta Gabicagogeascoa
Obispo de Bilbao
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