DOMINGO XXVI
Queridos hermanos y hermanas:
1. Estamos viviendo unos momentos difíciles. La crisis
sanitaria, económica y social nos está haciendo daño. Vemos en nuestro entorno
hechos que nos llenan de tristeza. Pero también vemos acciones que nos llenan
de esperanza. Muchas personas llevan meses volcadas en ayudar a los demás.
Estas personas alimentan nuestra esperanza. También nosotros estamos llamados a
servir, como Jesús nos ha enseñado.
2. Muchos se preguntan dónde está Dios en esta situación.
¿Es que se ha olvidado de nosotros? Como nos dice el profeta Isaías: “¿Puede
una madre olvidar a su hijo? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré”
(IS 49, 15). El mal no sólo no procede de Dios. Él no ha creado ni el
sufrimiento ni la muerte. Jesús asume todo el sufrimiento humano. Lo abre a la
esperanza y lo llena de vida. Dios se pone siempre de parte del que sufre. Esta
es la gran misericordia de Dios. Esta misericordia sigue también hoy actuando
poderosamente entre nosotros.
3. Hemos escuchado en la primera lectura las palabras del
profeta Isaías: “Recordad la misericordia del Señor”. Recordar significa volver
a pasar por el corazón. Necesitamos traer a nuestra vida todo lo bueno que Dios
nos da: la vida, nuestros padres, familia, amigos, la naturaleza, el trabajo,
el descanso, la Palabra de Dios, la Eucaristía, la Iglesia… Debemos recordar
cada día la presencia de Dios en nuestra vida. Recordar que Él mismo nos
sostiene con su amor. Él nos levanta cada día.
4. Por eso, el salmo nos invita a agradecer esta presencia
de Dios. Hemos contestado a la primera lectura: “Te doy gracias de todo corazón
por tu misericordia”. También San Pablo, en la segunda lectura, nos invita a
reconocer los dones que Dios nos da. También podemos estar seguros de la fidelidad
de Dios. Él nos sostiene hasta el final con su amor.
5. Pero el evangelio nos advierte de que sólo los pequeños
son capaces de reconocer en la vida el amor de Dios. Dios se revela a los
humildes, a los que confían en Él; a quienes ponen la vida en sus manos. En
estos tiempos duros de crisis vuelve a ofrecernos su invitación: “Venid los que
estáis cansados y agobiados. Yo os aliviaré”. Sí, en Él podemos encontrar
nuestro descanso. Con Él vuelva a amanecer la esperanza en nuestra vida. En Él
encontramos fuerzas para recomenzar. Con Él podemos entregarnos a los demás en
la ayuda y el servicio. Nos invita a unirnos a Él mediante el yugo suave del
amor.
6. En esta celebración queremos dar gracias a Dios por la
vida y ministerio de Kepa. Los últimos dieciocho años de servicio los ha
dedicado a esta parroquia y las parroquias del entorno. Él ha hecho realidad
las palabras de Jesús: “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc
22, 27). Gracias Kepa por estos años de servicio intenso. No hay nada más
hermoso que envejecer sirviendo a Dios y a los demás. Nada más hermoso que
repartir a manos llenas la Palabra de Dios y el Cuerpo y Sangre del Señor. Nada
más hermoso que atender a los enfermos y necesitados. Nada más hermoso que
llamad a la vida por el Bautismo y la Eucaristía a los niños; al amor a los
esposos, a la vida eterna a los difuntos. Nada más hermoso que servir los
enfermos y a los pobres. Tus manos están llenas de frutos de eternidad. En
nombre de Dios y de la Iglesia, gracias de corazón, querido Kepa.
7. También hoy acogemos a quien será vuestro nuevo párroco,
José Agustín. Lleva nueve años sirviendo en este territorio como vicario. La
Iglesia le encomienda la tarea particular de servir esta parroquia y las
parroquias circundantes. En este pueblo marinero, resuenan de modo especial las
palabras de Jesús: “Rema mar adentro y echa las redes”. Bien conocen las gentes
de Lekeitio la dureza de la vida en el mar. Tras una noche de cansancio, Pedro
y sus compañeros no habían pescado nada. Pero fiados en la Palabra de Dios
volvieron a echar las redes. El evangelista nos dice que la pesca fue tan
grande que casi se rompían las redes. Hoy es tiempo de volver a echar esas
redes confiando en la invitación de Jesús. Querido José Agustín, se te confía
una porción del Pueblo de Dios. Nada más hermoso y más bello que servirlo de
corazón. Dios está contigo y una vez más te consagra y te envía. Él es fiel a
su promesa. Él guiará tus pasos y te sostendrá en esta hermosa tarea. Cuenta
también con nuestra ayuda y nuestra oración.
8. Terminamos acudiendo a la protección materna de la Virgen
de la Antigua. Quedó en mí el recuerdo imborrable del aniversario de su
coronación canónica. El modo en que Lekeitio dio testimonio de lo que quiere a
la Virgen. Desde este templo cuida a los hijos e hijas de Lekeitio. Una vez
más, hoy nos ponemos en su regazo de madre. Virgen de la Antigua, madre de Dios
y madre nuestra, acompáñanos en el camino, cuida siempre de nosotros. AMEN.
X Mario
Iceta Gabicagogeascoa
Obispo de Bilbao
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