Muy queridos
hermanos y hermanas.
En esta mañana
del Corpus yo quisiera compartir con vosotros cuatro breves reflexiones que nos
hagan penetrar en este gran misterio de amor; “Qué sería del mundo sin la
Eucaristía en el centro”.
- La primera
reflexión la titularía; “Misterio de Fe”. Es lo que precisamente decimos inmediatamente
después de la Consagración; Mysterium Fídei, este es el misterio de la fe, este
es el sacramento de la fe. Por lo tanto,
yo diría que, el modo de medir, el termómetro de nuestra fe, sería, hasta qué
punto yo acepto este misterio en medio de nosotros. En este mundo tecnificado, todo da la
sensación de que solo lo que se puede probar por la ciencia es verdadero, y
todo lo demás queda a la opinión, o queda al deseo, o a la imaginación. Decimos misterio de fe, ya le pasó a Jesús en
el discurso del pan de vida, cuando va preparando a los discípulos, les da a
comer el pan material, después les dice; “Yo os daré un pan que no conocéis”, y
al final termina diciendo; Quien no come mi carne y bebe mi sangre no tiene
vida”, y los mismos discípulos le decían; “Este discurso es muy duro de aceptar”.
Quizás también sería la queja, o el
reproche, del mundo de hoy, es duro aceptar que Jesús el Señor esté presente de
modo real, de modo sacramental, en la Eucaristía. Y ha sido también la historia de la iglesia,
donde ha habido periodos, donde también esta fe, está presencia eucarística de
algún modo se debilitaba, en concreto en el siglo XIII, donde nace esta misma Celebración,
que es instituida por el papa Urbano IV, y que pide a Santo Tomás de Aquino que
componga las oraciones de este día, las oraciones de la misa de hoy las compuso
Santo Tomás de Aquino, las canciones tan conocidas, el Tantum ergo, el Pange Lingua,
son compuestas por Santo Tomás de
Aquino, porque también es momento de cierta debilidad en el misterio de fe.
Pero la iglesia siempre recuerda; “Misterium Fídei”, va más allá de la razón,
no es irracional, no va contra la razón, pero va mucho más allá de la razón, es
aceptar el misterio de Dios, que no puede ser contenido en nuestras limitadas
categorías humanas, es confiarnos al misterio de Dios que se hace presente en
medio de nosotros.
- La segunda
reflexión la titularía; “Misterio de Amor”.
El señor en la institución de la Eucaristía
dice; “Esto es mi cuerpo que se entrega”, un cuerpo que se da además en una
mesa. Bien sabemos que el comer tiene una profunda raíz antropológica, no solo
es compartir el alimento, es compartir la vida. Jesús dice; “Es un cuerpo que
se entrega, yo doy mi vida, yo me entrego a vosotros, para que vosotros tengáis
vida nueva”. Ciertamente en el mundo de
hoy hablamos tanto de amor, pero es una palabra un tanto desgastada, a veces el
amor se confunde con el deseo, a veces el amor se confunde con el placer, el
amor es lo que dice Jesús; “No hay amor más grande que el que entrega la vida”,
el que da la vida, y en la Eucaristía nos entrega una vida nueva, por eso Él
dirá; “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida, tiene vida eterna,
habita en mí y yo en él”. Es curioso que
Cristo Buen Pastor nos quiere llevar sobre sus hombros, pero también es curioso
que Cristo Buen Pastor quiere ser llevado por nosotros en nuestro corazón, una
vez que nos unimos a Él en el sacramento de la Eucaristía.
- La tercera
reflexión sería; “Es un Misterio de Perdón,
un Misterio de Misericordia, un Misterio de Reconciliación”. Nos ha dicho Jesús; “Esto es mi cuerpo que se
entrega por vosotros”, y luego dice; “Y esta es mi sangre que se derrama para el
perdón de los pecados”. Quizá cuando nos acercamos al sacramento de la
penitencia, de la confesión, de la reconciliación, y escuchamos las palabras
del sacerdote; “Yo te absuelvo de tus pecados”, quizá no nos damos cuenta que
lo que dice el sacerdote está totalmente unido a una sangre derramada para el
perdón. El sacerdote puede decir yo te absuelvo
porque Cristo derramó la sangre para ti. Y de alguna manera cuando recibes el perdón
estás recibiendo los frutos de la sangre del Señor, los frutos de la pasión del
Señor. La misma mesa que compartimos
tiene que ser purificada, vemos que Jesús comparte la cena, pero también está
Judas, que no acepta el pan que le ofrece Jesús. Vemos en la historia del antiguo testamento
muchas acciones de pecado de compartir la mesa, incluso Adán y Eva, parte el
pecado original de que dijo Jesús; “De esto no comáis, no comáis del árbol del
bien y del mal”. El fratricidio de Caín con
respecto a Abel se refiere también a alimentos, Abel ofrecía lo mejor al Señor
de sus animales, Caín ofrecía lo peor. Vemos
que Esaú vende su primogenitura a Jacob por un plato de lentejas. Bien sabemos que muchas veces en nuestras
mesas fraternas y familiares, a veces cuantas discusiones, cuantas veces
profanamos la mesa que compartimos, por eso esa mesa tiene que ser purificada,
y se nos ofrece un banquete nuevo, por la sangre derramada de Cristo, que es Misterio
de Amor, Misterio de Perdón, Misterio de Misericordia y de Reconciliación.
- Y por último; “Es un Misterio que Transforma”. Que transforma el mundo. Celebramos hoy el día
del amor fraterno, el día de Cáritas, y precisamente quien recibe el misterio
de amor, y el misterio reconciliación en su vida, tiene que hacer lo mismo en
su vida. A veces cuando hablamos de Cáritas, ciertamente
pensamos que tenemos que ayudar a los pobres, sin darnos cuenta que los
primeros pobres somos nosotros, que también somos pobres de amor, pobres de
compañía, vivimos en soledad, pobres por nuestro orgullo, por nuestra
autosuficiencia, necesitamos que el Señor abrace nuestra vida, que el Señor
perdone nuestra vida, que el Señor haga de nosotros criaturas nuevas, y así
podremos compartir con los demás. El
evangelio de hoy termina con una frase quizá un poco misteriosa, dice; “No
volveré a beber del fruto de la vid, hasta que beba el vino nuevo en el reino
de Dios”. El vino nuevo es la creación
nueva, es el corazón nuevo, el vino significa alegría, la alegría del reino de
Dios, la alegría del compartir, la alegría de hacernos cargo de los demás, de hacer
que los demás puedan vivir mucho mejor en la dignidad de hijos de Dios, de
transformar este mundo que se desangra de tantas maneras, de guerras, de
ambiciones, de injusticias, de hambrunas. Quien recibe la eucaristía está
llamado a transformar el mundo, a hacer que este pan compartido y esta sangre
derramada llegue a todos en un mundo nuevo y fraterno.
Damos gracias a
Dios, porque Él no se quiso quedar lejos como una filosofía oriental, ahí lejana,
o simplemente como un libro que nos entrega de palabra de Dios, sino que Él se
ha querido quedar en medio de nosotros, en la Eucaristía y ha querido reflejar
en cada rostro que pasa hambre, que pasa sed, que paso soledad, que pasa
enfermedad, al Señor lo encontramos en la Eucaristía y lo encontramos en el que
sufre y en el que necesita. Pedimos que
tengamos esos ojos de reconocerle en la fe, que tengamos ojos de reconocerle
presente y operante en nuestra vida.
Así lo pedimos al
Señor esta mañana, por intercesión de quien generó esa carne de Cristo, por
intercesión de la virgen María.
Que así sea.
X Mario Iceta Gabicagogeascoa
Obispo de Bilbao
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