DOMINGO XXXII
Muy queridos hermanos y hermanas:
Estamos celebrando hoy este día de la
Iglesia Diocesana, y me gustaría compartir con vosotros una reflexión a este
respecto, y también una reflexión de cada una de las lecturas que hoy nos
presenta la Escritura.
Dentro de dos domingos termina el año
litúrgico, y al siguiente, dentro de tres domingos comienza el tiempo de
Adviento, el nuevo año litúrgico, por eso ya las lecturas de este domingo y los
dos próximos miran un poco al final del tiempo, miran un poco a ese momento en
que Cristo volverá, volverá para mostrarse como es, el Señor del Universo, el Señor
de nuestras vidas, el que lo sostiene todo, y el que da consistencia a
todo.
Cuando rezamos el Credo, decimos “Creo
en el Iglesia que es Una, Santa, Católica y Apostólica”, es decir la iglesia,
está sustentada sobre los cimientos de los apóstoles, el Señor eligió a sus
discípulos, y entre los discípulos llamó a doce que constituyo apóstoles, a
Pedro le dio ese poder de atar y desatar, sobre ellos en primer lugar hizo la
efusión del Espíritu Santo, les dio el Espíritu Santo, y después a ellos les
mando predicar en toda la creación. La
iglesia por lo tanto se basa en ese ministerio de los apóstoles, que tiene como
función sobre todo servir, servir al pueblo de Dios, ya dijo Jesús, “Yo estoy
en medio de vosotros como el que sirve”, por eso se les llama ministros,
minister significa servidor, el que ayuda a otros a cumplir con su vocación,
con su función. Ya desde el comienzo de
la iglesia, aparece en las cartas de san Pablo y en los hechos de los
apóstoles, que los apóstoles iban estableciendo sucesores suyos en diversos
lugares, los más famosos en las cartas de San Pablo son, San Timoteo que él
puso como apóstol en Éfeso, o San Tito que puso como apóstol en Creta. Y
comienza este ministerio de sucesión de los apóstoles que son los obispos, por
eso dirá el Concilio Vaticano II que, “La iglesia particular, la iglesia
diocesana, es una porción del pueblo de Dios confiada a un sucesor de los
apóstoles, confiada a un obispo”. Por
eso la diócesis no es por así decirlo, solo una demarcación territorial, sino
es una adscripción del ministerio de un sucesor de los apóstoles, porque es
iglesia apostólica. Os habéis preguntado
porque no decimos diócesis de Bizkaia, decimos diócesis de Bilbao, porque es el
lugar donde está el sucesor de los apóstoles adscrito a esa porción del pueblo
de Dios, de hecho no todo Bizkaia es diócesis de Bilbao, Orduña es Vitoria, o
por ejemplo hay territorios en la
provincia de Huesca donde hay tres obispados, o en Granada está Granada y
Guadix, o Salamanca, está Salamanca y Ciudad Rodrigo, se dice lugar donde hay
una persona sucesor de los apóstoles, a los cuales se adscribe una porción del
pueblo de Dios, incluso hay circunscripciones que no son territoriales, por
ejemplo en España el arzobispo castrense, los militares están adscritos a un
obispo que no es el territorial, es el obispo castrense, o hay prelaturas
personales.
Con esto quiero decir que la iglesia
no es una administración, es algo vivo, algo que vincula personas, estamos aquí
vinculados por los lazos del Señor, vosotros conmigo y yo con vosotros, y para
serviros y para ayudaros. Precisamente
el obispo presenta la iglesia en su pueblo, dentro de su demarcación, dentro de
ese pueblo de Dios y posibilita la Eucaristía.
Obispo y Eucaristía son los fundamentos de una iglesia local. Obispo Eucaristía, palabra de Dios, para
servir al pueblo de Dios, para servir, para que seamos todos discípulos del
Señor.
Y por este discipulado quisiera decir
una palabra de cada lectura. La primera
lectura que hemos escuchado nos hablaba de la sabiduría. Dios mío cuanto nos hace falta para nuestra
propia vida, y para la vida social el don de sabiduría. Hablamos de sociedad de la tecnología,
hablamos de la sociedad de la información, pero muchas veces o casi nunca
hablamos de sociedad de la sabiduría. Nuestra
vida está construida por nuestras propias elecciones, vamos construyendo
nuestra vida con aquello que elegimos cada día, desde que suena el despertador
por la mañana ya es la primera elección, me levanto o no me levanto, o cuando
voy a trabajar, pues trabajo bien o me escaqueo, o cuando estoy en casa con mi
esposo o esposa o con mis hijos, me entrego a ellos o me aparto y me dedico a
mis cosas, no sé en Internet etc. Nuestra
vida está llena de decisiones, de elecciones que nos construyen. Cuánto necesitamos el don de sabiduría para
elegir bien, no digamos ya a nivel social, a nivel político, a nivel económico,
cuanto hace falta una sabiduría para elegir bien. Cuando pones el telediario las noticias,
cuántos desastres de orden político, económico, social, mundial, porque falta
el don de sabiduría, por qué no nos dirige la sabiduría nos dirigen los
intereses ideológicos, intereses de poderes, intereses estratégicos. Danos Señor
el don de sabiduría, lo necesitamos para construir nuestra vida, para construir
una sociedad justa, una economía justa, un mundo fraterno.
La segunda lectura, responde a la
preocupación que tenían los cristianos de Tesalónica, se lo preguntaban muchas
veces a San Pablo, muchos venían del judaísmo y en el judaísmo había al menos
dos corrientes, los saduceos no creían en la resurrección de los muertos, y los
fariseos qué si creían en la resurrección de los muertos, entonces la duda de
los cristianos de Tesalónica era: “pero vamos a ver, hay algo después de esta
vida, podemos esperar algo después de esta vida”. Quizá muchos de nuestros hermanos,
conciudadanos ha renunciado ya a pensar que puede haber algo después de esta
vida, muchas veces vuelve ese “Carpe Diem” romano, aprovecha el momento porque
después de esto ya no queda nada. Muchas
veces he hecho referencia a un autor que creo que lo he leído prácticamente
entero, me apasiona, José Saramago, Premio Nobel, pero un hombre increyente, y
cada vez que me acuerdo me duele interiormente como describía la muerte: “Cuando
llegue el momento de mi muerte penetraré en la nada y en la nada seré disuelto”
decía él. Yo espero que hoy haya
descubierto que hay otra cosa, que hay un Dios de misericordia que le estaba
esperando toda la vida, porque si es que después de este mundo no hay nada, en
el fondo la desesperanza se cierne sobre nosotros, en el mundo, en cierto modo,
cada día que pasa corre en contra nuestra, nos queda menos, el famoso tic tac,
tic tac. Pero es justo al contrario,
después de esta vida nos espera el todo, nos espera la vida plena, nos espera
un amor infinito, nos espera una comunión con Dios y entre nosotros, algo que
no está basado en nuestras fuerzas, que son tan pequeñas, a veces tan
retorcidas, sino algo que Dios nos va a regalar, como dice la Apocalipsis: “Yo
vi la Jerusalén que descendía del cielo”, un don del cielo que Dios nos da, una
gracia de Dios que Él nos concede. Y por
eso sabemos que la esperanza es grande, es la promesa de Dios, es la promesa
del Señor que dijo: “Yo voy a la casa de mi Padre a prepararos un lugar, y
cuando vuelva os cogeré conmigo, y os llevaré para que estéis siempre conmigo”.
El evangelio nos habla del reino de
Dios comparado a unas vírgenes que eran unas necias y otras sensatas, pero
todas se durmieron, todas se durmieron. Es
a veces la inconsciencia de la vida, la vida pues nos mete, es una especie como
de ola que te revuelca, y allá vamos como los surfistas encima de la ola, y a
veces perdemos las referencias fundamentales, tenemos que sacar muchas cosas
adelante en un mundo muy estresado, con unos horarios de infarto, y a veces nos
adormecemos con respecto a las cosas de Dios, vivimos como distraídos por
tantas ocupaciones que nos solicitan y nos desgarran por dentro. Todas se durmieron, pero las mitades tenían
aceite, es decir tenían amor en su vida, y es curioso que ese aceite da luz,
porque el amor es luz, y la luz sirve para que cuando venga el señor no solo le
veamos a Él, le reconozcamos, viene el esposo con la luz soy capaz de
reconocerlo, sino también para que Él nos reconozca a nosotros, para que nos
acoja en su casa. El amor nos hace ver
de un modo nuevo, cuando en la vida a pesar de estar tan tensionados por tantas
cosas que realmente amamos, intentamos darnos a los demás, intentamos mirarnos
con ojos nuevos, nos da una luz para hacer elecciones, nos da la luz para
construir la vida, y al mismo tiempo esa luz hace que el Señor nos reconozca.
Siempre suelo poner un ejemplo, y con ello termino, de otra parábola que dice
el Señor en el Evangelio, aquella parábola de aquel rico que banqueteaba
generosamente en su casa, y estaba el pobre Lázaro a los pies de la mesa
pidiendo unas migajas, curiosamente el pobre tenía nombre, Lázaro, que
significa en arameo quien confía en Dios, quien espera en la bondad de Dios,
pero es muy curioso que el rico no tiene nombre, luego le hemos puesto el
nombre de Epulón, pero ese nombre no aparece en la Escritura, y en la Escritura
no tener nombre es algo muy grave, no tener nombre significa que Dios no te
conoce, es decir Dios no conocía a este rico, que estaba podrido en su riquezas
y no socorría al pobre, le faltaba el aceite de la lámpara, le faltaba la luz
para reconocer el rostro de Cristo en ese pobre que le estaba pidiendo, y también
le faltaba la luz para que Dios pudiera reconocerle a él como hijo, ante Dios
no tenía nombre, eso es terrible, el nombre es el modo en que Dios no reconoce.
Por eso hoy demos gracias al Señor por
qué nos ha llamado a participar de un pueblo santo, de una iglesia diocesana
que camina aquí en Bizkaia, que participemos con gozo de ella, que la
sostengamos también en sus necesidades, porque esto es nuestro, es como cuando
se dice la Iglesia tiene muchas riquezas, mirad yo soy administrador de lo que
me han dejado, el obispo anterior me pasó lo que hay, yo se lo pasaré al
siguiente, y así siempre, somos administradores no dueños, tenemos que
administrar la casa de Dios, administrar los sacramentos, administrar el pueblo
de Dios como algo que llevamos con temor y temblor, porque es el don del Señor
al que tenemos que servir.
Que siempre el Señor nos de la alegría
de pertenecer a una familia, a un hogar que se llama iglesia, y que en esa
iglesia de puertas abiertas podamos entrar a acoger el don De Dios, y podamos
salir a llevar esos dones a los hermanos más necesitados.
Así lo pedimos al señor por
intercesión de la Virgen María.
Que así sea.
X Mario
Iceta Gabicagogeascoa
Obispo de Bilbao
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