Evolución de las cuestiones en torno a
la vida
Mario Iceta
Gabicagogeascoa. Obispo
de Bilbao
Presidente
Subcomisión para la familia y defensa de la vida
Conferencia
Episcopal Española
La
década de los sesenta del siglo pasado es considerada como uno de los momentos
cruciales para la cultura y la sociedad contemporánea debido a la eclosión de
diversas ideologías que habían ido gestándose en las décadas anteriores. El 11
de octubre de 1962 se inauguraba el Concilio Vaticano II. En el transcurso de
este acontecimiento eclesial, las ONU y la OMS preparaban la segunda
conferencia internacional sobre población y desarrollo que tendría lugar en
Belgrado en 1965.
Con
el fin de preparar la participación de la Santa Sede en dicho evento, san Juan
XXIII constituyó el 8 de marzo de 1963 una comisión pontificia sobre población
y familia, será ampliada por el beato Pablo VI al fallecer san Juan XXIII. El
beato Pablo VI prefirió mantener viva esta comisión y pidió a la comisión
conciliar que también estaba tratando el asunto, que no se pronunciara. De ahí
que en el último documento conciliar Gaudium
et Spes, apareciera la famosa nota al n. 51 que dice: “Algunos problemas que
aun necesitan investigaciones diversas y más profundas, por orden del Sumo
Pontífice han sido confiadas para su estudio a la Comisión que estudia los
problemas de la población, familia y natalidad, para que cuando esta Comisión
haya terminado su trabajo el Sumo Pontífice pueda pronunciar su sentencia. Estando
así la doctrina del Magisterio, el Sagrado Sínodo no pretende proponer
inmediatamente soluciones concretas”.
En
1966 se presentaron al Papa las conclusiones de la Comisión en tres informes
secretos. El primero era el informe de la mayoría. El segundo de la minoría y
el tercero un informe final elaborado por la mayoría que no fue suscrito por la
minoría.
Por
eso el Papa afirmará al inicio de la Encíclica: “No podíamos, sin embargo,
considerar como definitivas las conclusiones a que había llegado la Comisión,
ni dispensarnos de examinar personalmente la grave cuestión; entre otros
motivos, porque en seno a la Comisión no se había alcanzado una plena
concordancia de juicios acerca de las normas morales a proponer y, sobre todo, porque
habían aflorado algunos criterios de soluciones que se separaban de la doctrina
moral sobre el matrimonio propuesta por el Magisterio de la Iglesia con
constante firmeza. Por ello, habiendo examinado atentamente la documentación
que se nos presentó y después de madura reflexión y de asiduas plegarias,
queremos ahora, en virtud del mandato que Cristo nos confió, dar nuestra respuesta
a estas graves cuestiones” (HV, 6).
Para
comprender en su contexto los motivos que llevaron al beato Pablo VI a promulgar
la Encíclica Humanae Vitae, más allá
del mandato conciliar, es preciso examinar, aunque sea brevemente, el ambiente
cultural y de pensamiento que corría en torno a aquel año 1968.
I. EL HUMUS CULTURAL Y DE PENSAMIENTO
Comenzamos
recordando el humus cultural que se fue fraguando en el pensamiento occidental
que hunde sus raíces ni más ni menos que en el nominalismo de Guillermo de
Ockham, eclosiona con fuerza en lo que conocemos genéricamente como modernidad.
1. La modernidad
La
modernidad postula la construcción que el hombre realiza de sí mismo, donde no
existen hechos que precedan al ejercicio de la libertad; por ello, la imagen
que la persona humana tiene de sí misma y la realización de esta misma imagen
se identifican. No existe una imagen del hombre previa a la imagen que el
hombre construye mediante su acción.
Así Rorty[1]
afirmará que no hay nada en nuestro ser profundo, sino aquello que nosotros
mismos hemos introducido, ningún criterio que no haya sido creado por nosotros
en el curso de una práctica, ningún canon de racionalidad que no sea la
observancia de nuestras mismas condiciones.
Para
la modernidad, el significado último de la libertad consiste en la misma
libertad: no hay presupuesto que lo explique es en sí misma; no existe un
“primum”. Estamos aún en un plano antropológico, no ético. La modernidad nace
cuando a la pregunta sobre la libertad y su significado se responde de este
modo.
El
hombre moderno no puede ser libre sino en el sentido de liberarse de cualquier
condicionamiento. De este modo libertad se siente como el ejercicio de poder.
2. La postmodernidad
La
crisis de la modernidad consiste en la progresiva toma de conciencia de que el
proyecto como tal, y no su realización, es insostenible o se duda fundadamente
de que sea sostenible. No es sostenible ni en relación del ser humano consigo
mismo, ni con la naturaleza que le es dada ni en la relación con los demás. De
este modo, como camino de salida a la modernidad aparecen las corrientes de
pensamiento típicas de lo que conocemos como postmodernidad: el neoliberalismo,
el neopaganismo y el nihilismo. Algunos postulan incluso una radicalización de
la modernidad, lo que puede conocerse como hipermodernidad.
En
todas estas corrientes de pensamiento se produce una pérdida de la conciencia
de lo que significa ser persona y su vocación. A ello le sigue la incapacidad
de fundamentar coherentemente la misma estructura social.
3. La revolución sexual
En
este contexto de la modernidad, se produce durante el siglo XX un movimiento
que engloba diversas tendencias y que podríamos denominar de modo genérico como
revolución sexual.
Una
corriente de este pensamiento lo constituye el feminismo radical[2],
cuyo exponente significativo es Simone Beauvoir (1908-1986) y cuya expresión
puede sintetizarse en su conocido axioma: «una no nace mujer, se convierte
mujer». De este modo, el ser de la mujer no sería algo dado, sino el desarrollo
y resultado de una construcción social.
En
este mismo contexto podemos situar a Margaret Sanger y la revolución feminista y
sexual que propugna. Es la Fundadora de la «Federación Internacional para la
planificación familiar» (IPPF) (1952). Con esta federación se pretende liberar
a la mujer de la esclavitud de la reproducción. De este modo aparece ya el
conocido término de “salud reproductiva” que tiene en su raíz la pretensión de liberar
a la mujer de todo lo que le oprime ejerciendo un control sobre su cuerpo
(familia, instituciones civiles y religiosas, dogmas, tradiciones,…). Por eso,
Sanger entiende que el acceso a la contracepción es una cuestión de justicia
social.
Profundizando
en esta corriente de pensamiento, Sulamith Firestone (1945- ) afirma que para
llevar a cabo la revolución, la mujer debe tomar el poder político, social y
económico. De este modo aparece el conocido término de “empoderamiento”: es
necesario pasar de objetivos personales a objetivos geopolíticos: control
demográfico (superpoblación amenaza para bienestar y supervivencia), desarrollo
sostenible (superpoblación tiene efecto de degradación medioambiental) y
seguridad humana (sida, aborto de riesgo, pobreza).
Esta
corriente de pensamiento feminista radical encuentra el humus propicio en Herber
Marcuse (1898-1979) y la revolución cultural. «Eros y civilización» (1962)
constituye uno de sus trabajos más sobresalientes, donde es posible apreciar la
profunda raíz marxista y freudiana de su pensamiento. Entiende la libertad como
ausencia de represión y el placer como pulsión humana fundamental.
A
mediados del siglo XX se da a conocer el Informe Kinsey (El comportamiento
sexual masculino, 1948 y el comportamiento sexual femenino, 1953). En ambos
estudios se da una interpretación sociológica de la sexualidad como forma de
lucha de clases en la relación hombre-mujer. Se produce una sexualización
integral del ser humano y sostiene que todo acto sexual es bueno si produce
placer; la pornografía es neutra e inofensiva; existe el derecho a ejercer la
sexualidad a cualquier edad; el ser humano debe liberarse de conciencia de
pecado, y de categorías (homosexual-heterosexual); las leyes morales y
religiosas que imponen un control a los impulsos son contrarias a la dignidad
humana.
La ideología de género
En
este mismo contexto general que hemos denominado revolución sexual se produce a
finales del siglo XX y se expresa con toda su fuerza en el XXI lo que conocemos
como ideología de género. Su idea fundamental, derivada de un fuerte dualismo
antropológico, es que el “sexo” sería un mero dato biológico que no
configuraría la realidad de la persona. Ni el “sexo” tendría una valencia
personal, ni la “diferencia sexual” entre el varón y la mujer serían una
realidad propia de la naturaleza de la persona humana[3].
Más
allá del “sexo” biológico considerado de un modo impersonal, lo que existiría
serían “géneros” o roles que dependerían de la libre elección del individuo
acerca de su conducta sexual dentro de un contexto cultural determinado. La
clave sería el “genero sentido” o “la identidad sentida” como derecho humano
que puede fluir o variar a lo largo del tiempo
4. El neomaltusianismo y la
planificación familiar
En
el seno de la modernidad y acompañando al desarrollo del feminismo radical
aparece en la Inglatera de finales del siglo XIX lo que conocemos como
neomaltusianismo[4].
Es una ideología que preconiza la contracepción artificial temporal o
definitiva del acto sexual como solución frente al aumento de población. Hunde
sus raíces en el utilitarismo de Stuart Mill y se completa con las aportaciones
de Proudhon, Fourier, Marx y Engels.
A
comienzos del siglo XX, se desarrolla el concepto de “birth control” para
frenar la natalidad en el mundo. En la segunda mitad del siglo XX, este término
es sustituido por “family planning”, incluyendo una perspectiva que subraya no
tanto los aspectos políticos sino en cierta forma la búsqueda de un cierto
bienestar para la familia. La mentalidad anticonceptiva adquiere el nombre de
planificación familiar y salud reproductiva.
A
comienzos de siglo XX se crea en Inglaterra la Liga Maltusiana presidida por
George Drysdale se da un planteamiento utilitarista, eugenésico y economicista
de la procreación humana. El neomaltusianismo se fusiona a comienzos del siglo
XX con los elementos fundamentales del feminismo radical de Stopes. Es aquí
donde se encuentran la corriente de pensamiento feminista como la
neomaltusiana.
En
su desarrollo en Estados Unidos integra las ideas de feminismo radical de
Margaret Sanger que propone separar feminidad de maternidad como único modo de
que la mujer encuentre la libertad verdadera. Todo ello cristaliza en la
American Birth Control League.
Así,
desde organizaciones neomaltusianas angloamericanas se va introduciendo este
concepto en los encuentros internacionales. A través de la IPPF de Estados
Unidos este concepto se introduce en Naciones Unidas y, desde ahí, se extiende
a la mayoría de países, condicionando la cooperación internacional. Se enmarca
el control de nacimientos en el concepto planificación familiar, entendido como
algo deseable y como derecho humano.
Frente
a esta corriente neomaltusiana emparejada con la revolución sexual, Humane
vitae afirma: “El problema de la natalidad, como cualquier otro referente a la
vida humana, hay que considerarlo, por encima de las perspectivas parciales de
orden biológico o psicológico, demográfico o sociológico, a la luz de una
visión integral del hombre y de su vocación, no sólo natural y terrena sino
también sobrenatural y eterna” (HV, 7).
5. El imperativo tecnológico
En
el contexto cultural que venimos radiografiando, eclosiona igualmente el
postulado que podemos definir como imperativo tecnológico: lo que no se puede
mostrar con métodos de las ciencias empíricas, no existe o se relega a la
esfera de las emociones o de la subjetividad[5].
Para
este imperativo, la naturaleza se convierte en materia susceptible de
manipulación impersonal. El hombre sobre la materia (y la biología queda
reducida a la materia) impone su dominio no sólo práctico, sino también de
sentido. De ahí que se da una expectativa teórica: el dato necesita crear una
teoría que lo justifique. Se ha invertido el modo de conocimiento: no es la
realidad quien ilumina el dato, sino que la realidad debe ser construida a
partir del dato.
Frente
al imperativo tecnológico, Humanae vitae afirma: “El hombre ha llevado a cabo
progresos estupendos en el dominio y en la organización racional de las fuerzas
de la naturaleza, de modo que tiende a extender ese dominio a su mismo ser
global: al cuerpo, a la vida psíquica, a la vida social y hasta las leyes que
regulan la transmisión de la vida (HV, 2)”.
Un
primer resultado en el campo de la procreación humana de todas estas corrientes
es la aparición de la píldora anticonceptiva. Su primera versión se produce en
1955: es la píldora Enovid, que provoca el bloqueo hormonal de la ovulación. La
mujer queda temporalmente estéril. Desde 1956 se experimenta en mujeres de
Puerto Rico, y al año siguiente en Haití y Ciudad de México. Aunque se
manifiestan efectos negativos notorios, la publicidad presentó Enovid como
anticonceptivo seguro y eficaz, silenciando casi siempre los efectos
secundarios.
La
Administración de Estados Unidos permitió en 1957 la venta de Enovid, no como
anticonceptivo sino como regulador de la menstruación. El 23 de abril de 1960
la píldora recibía el permiso para ser dispensada y vendida explícitamente como
anticonceptivo oral en los Estados Unidos de América.
La
píldora se presentó como un medio que permitía a las mujeres la liberación de
su dependencia respecto a la maternidad: la gestación y crianza de los hijos;
ya se podían comportar desde el punto de vista sexual como los hombres.
II. LA CUESTIÓN ÉTICA ACERCA DE LA
VERDAD MORAL DE LA PROCREACIÓN
Frente
a este formidable reto cultural, que revisa profundamente los pilares de la
antropología y de la ética, la Encíclia Humanae Vitae se plantea tres
cuestiones:
Primera
cuestión. Humanae vitae 3. “Consideradas las condiciones de la vida actual y
dado el significado que las relaciones conyugales tienen en orden a la armonía
entre los esposos y a su mutua fidelidad, ¿no sería indicado revisar las normas
éticas hasta ahora vigentes, sobre todo si se considera que las mismas no
pueden observarse sin sacrificios, algunas veces heroicos?.
Segunda
cuestión. Humanae vitae 3. “Más aún, extendiendo a este campo la aplicación del
llamado "principio de totalidad", ¿no se podría admitir que la
intención de una fecundidad menos exuberante, pero más racional, transformase
la intervención materialmente esterilizadora en un control lícito y prudente de
los nacimientos? Es decir, ¿no se podría admitir que la finalidad procreadora
pertenezca al conjunto de la vida conyugal más bien que a cada uno de los
actos? Se pregunta también si, dado el creciente sentido de responsabilidad del
hombre moderno, no haya llegado el momento de someter a su razón y a su
voluntad, más que a los ritmos biológicos de su organismo, la tarea de regular
la natalidad.”
Tercera
cuestión. Humanae vitae 7. Y puesto que, en el tentativo de justificar los
métodos artificiales del control de los nacimientos, muchos han apelado a las
exigencias del amor conyugal y de una "paternidad responsable",
conviene precisar bien el verdadero concepto de estas dos grandes realidades de
la vida matrimonial”.
Para
responder a estas tres cuestiones, encíclica examina las características del
amor conyugal: Es un amor humano, total, fiel, exclusivo y fecundo (HV, 9).
Así
mismo, examina las condiciones que conllevan lo que se conoce como la paternidad
responsable. Por eso, en relación con los procesos biológicos, paternidad
responsable significa conocimiento y respeto de sus funciones; la inteligencia
descubre, en el poder de dar la vida, leyes biológicas que forman parte de la
persona humana (HV 10)
En
relación con las condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales, la
paternidad responsable se pone en práctica ya sea con la deliberación ponderada
y generosa de tener una familia numerosa ya sea con la decisión, tomada por
graves motivos y en el respeto de la ley moral, de evitar un nuevo nacimiento
durante algún tiempo o por tiempo indefinido. (HV 10)
La
paternidad responsable comporta sobre todo una vinculación más profunda con el
orden moral objetivo, establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta
conciencia. El ejercicio responsable de la paternidad exige, por tanto, que los
cónyuges reconozcan plenamente sus propios deberes para con Dios, para consigo
mismo, para con la familia y la sociedad, en una justa jerarquía de valores (HV
10)
La
encíclica distingue entre los medios lícitos, entre los que se incluyen
aquellos que son terapéuticos, pero se centra en la posibilidad de acudir a los
periodos infecundos del acto conyugal, respetando de este modo su naturaleza y
finalidad (HV, 11) y evitando separar los dos aspectos del mismo acto conyugal
(HV, 12), siendo fieles de este modo al plan de Dios respecto a la procreación
humana (HV, 13). Entre los medios ilícitos, la encíclica hace referencia a los
medios que interrumpen la generación (anticoncepción), el aborto y la
esterilización, afirmando explícitamente: “toda acción que, o en previsión del
acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias
naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación”
(HV, 14). Así mismo afirma que no es posible en este campo invocar el mal menor[6].
III. DESARROLLO DE LOS MÉTODOS
NATURALES
Establecida
la perspectiva antropológica y ética de la procreación humana, la encíclica
exhorta a los científicos a que ofrezcan su preciosa ayuda en la profundización
práctica de esta visión en el campo de la procreación humana. Y así afirma: “Queremos
ahora alentar a los hombres de ciencia, los cuales "pueden contribuir
notablemente al bien del matrimonio y de la familia y a la paz de las
conciencias si, uniendo sus estudios, se proponen aclarar más profundamente las
diversas condiciones favorables a una honesta regulación de la procreación
humana". Es de desear en particular que, según el augurio expresado ya por
Pío XII, la ciencia médica logre dar una base, suficientemente segura, para una
regulación de nacimientos, fundada en la observancia de los ritmos naturales
(HV 27)
El
desarrollo de los métodos naturales del reconocimiento de la fertilidad ha
experimentado desde entonces un espectacular avance haciendo posible la
vivencia de la relación conyugal dentro de esta visión integral del amor, la
sexualidad y la procreación[7].
Mediante la utilización de estos métodos y dentro de esta concepción excelente
del amor y la sexualidad, los esposos aprenden y se ayudan en la consecución
del autocontrol, la virtud y el esfuerzo por amor. Crece en ellos el diálogo y
la comprensión al exigir el mutuo acuerdo sobre el momento de realizar el acto
conyugal. Viven, ayudándose mutuamente, la virtud de la castidad, que los aleja
de caer en el egoísmo, la manipulación del otro y su utilización. Promueve el
respeto del hombre y de la mujer, el mutuo conocimiento, la búsqueda de
manifestaciones de cariño que no tienen que ser necesariamente genitales, el
respeto mutuo.
Estos
métodos son asequibles a las personas de cualquier formación, pues la mujer
aprende a diagnosticar su fertilidad por auto observación, que no conlleva
ninguna complejidad, no tiene efectos secundarios, ni coste económico. El
desarrollo de diversos métodos está ligado a la necesaria educación al amor y a
la concepción positiva de la sexualidad como lenguaje corporal del amor. Estos
métodos, Billings, sintotérmico y otros similares, e incluso la recientemente
conocida como naprotecnología, respetan el significado profundo de la
sexualidad y ayudan a los cónyuges a una vivencia plena y responsable del amor
conyugal.
IV. VERDAD, LEY MORAL Y CONCIENCIA
Otro
de los temas fundamentales que trata la Encíclica Humanae Vitae es la cuestión
de la conciencia y su papel en el obrar humano y más concretamente en las
decisiones en torno a la procreación[8].
El texto se encuadra sobre el surco de la concepción de la conciencia aportada
por el Vaticano II:
“El
hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia
consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La
conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se
siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla.
Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley cuyo
cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo. La fidelidad a esta
conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y
resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al
individuo y a la sociedad. (GS, 16).
El
mismo texto conciliar nos habla de la búsqueda de la verdad y el bien como
elemento fundamental para que la conciencia pueda cumplir eficazmente su
misión. Al contrario, cuando el pecado esclaviza a la persona y ésta no entabla
el combate de la caridad y las virtudes, la conciencia va desdibujando su
misión rectora de la acción moral: “Cuanto mayor es el predominio de la recta
conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para
apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la
moralidad. No rara vez, sin embargo, ocurre que yerra la conciencia por
ignorancia invencible, sin que ello suponga la pérdida de su dignidad. Cosa que
no puede afirmarse cuando el hombre se despreocupa de buscar la verdad y el
bien y la conciencia se va progresivamente entenebreciendo por el hábito del
pecado. (GS, 16).
A
partir de este concepto de conciencia expuesto en Gaudium et spes, Humanae
Vitae afirma que la conciencia moral es verdadera intérprete del orden moral
(HV, 10). Pero ¿de qué conciencia se trata?
Examinemos
en primer lugar las concepciones insuficientes de conciencia; concretamente la
que podemos definir como conciencia “autónoma” y a continuación la concepción
de la conciencia como mera aplicación de la ley.
La conciencia “autónoma”.
Esta
concepción de la conciencia aparece como reacción al legalismo de la moral
manualística. Encuentra su inspiración en el pensamiento kantiano. Se entiende
más bien como conciencia creativa. No es que reconozca la ley y la promulgue
interiormente, sino que se da a sí misma su ley. De este modo, se niega la
posibilidad de una conciencia moral errónea (B. Schüller). En esta forma de
concebir la conciencia se da primacía absoluta a la originalidad interpretativa
de la conciencia que se considera como árbitro supremo que verifica los
argumentos para aceptar o rechazar una ley considerada como externa. La ley
versaría únicamente sobre verdades especulativas, abstractas. En cambio, la
conciencia versa sobre verdades prácticas concretas, personales y existenciales
sobre las cuales la conciencia es norma suprema.
Un
ejemplo de esta concepción de conciencia lo encontramos en el famoso caso
Washington (1971): En aquella controversia se concluyó afirmando que las
particulares circunstancias que intervienen en un acto humano objetivamente
malo,..., pueden hacerle “no culpable, menos culpable o subjetivamente
defendible”.
La conciencia que simplemente aplica
la ley.
Una
segunda concepción insuficiente es la que considera el papel de la conciencia
como mera aplicación de la ley. Es propia de la manualística. En esta
concepción, la ley moral no se percibe como la verdad sobre el bien de la
persona, sino como expresión de la voluntad de un Dios legislador. La
conciencia aplica a cada caso una ley general. Consistiría en la aplicación del
universal a lo particular. Se da una concepción de conciencia estática, que
informándose exteriormente por la ley produce la mera aplicación de modo
prácticamente mecánico e intelectual, sin intervenir en absoluto las
disposiciones morales del sujeto ni las virtudes.
Ante
estas concepciones insuficientes de conciencia, es preciso que propongamos los
elementos fundamentales para una concepción auténtica de conciencia.
Es
preciso subrayar la originalidad del conocimiento moral. No se trata de una
simple deducción especulativa. La verdad moral no sólo se conoce, sino que se
reconoce. Es un conocimiento práctico. Es una verdad en orden a la acción. Para
ello, necesitamos de las disposiciones morales (las virtudes) para conocer
adecuadamente la verdad sobre el bien operable. La conciencia es el acto del
juicio práctico y posee algunos habitus o disposiciones subjetivas, entre las
que destaca la sindéresis. Es necesaria una connaturalidad con el bien y el
ejercicio de la prudencia como perfección de la razón práctica.
De
ello se deduce la necesidad de formar la conciencia puesto que su juicio
depende de las disposiciones morales y de la connaturalidad con el bien, por lo
que son disposiciones formables.
V.
CONCIENCIA Y PRUDENCIA
En esta concepción de conciencia, hemos señalado la
necesidad del ejercicio de la prudencia como virtud propia de la razón práctica[9].
Es preciso afirmar que se
da una diferencia real entre el juicio de conciencia y el juicio prudencial. Ambos juicios son particulares en sentido que
el objeto del juicio (lo que juzga la razón) es una elección posible y éstas
son siempre determinadas, no son genéricas. Pero difieren en que el juicio
práctico que es la conciencia moral, es un juicio que se da exclusivamente al
interior del ejercicio puro de la razón. El juicio de la prudencia es un juicio
que está motivado, que encuentra su razón de ser fuera de la razón como tal, en
las inclinaciones virtuosas de la persona.
Santo
Tomás afirma, en este sentido, que el juicio de la conciencia consiste en un
puro conocimiento y el segundo es la aplicación del conocimiento al afecto. Por
eso, el juicio de la prudencia es el último juicio práctico que constituye el
punto en que la actividad cognoscitiva penetra en la afectividad humana. Es la
puerta de ingreso de la razón en los afectos e inclinaciones naturales. Su
dependencia del juicio de la prudencia de las disposiciones subjetivas no sólo
es mayor, sino que estas mismas disposiciones subjetivas son determinantes para
este juicio. Así, el juicio de la prudencia no puede ser verdadero si no se
poseen las virtudes morales.
La
construcción de la acción excelente, por tanto, no dependerá tanto del juicio
de la conciencia, sino decisivamente del juicio de la prudencia. Y,
efectivamente, tras la realización de la acción, cuando existe un hiato entre
ambos juicios produce una conmoción interior en el sujeto que obra que
conocemos como remordimiento.
VI.
ESPÍRITU SANTO, MAGISTERIO Y CONCIENCIA
En
la carta a los Romanos, San Pablo afirma que “los que se dejan mover por el
Espíritu de Dios, estos son los hijos de Dios (Rom 8, 14). Este es otro de los
elementos fundamentales para la formación de la conciencia: la acción del
Espíritu Santo, que actúa en nosotros. Esta acción requiere de la necesaria
docilidad, es ayudada por la instrucción externa de la ley y necesita de la
vida virtuosa para construir la acción excelente[10].
El
término conciencia, etimológicamente quiere decir “conocer con otros” (Sto
Tomás, STh I, q. 79, a. 13), es decir, conocer en la comunión eclesial. Es la
forma eclesial de la conciencia, donde es ayudada por vivir y crecer en el seno
de una comunidad virtuosa, a la luz de la Escritura, ayudada por la ley e
iluminada por el ejercicio del Magisterio de la Iglesia. Imitación, Escritura,
predicación, necesidad de la ley, compañía de los virtuosos, necesidad del
Magisterio.
La
crisis del anuncio moral cristiano se traduce en una impermeabilidad de los
cristianos con respecto a la enseñanza moral del Magisterio de la Iglesia. Esta
crisis se hizo palpable ante la promulgación de la Humanae Vitae. Así, Böckle
se preguntaba: “¿Puede la Humanae vitae ser la piedra de toque de la verdadera
fe?” En este contexto se puso en evidencia un divorcio entre Magisterio y
recepción por parte de los creyentes. Ante esta crisis se aportaron algunas
soluciones:
Apelar
al sensus fidelium que verificara la recepción de la moral por parte del pueblo
de Dios, concebido más bien como un método democraticista o sociológico.
Otros
teólogos realizaron una distinción entre centro y periferia con respecto a la
acogida de la moral propuesta por el Magisterio.
VII. MAGISTERIO FUNDAMENTAL DESDE
HUMANAE VITAE
Más
allá de estas soluciones propuestas, el Magisterio de la Iglesia, de modo
particular el de los Papas, continuó profundizando en los elementos
fundamentales sobre el don de la procreación propuestos por Humanae Vitae.
Repasemos algunos textos fundamentales.
1. Familiaris consortio (1981)
Esta
exhortación postsinodal afirma que “A la luz de la misma experiencia de tantas
parejas de esposos y de los datos de las diversas ciencias humanas, la
reflexión teológica puede captar y está llamada a profundizar la diferencia
antropológica y al mismo tiempo moral, que existe entre el anticoncepcionismo y
el recurso a los ritmos temporales. Se trata de una diferencia bastante más
amplia y profunda de lo que habitualmente se cree, y que implica en resumidas
cuentas dos concepciones de la persona y de la sexualidad humana,
irreconciliables entre sí”.(FC, 32). Se sitúa en sintonía con lo promulgado en
Humanae Vitae y señala cómo la cuestión de la procreación hunde sus raíces en
concepciones antropológicas divergentes. Esta concepción de la persona humana
conlleva una visión ética que hace que la persona humana sea capaz, por medio
de sus acciones excelentes, de alcanzar la plenitud para la que fue creada.
2. Las catequesis sobre el amor humano
de San Juan Pablo II
Tuvieron
lugar entre los años 1979 y 1984[11],
fueron profundizando y reflexionando ampliamente sobre las cuestiones referidas
al amor humano y al don de la procreación. Debemos resaltar a este respecto el
sexto ciclo de catequesis, que trata los siguientes temas: Amor y fecundidad;
La inseparabilidad de los significados unitivo y procreativo en el acto
conyugal (11-7-1984); La norma de la Humanae vitae deriva de la ley natural
(18-7-1984); La Humane vitae contiene la respuesta a las preguntas del hombre
de hoy (25-7-1984); Paternidad y maternidad responsables a la luz de la Humanae
Vitae (1-8-1984); La ilicitud del aborto, de los anticonceptivos y de la
esterilización directa (8-8-1984); La esencia de la doctrina de la Iglesia
sobre la transmisión de la vida (22-8-1984); La regulación de los nacimientos,
fruto de la pureza de los esposos (20-8-1984); El “método natural”, inseparable
de la esfera ética (5-9-1984); La paternidad-maternidad responsable, parte
integrante de la entera espiritualidad conyugal y familiar (3-10-1984); El amor
está unido con la castidad que se manifiesta como continencia (10-10-1984); La
continencia protege la dignidad del acto conyugal (24-10-1984); La virtud de la
continencia está unida con toda la espiritualidad conyugal (31-10-1984); La
continencia desarrolla la comunión personal entre el hombre y la mujer (7-11-1984);
La regulación honesta de la fertilidad forma parte de la espiritualidad
cristiana de los cónyuges y de las familias (14-11-1984); El respeto por la
obra de Dios, fuente de la espiritualidad conyugal (21-11-1984). Y una síntesis
conclusiva titulada las respuestas a los interrogantes sobre el matrimonio y la
procreación en el ámbito bíblico-teológico (28-11-1984).
Este
ciclo de catequesis sobre el amor humano, larga y pacientemente desarrollada
por San Juan Pablo II, constituye uno de los corpus doctrinales más acabados y
profundos acerca de la verdad del amor humano según la concepción antropológica
cristiana. Ha constituido un Magisterio fundamental para la adecuada concepción
del matrimonio, la familia, la sexualidad, la procreación y el papel fundamental
de la familia en la sociedad, la política, la economía y la ecología.
3. Donum vitae (1987)
La
Congregación para la Doctrina de la fe promulga este documento, en el que se
afirma que la procreación humana presupone la colaboración responsable de los
esposos con el amor fecundo de Dios; el don de la vida humana debe realizarse
en el matrimonio mediante los actos específicos y exclusivos de los esposos, de
acuerdo con las leyes inscritas en sus personas y en su unión.
Así
mismo, el documento subraya que la generación humana posee de hecho
características específicas en virtud de la dignidad personal de los padres y
de los hijos: la procreación de una nueva persona, en la que el varón y la
mujer colaboran con el poder del creador, deberá ser el fruto y el signo de la
mutua donación personal de los esposos, de su amor y de su fidelidad. La
fidelidad de los esposos, en la unidad del matrimonio, comporta el recíproco
respeto de su derecho a llegar a ser padre y madre exclusivamente el uno a
través del otro.
4. Evangelium vitae (1995)
El
Papa San Juan Pablo II, promulga esta encíclica dedicada a todos los aspectos
relacionados con la vida humana. Con respecto a la procreación, el documento
afirma que “precisamente en esta función suya como colaboradores de Dios que
transmiten su imagen a la nueva criatura, está la grandeza de los esposos
dispuestos «a cooperar con el amor del Creador y Salvador, que por medio de
ellos aumenta y enriquece su propia familia cada día más». Así, el hombre y la
mujer unidos en matrimonio son asociados a una obra divina: mediante el acto de
la procreación, se acoge el don de Dios y se abre al futuro una nueva vida”
(EV, 43). Asistimos, por tanto, a una continuidad en el magisterio pontificio,
integrada en esta ocasión en la visión de la dignidad de la vida humana desde
su origen en la concepción hasta su término en la muerte natural.
5. Compendio de la Doctrina Social de
la Iglesia (2005)
Simplemente
reproducimos algunas afirmaciones sobre la cuestión de la procreación. Como
vemos, se encuentran en la misma línea de pensamiento que los documentos
anteriores:
El
número 231 afirma que “la familia fundada en el matrimonio es verdaderamente el
santuario de la vida, «el ámbito donde la vida, don de Dios, puede ser acogida
y protegida de manera adecuada contra los múltiples ataques a los que está
expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de un auténtico
crecimiento humano ».
En
el número 232 se nos dice que “la familia contribuye de modo eminente al bien
social por medio de la paternidad y la maternidad responsables, formas
peculiares de la especial participación de los cónyuges en la obra creadora de
Dios. La carga que conlleva esta responsabilidad, no se puede invocar para
justificar posturas egoístas, sino que debe guiar las opciones de los cónyuges
hacia una generosa acogida de la vida: «En relación con las condiciones
físicas, económicas, psicológicas y sociales, la paternidad responsable se pone
en práctica, ya sea con la deliberación ponderada y generosa de tener una familia
numerosa, ya sea con la decisión, tomada por graves motivos y en el respeto de
la ley moral, de evitar un nuevo nacimiento durante algún tiempo o por tiempo
indefinido».
Y
en el número 233 se afirma que “en cuanto a los «medios » para la procreación
responsable, se han de rechazar como moralmente ilícitos tanto la
esterilización como el aborto… Se ha de rechazar también el recurso a los
medios contraceptivos en sus diversas formas. Este rechazo deriva de una
concepción correcta e íntegra de la persona y de la sexualidad humana, y tiene
el valor de una instancia moral en defensa del verdadero desarrollo de los
pueblos. Las mismas razones de orden antropológico, justifican, en cambio, como
lícito el recurso a la abstinencia en los períodos de fertilidad femenina.
Rechazar la contracepción y recurrir a los métodos naturales de regulación de
la natalidad comporta la decisión de vivir las relaciones interpersonales entre
los cónyuges con recíproco respeto y total acogida; de ahí derivarán también
consecuencias positivas para la realización de un orden social más humano”.
Este juicio acerca del intervalo entre los nacimientos y el número de los hijos
corresponde solamente a los esposos (cfr. n. 234).
6. Dignitas personae (2008)
La
Congregación para la Doctrina de la fe vuelve a publicar otro documento que
hace referencia principalmente a los aspectos en torno a la procreación y el
comienzo de la vida. En este documento, la Congregación afirma que “el origen
de la vida humana tiene su auténtico contexto en el matrimonio y la familia,
donde es generada por medio de un acto que expresa el amor recíproco entre el
hombre y la mujer. El acto por el que el ser humano viene a la existencia, en
la entrega mutua del hombre y la mujer, es así mismo, un relejo del amor de
Dios.
7. Laudato sí (2015)
El
Papa Francisco promulgó la encíclica Laudato Sí, donde se nos ofrece una
profunda reflexión acerca de una ecología integral, donde se encuentra inserto
de modo particular el ser humano creado a imagen y semejanza de Dios. En ella,
el Papa hace referencia a la ley moral que debe regir la acción humana. De este
modo afirma que “la ecología humana implica también algo muy hondo: la
necesaria relación de la vida del ser humano con la ley moral escrita en su propia
naturaleza, necesaria para poder crear un ambiente más digno. Decía Benedicto
XVI que existe una «ecología del hombre» porque «también el hombre posee una
naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo». En esta
línea, cabe reconocer que nuestro propio cuerpo nos sitúa en una relación
directa con el ambiente y con los demás seres vivientes”(LS, 155).
Así
mismo, el Papa hace referencia a la dimensión corporal del amor humano como
elemento necesario para el desarrollo de una humanidad plena: “la aceptación
del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo
entero como regalo del Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre
el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la
creación. Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus
significados, es esencial para una verdadera ecología humana. También la
valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para
reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente” (LS, 155).
8. Amoris laetitia (2016)
Fruto
de los dos sínodos dedicados al matrimonio y a la familia, el Papa ha
promulgado la exhortación postsinodal “Amoris Laetitia”. Me gustaría resaltar
tres aspectos que tienen que ver con el tema que estamos desarrollando.
El
primero hacer referencia al don de la procreación y la generosidad de los
cónyuges en la colaboración con Dios para la generación de la vida nueva,
haciendo referencia explícita a Humane
Vitae y Familiaris consortio: “El
acompañamiento debe alentar a los esposos a ser generosos en la comunicación de
la vida. «De acuerdo con el carácter personal y humanamente completo del amor
conyugal, el camino adecuado para la planificación familiar presupone un
diálogo consensual entre los esposos, el respeto de los tiempos y la
consideración de la dignidad de cada uno de los miembros de la pareja. En este
sentido, es preciso redescubrir el mensaje de la Encíclica Humanae vitae (cf. 10-14) y la Exhortación apostólica Familiaris consortio (cf. 14; 28-35)
para contrarrestar una mentalidad a menudo hostil a la vida (AL, 222)
El
segundo elemento que quisiera subrayar es la importancia de la conciencia y la
necesidad de su formación con respecto a las decisiones que los cónyuges deben
adoptar en referencia a la paternidad responsable: “La elección responsable de
la paternidad presupone la formación de la conciencia que es “el núcleo más
secreto y el sagrario del hombre, en el que este se siente a solas con Dios,
cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquella” (Gaudium et spes, 16).
En la medida en que los esposos traten de escuchar más en su conciencia a Dios
y sus mandamientos (cf.Rm 2,15), y se hagan acompañar espiritualmente,
tanto más su decisión será íntimamente libre de un arbitrio subjetivo y del
acomodamiento a los modos de comportarse en su ambiente” (AL, 222).
Y
en tercer lugar, quisiera subrayar la promoción de los métodos naturales como
el modo adecuado para ejercitar la paternidad responsable: “«se ha de promover
el uso de los métodos basados en los “ritmos naturales de fecundidad” (Humanae
vitae, 11). También se debe hacer ver que “estos métodos respetan el cuerpo
de los esposos, fomentan el afecto entre ellos y favorecen la educación de una
libertad auténtica” (Catecismo de la Iglesia Católica,2370), insistiendo
siempre en que los hijos son un maravilloso don de Dios, una alegría para los
padres y para la Iglesia. A través de ellos el Señor renueva el mundo» (AL,
222).
9. Nueva carta de los agentes
sanitarios (2016)
Como
último documento es preciso hacer referencia a este documento promulgado por el Pontificio Consejo para los Agentes
Sanitarios. En él se hace referencia a la regulación de la fertilidad (nn.
14-22). En él se afirma que “el amor que asume el lenguaje del cuerpo como su
expresión es, al mismo tiempo, unitivo y procreador: comporta claramente
significados esponsales y parentales juntamente. Esta conexión es intrínseca al
acto conyugal: el hombre no puede romperla por propia iniciativa sin
contradecir la dignidad propia de la persona y la interior verdad del amor
conyugal”.
Y
en el número 16 hacer referencia a los métodos naturales de reconocimiento de
la fertilidad: “Cuando existen motivos justificados de responsabilidad para distanciar
los nacimientos, queriendo así evitar la concepción, es lícito que la pareja se
abstenga de relaciones sexuales en los periodos fecundos, identificados
mediante los denominados métodos naturales de la regulación de la fertilidad”.
En
este mismo número defiende la ilicitud de la anticoncepción utilizando
prácticamente de modo literal la misma afirmación de Humane vitae 14: “En
cambio, es ilícito el recurso a la anticoncepción, es decir, a toda acción que,
o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de
sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer
imposible la procreación”.
VIII. ALGUNAS PINCELADAS SOBRE LA EVOLUCIÓN
DE LAS CUESTIONES RELACIONADAS CON LA VIDA DESDE HUMANAE VITAE
San Juan Pablo II nos habló de la cultura de la vida
y la cultura de la muerte. elementos de estas dos culturas que aparecen
solapadas en la sociedad actual. Nosotros, como cristianos, somos servidores de
la vida, promotores y constructores de la ciudad de la vida. En esta
edificación, la familia adquiere una importancia capital ya que es el lugar
antropológico por excelencia donde nace la vida y donde es acogida, querida sin
ningún condicionamiento, y acompañada en su recorrido existencial. La familia
es, en palabras de San Juan Pablo II, el santuario de la vida. Una sociedad que
cuida de la familia está asegurando un futuro humano y esperanzador. Una
sociedad que descuida la familia siembra un caldo de cultivo de violencia,
tristeza y desesperanza.
La Encíclica Humanae
vitae se pensó y escribió en un contexto cultural y social complejo. Por un
lado, toda la cuestión de la revolución sexual, del feminismo que había
evolucionado en su tercera o cuarta generación hacia un radicalismo, y ello con
un sustrato de pensamiento materialista práctico influenciado principalmente
por pensadores como Marcuse. A esta revolución se une la cuestión del
neomaltusianismo que tiene su expresión en las políticas de control de la
natalidad que se implementan e impulsan decididamente en los países
occidentales y se extiende a países en vías de desarrollo. Junto a ello, a
nivel práctico, aparece la primera píldora anticonceptiva y el desarrollo
exponencial posterior de los métodos anticonceptivos como expresión de lo que
podríamos denominar imperativo tecnológico.
Estos elementos marcan poderosamente la cultura
contemporánea y se instauran en la cotidianeidad de la sociedad. Son estos
precisamente los retos culturales que aparecen en la actualidad, a los que
debemos dar respuesta desde la antropología cristiana. Esta antropología
subraya la dignidad del ser humano, del matrimonio y de la familia, de toda
vida humana y del don de la sexualidad lenguaje corporal del amor en el que
está también inserto el maravilloso don de la procreación humana. Esta
concepción del ser humano es capaz de iluminar la verdadera dignidad del ser
humano, por encima de condicionamientos ideológicos, demográficos o
tecnocráticos, para la edificación de una sociedad y un mundo realmente humano.
Lamentablemente, las corrientes neomaltusianas, las
ideologías que desdibujan una adecuada concepción antropológica del ser humano,
la anticoncepción y el aborto incluidas en el concepto “salud reproductiva”, se
han instalado progresivamente a lo largo de las naciones y continentes. Asistimos
a las relaciones sexuales de adolescentes de modo cada vez más precoz y
generalizado. Así mismo, las nuevas técnicas como la píldora del día después y
novedades en el campo de la anticoncepción conducen a una progresiva
medicalización de la dimensión procreadora del ser humano que recae
principalmente sobre la mujer. A muchos países en vías de desarrollo se les
obliga a adoptar los postulados y las consecuencias prácticas de la
planificación familiar, violentando el exquisito respeto que muchas de estas
culturas poseen sobre el el inicio de la vida, constituyendo una nueva forma de
colonización ideológica.
Las legislaciones de los países a nivel global han
ido liberalizando progresivamente la práctica del aborto. Existe a este
respecto una gran amplitud de situaciones: desde lo que conocemos como leyes de
plazos, donde se permite el aborto hasta un determinado número de semanas de
embarazo, que varía según las legislaciones, principalmente en países del
continente europeo y asiático, pasando por lo que conocemos como leyes de
supuestos, que se va extendiendo por países de América latina y Africa,
quedando en la actualidad muy pocos países donde el aborto no es permitido por
la legislación. Asistimos, así mismo, a un acomodo de la sociedad a la práctica
del aborto. Se considera como algo que debe ser permitido, y en ambientes
occidentales así como en las políticas que dimanan de organismos
internacionales llega a considerarse como un derecho ligado a lo que se conoce
como salud reproductiva.
Frente a esta situación es necesario concienciar del
don de la vida humana, también en el estadío inicial intrauterino, que como
bien afirma el Papa Francisco en la Amoris laetitia, merece ser esperado,
acogido gratuitamente, reconocido como un don inmenso que se nos da y proponer
caminos que respeten tanto a la madre como al hijo en aquellas situaciones que
puedan resultar problemáticas para la mujer gestante.
Las terribles y cruentas guerras que siguen
dolorosamente vivas en el mundo, las tremendas hambrunas y pobrezas que generan
movimientos migratorios en situaciones lamentables y con finales trágicos, las
situaciones de violencia e indignidad que muchas veces agreden de modo
inmisericorde a niños, mujeres y ancianos, el desprecio por la vida humana de
sistemas injustos de raíz política, económica y social instaurados en muchas
regiones de la tierra, las situaciones de insolidaridad, egoísmo e injusticia…
nos hacen ver la presencia de esa tenebrosa y cruel cultura de la muerte.
Frente a este panorama que me recuerda a aquella
llanura llena de huesos secos de la que nos habla el profeta Ezequiel, también
es posible vislumbrar a los sembradores de la cultura de la vida que acogen y
tutelan la vida debilitada y empobrecida, que promocionan sistemas económicos y
sociales justos, equitativos y solidarios, personas y grupos que comparten su
tiempo, sus bienes y sus vidas generando minorías creativas donde es posible
generar vida y esperanza, que recrean modos nuevos de economía de comunión,
cooperativa, que propagan estilos de vida diferentes que hoy son verdaderamente
contraculturales, como lo es el Evangelio… Es precisamente esta la tarea que el
Señor Jesús nos ha encomendado como testigos y sembradores del Reino de Dios en
el mundo. Una tarea ciertamente apasionante en la que merece la pena empeñar la
vida. Somos el pueblo de la vida.
En palabras del Papa San Juan Pablo II: “El
Evangelio de la vida no es exclusivamente para los creyentes: es para todos. El
tema de la vida y de su defensa y promoción no es prerrogativa única de los
cristianos. Aunque de la fe recibe luz y fuerza extraordinarias, pertenece a
toda conciencia humana que aspira a la verdad y está atenta y preocupada por la
suerte de la humanidad El Evangelio de la vida es para la ciudad de los
hombres. Trabajar en favor de la vida es contribuir a la renovación de la
sociedad mediante la edificación del bien común. En efecto, no es posible
construir el bien común sin reconocer y tutelar el derecho a la vida, sobre el
que se fundamentan y desarrollan todos los demás derechos inalienables del ser
humano. Ni puede tener bases sólidas una sociedad que —mientras afirma valores
como la dignidad de la persona, la justicia y la paz— se contradice
radicalmente aceptando o tolerando las formas más diversas de desprecio y
violación de la vida humana sobre todo si es débil y marginada. Sólo el respeto
de la vida puede fundamentar y garantizar los bienes más preciosos y necesarios
de la sociedad, como la democracia y la paz” (EV, 101).
CONCLUSIÓN
Podríamos concluir este breve esbozo en torno a las
cuestiones de la vida suscitadas por la encíclica Humanae Vitae con las
palabras que el Papa Francisco nos dirige con respecto al beato Pablo VI,
publicadas en La Nación (Argentina) y El corriere della sera (Italia) el 5
marzo 2014: “El propio Pablo
VI, hacia el final, recomendaba a los confesores mucha misericordia y atención
a las situaciones concretas. Pero su genialidad fue profética, pues tuvo el
coraje de ir contra la mayoría, de defender la disciplina moral, de aplicar un
freno cultural, de oponerse al neomalthusianismo presente y futuro… El tema no
es cambiar la doctrina, sino ir a fondo y asegurarse de que la pastoral tenga
en cuenta las situaciones de cada persona y lo que esa persona puede hacer.”
Así
mismo, el Papa Francisco pronunció estas palabras en el Encuentro con las
familias en su viaje apostólico a Manila el 16 enero 2015:
“Pienso
en el beato Pablo VI en un momento donde se le proponía el problema del
crecimiento de la población tuvo la valentía de defender la apertura a la vida
de la familia. Él sabía las dificultades que había en cada familia, por eso en
su Carta Encíclica era tan misericordioso con los casos particulares. Y pidió a
los confesores que fueran muy misericordiosos y comprensivos con los casos
particulares. Pero él miró más allá, miró a los pueblos de la tierra y vio esta
amenaza de destrucción de la familia por la privación de los hijos. Pablo VI
era valiente, era un buen pastor y alertó a sus ovejas de los lobos que venían.
Que desde el cielo nos bendiga esta tarde.”
Parece
ser que el beato Pablo VI será canonizado a finales de este año 2018. Fue un
pastor que no dejó solo al rebaño cuando era asediado por ideologías que
violentaban la auténtica dignidad del ser humano. Su encíclica trató de
responder a los formidables desafíos que se presentaban en aquella segunda
década de un convulso siglo XX. El Magisterio posterior ha profundizado en
aquellas intuiciones fundamentales y ha abierto a la humanidad caminos de
verdadero progreso y promoción humana, cuidando de modo particular a la familia
como santuario del amor y de la vida y como fundamento seguro de un futuro de
la humanidad luminoso y esperanzador.
+
Mario Iceta Gabicagogeascoa
Obispo
de Bilbao
Presidente
de la Subcomisión para la familia y defensa de la vida
Conferencia
Episcopal Española
[1] Rorty R., Cultura y modernidad:
perspectivas filosóficas de Oriente y Occidente, Barcelona 2001.
[2] Una historia del modo en que la revolución feminista y sexual influye
en las coordenadas geopolíticas mundiales puede verse en Peeters, M. Marion-ética: los expertos de la ONU imponen su ley, Madrid, 2011.
[3] La génesis y los principios fundamentales de la ideología de género
pueden verse en el documento de Conferencia
Episcopal Española, La verdad del
amor humano, Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la
legislación familiar. Madrid, 2012.
[4] Un estudio completo de esta corriente de pensamiento, su origen y sus
consecuencias prácticas se encuentran en Simón
Vázquez, C, Estudio
histórico-crítico del concepto y término de Planificación Familiar. Murcia,
2004.
[5] Sobre el imperativo tecnológico ver Melina,
L. Corso di bioética, Il vangelo
della vita. Roma, 1996.
[6] Un estudio exhaustivo sobre esta cuestión puede encontrarse en Rhonheimer, M., Etica della procreazione. Roma, 2000.
[7] Un estudio amplio de este tema puede encontrarse en Di Pietro, M.L., Sexualidad y procreación humana. Buenos Aires, 2005. Y también en Bruguès J-J, Bedouelle, G, Becquart, Ph.,
La Iglesia y la sexualidad, Madrid,
2007.
[8] Para este tema seguimos a Melina,
L. Moral, entre la crisis y la
renovación, 83-103. Barcelona, 1996.
[9] Un estudio sobre la relación entre conciencia y prudencia puede
encontrarse en Pinckaers, S, Coscienza, verità e prudenza, en Borgonovo, G. (ed.), La coscienza, 126-141. Città del
Vaticano, 1996.
[10] Un estudio sobre la acción del Espíritu Santo en el obrar excelente
puede encontrarse en Melina L., Noriega
J., Pérez-Soba J.J., Caminar a la
luz del amor. Los fundamentos de la moral cristiana, 761-781, Madrid, 2007.
[11] San Juan Pablo II, Hombre y mujer lo creó, Madrid, 2000.
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