Eucaristía por los fallecidos durante la pandemia
Muy
querido Obispo Auxiliar don Joseba, Excelentísimo Cabildo Catedral, hermanos
sacerdotes y diáconos. Muy queridas
autoridades que nos acompañáis, Señor Alcalde, Señora Presidenta de las Juntas
Generales, Señor Diputado de Economía y Finanzas, Señor Subdelegado del
Gobierno, muchas gracias por vuestra presencia, constituye para nosotros un
motivo de estímulo y ánimo, muchas gracias por el trabajo intenso desempeñado
en los últimos meses.
Muy
queridos hermanos y hermanas, de modo particular a los familiares de los
fallecidos en estos tiempos de pandemia.
El
apóstol San Pablo en su carta a los romanos recoge una afirmación ciertamente
misteriosa, que dice así; “La creación fue sometida a la frustración, no por su
voluntad sino por aquel que la sometió con la esperanza de que la creación
misma sería liberada de la esclavitud, de la corrupción”. Este texto nos habla de una corrupción,
presente en la propia naturaleza, y también de una esperanza, y nos dice que
también la creación necesita ser liberada y redimida solidariamente con
nosotros, de un germen de corrupción, que ciertamente no pertenece al plan
amoroso de Dios. Efectivamente la mortalidad y el sufrimiento que estamos
padeciendo no procede esta vez de luchas fratricidas o de intereses particulares
que en tantas ocasiones generan violencia y muerte.
La
historia de la humanidad ha conocido tiempos de calamidades que proceden de la
misma condición contingente de la naturaleza, queremos tener un recuerdo a los
países más empobrecidos, la malaria sigue siendo la segunda causa de muerte en
África, después del hambre, efecto ciertamente de nuestro egoísmo, injusticia y
falta de amor. Las pandemias de peste o cólera han hecho estragos en la
historia de occidente, de ahí por ejemplo el patronazgo de San Roque de muchas
poblaciones para defender al pueblo frente a la peste, y otras más recientes
como las gripes más o menos virulentas, recordemos la gripe de hace un siglo,
en 1918 que causó millones de muertos, pero estábamos en la Primera Guerra
Mundial y quizá paso más desapercibida, el ébola, el virus del síndrome agudo
respiratorio hace unos años, y otras muchas, y ahora ha sido el
coronavirus. La historia nos muestra que
no es la primera pandemia, ni desgraciadamente será la última. Como nos ha dicho San Pablo en la carta a los
romanos; “También la creación con nosotros aguarda con esperanza la redención”,
una redención que en su fundamento último no viene de nosotros, una redención
que tampoco procede de un optimismo ideológico, del devenir de la historia, el
siglo XX ha sido el siglo más inhumano, con más muertes de la historia de la
humanidad, y puede proceder únicamente de los avances admirables y necesarios
de la ciencia, que indudablemente tanto bien nos proporcionan y tanto
necesitamos, lo hemos visto estos días.
La redención de la que nos habla San Pablo abarca tanto la creación como
la propia dimensión corporal de nuestra vida, y tiene su fundamento en el don
de haber sido constituido hijos e hijas de Dios en Cristo, que ha tomado
nuestra carne, nuestra carne mortal y que ha asumido la historia humana,
también con sus sufrimientos sus luces y sus sombras. En Cristo radica la fundamental y definitiva
esperanza, tanto para quienes vivimos, como para los que lamentablemente nos
han dejado durante estos meses. La
dimensión trascendente es esencial a la existencia humana, nuestro origen y
destino último se encuentran en Dios, el da sentido a nuestro devenir y a
nuestra historia, también a los episodios oscuros, dolorosos, incluso
incomprensibles como estos que estamos viviendo, Él mismo ha asumido nuestra
naturaleza para en ella sellar una alianza nueva y definitiva, como afirma el
libro de la sabiduría; “Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción
de los vivientes, sino que todo lo creo para que subsistiera”. Efectivamente Dios no es el origen del mal,
ni autor del sufrimiento, sino al contrario, Dios se pone siempre de parte del
que sufre para ayudarlo, como dice San Juan; “Dios no envió a su hijo al mundo
para juzgarlo, sino para que el mundo se salve por Él”. Y esta salvación y esta vida también alcanzan
a la misma creación, informa de una paz nueva y distinta, Jesús nos dice; “Os
dejo la paz, no os la doy como la da el mundo”.
Y así también profetiza Isaías en un texto sorprendente y extraño;
“Habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, un
muchacho será su pastor, nadie causará daño ni estrago en todo mi monte santo
porque está lleno el país del conocimiento del Señor”. Es una paz perfecta y terminada, cuando se
cumpla la plenitud del tiempo y la historia, fruto del amor de la misericordia
y del perdón.
Dios
cuida de su creación, de modo particular del ser humano a quien ha creado a su
imagen y semejanza, y con quien ha establecido una alianza eterna de amor, y le
ha encargado participar del cuidado de la creación, y ante todo del cuidado de
los unos a los otros, por medio del amor.
La
Eucaristía es signo y la presencia de este amor de Dios, y también fuente de la
que podemos siempre beber, para amar a los demás como Jesús nos ha amado. Este amor así lo ha manifestado durante este
tiempo duro de pandemia, tantas personas, familias, profesionales, voluntarios,
organizaciones, instituciones, que se han volcado sin reservas, incluso a
riesgo de sus propias vidas en el servicio de los demás, también las
parroquias, sacerdotes, diáconos, comunidades religiosas, laicos, equipos,
instituciones eclesiales, han dado lo mejor de sí mismos para servir y atender,
todos, cada uno en su ámbito, habéis sido sembradores de vida y habéis
mantenido con fortaleza la llama de la esperanza que tanto necesitamos, habéis
mostrado el auténtico rostro de la fraternidad humana, y de la entrega
generosa.
En
esta Eucaristía queremos dar gracias a Dios por todos y cada uno de vosotros,
también por los más escondidos, por los que su vida no aparece, o parece que no
tiene brillo, manifestamos de corazón nuestro agradecimiento y admiración.
La
atención personal tanto en el ámbito material como en el social y espiritual se
hace especialmente necesaria a los que sufren, particularmente queremos tener
un recuerdo a las personas mayores, a quienes viven en soledad, en la
residencias, a los enfermos, queremos estar de modo muy particular junto a
vosotros, y manifestaros que vuestras vidas son un auténtico don para la
iglesia, para la sociedad, y que podéis y debéis contar con nosotros, para que
vuestras vidas estén siempre acompañadas, sean luminosas y esperanzadas,
queremos agradeceros el testimonio de la entrega de toda vuestra vida, y en la
ancianidad sintáis el calor de nuestro amor y de nuestra ayuda.
La
muerte nos ha golpeado duramente, la pandemia ha causado el sufrimiento más
desgarrador en el corazón de muchas familias, que han visto enfermar y fallecer
a sus seres queridos, en ocasiones sin poder ofrecerles la compañía y el
consuelo que hubieran necesitado.
Ofrecemos esta Eucaristía por ellos, uno por uno, de modo personal, por
su propio nombre, por todos ellos.
Hemos
visto la importancia de atender no solo la dimensión corporal de los enfermos,
sino también las necesidades afectivas, psicológicas, espirituales, y
familiares, lo que constituye un auténtico cuidado integral. A quienes han fallecido Dios los ha
acompañado en el momento definitivo de sus vidas, no han estado solos, Cristo ha
estado con ellos, llenándolos de paz, abrazándolos con sus manos traspasadas,
llevándolos a la morada definitiva, donde nos aguardan y donde interceden por
nosotros, permaneciendo para siempre unidos con nosotros por medio del amor,
también participando hoy en la presencia de Dios de esta Eucaristía.
Tenemos
por delante unos tiempos difíciles de reconstrucción, tenemos que ayudar a
quienes se han visto perjudicados por la pandemia, la crisis económica y social
en la que nos vemos inmersos requiere redoblar esfuerzos en generosidad y en
compromiso personal, social e institucional.
La Iglesia diocesana quiere ofrecer lo que es y lo que tiene, para
colaborar en esta tarea, es tiempo para vivir las bienaventuranzas que nos
hablan de una esperanza cierta, que proviene el amor de Dios que se manifiesta
en gestos concretos y cotidianos. Es
tiempo para la magnanimidad, la generosidad, el esfuerzo, la constancia,
superando intereses particulares en el servicio del bien común. Y en ese tiempo necesitamos seguir adoptando
con gran responsabilidad las medidas personales y sociales de prevención del
contagio, principalmente como servicio de caridad hacia los demás.
Hoy
celebramos la fiesta del apóstol Santiago, patrono de Bilbao, titular de esta
Santa Iglesia Basílica Catedral, el transcurso de su vida manifiesta una
progresiva y admirable transformación interior, y aspirar a ocupar un puesto de
prestigio junto al Señor, según el espíritu mundano, queremos sentarnos a tu
derecha y a tu izquierda, llego a derramar humildemente su sangre por amor a
Dios, y en el servicio abnegado del Evangelio, imitando al maestro, y haciendo
realidad lo que nos ha dicho San Pablo en la segunda lectura que hemos
escuchado; “Mientras vivimos continuamente nos están entregando a la muerte por
causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra
carne, así la muerte está actuando en nosotros, para que la vida actúe en
vosotros”. Pienso que esto ha sido
también el modo de actuar de muchas personas que han ayudado, la muerte actúa
en nosotros con riesgo de contagio, algunos han fallecido ayudando a los demás
para que la vida actúe en vosotros. Este
es también hoy el servicio que nos encarga el Señor, entregar la vida en el servicio
generoso, para que la vida de Dios alcance a todos, y nos encomendamos junto a
Santiago a Nuestra Madre la Virgen de Begoña, que ella cuide de nosotros con su
corazón materno, y nos enseñe a querernos y ayudarnos sin cansarnos, como
hermanos.
Que así sea
X Mario Iceta Gabicagogeascoa
Obispo de Bilbao