Vivir y sembrar
esperanza
Queridos hermanos y hermanas.
1. La Semana Santa cae este año muy tarde. Generalmente suele
ser el mes de febrero el tiempo en el que comienza la Cuaresma. Este año no
será así. Me ha parecido oportuno dedicar estas líneas a un tiempo en el que no
tendremos celebraciones particularmente relevantes. Será un tiempo ordinario,
corriente, sencillo. Un tiempo en el que el color litúrgico es el verde, signo
de la esperanza. Y ese es el aspecto en el que transcurre la mayor parte de nuestro
tiempo y de nuestros días: en lo cotidiano, en lo normal de cada día.
2. Esto hace que muchas veces pueda aparecer una rutina que
parece agotarnos, como si la vida fuera una noria. Pero también la rutina tiene
sus ventajas, en cuanto que nos ofrece estabilidad y ordena nuestra existencia.
El tiempo ordinario es el tiempo del amor y de la esperanza. El tiempo de ir
tejiendo pacientemente, con ilusión y constancia, las grandes empresas de
nuestra vida, que no se construyen de modo inmediato y sin esfuerzo. Cada
mañana debemos presentarnos ante Dios para percibir su amor y recibir su
bendición que nos acompañe durante la jornada, edificando la misión que nos ha
asignado en el trabajo de su viña. De este modo vamos avanzando por el camino
de la santidad de la vida ordinaria, de la que habla el Papa Francisco en su
última exhortación apostólica.
3. Efectivamente, el Papa nos habla de tantas personas que
cada día se afanan por responder a la llamada de Dios a vivir en su amor y a
comunicarlo a los demás: “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios
paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y
mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las
religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir
adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas
veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de
nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión,
«la clase media de la santidad» (GE, 7). El mismo Papa nos previene del
pelagianismo, que piensa que la santidad proviene de las propias fuerzas.
4. Al contrario, se trata de dejarnos transformar por la
gracia de Dios que va tomando cuerpo en nuestra existencia y que hace que las
bienaventuranzas tomen carne en nosotros. El movimiento esencial del cristiano,
el primero de todo, es recibir: recibir el don de Dios en Cristo, en la
comunión de la Iglesia, por medio del Espíritu Santo. Esa gracia nos va
trabajando por dentro y reclama nuestra colaboración y esfuerzo. Y Dios
realizará su obra a través de sus colaboradores que son servidores pobres y
pequeños.
5. En el contexto de este tiempo de esperanza celebraremos la
fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo. Conmemoraremos jornada mundial
de la vida consagrada que este año tiene como lema “Padre nuestro. La vida
consagrada, presencia del amor de Dios”. En esta jornada se nos invita a ir
desgranando las siete peticiones de la oración que Jesús nos enseñó y agradecer
el don de tantos hermanos y hermanas que cada día, con su vida y testimonio,
nos anuncian que Dios nos ama con entrañas de misericordia
6. También celebraremos la Jornada de Manos Unidas que este
año se centra en el papel de la mujer en el siglo XXI. A este respecto, el Papa
Francisco nos recordaba que “La Iglesia
reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad, con una
sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares que suelen ser más
propias de las mujeres que de los varones… El genio femenino es necesario en
todas las expresiones de la vida social; por ello, se ha de garantizar la
presencia de las mujeres también en el ámbito laboral y en los diversos lugares
donde se toman las decisiones importantes, tanto en la Iglesia como en las
estructuras sociales”” (EG, 103).
7. Y no quisiera terminar sin recordar la Jornada Mundial del
Enfermo que tiene lugar el día de la Virgen de Lourdes, el 11 de febrero. Este
año bajo el lema “lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”. En este mensaje,
el Santo Padre quiere recordar que la atención a los enfermos requiere
profesionalidad y ternura, superando la cultura del descarte y la indiferencia
concibiendo la vida como un don para ser entregado al cuidado de los demás.
Pedimos el cuidado de la Virgen María para todos nosotros. Que Ella nos ayude a
compartir los dones recibidos y a vivir atentos a las necesidades de los demás.
Con gran afecto.
+ Mario Iceta Gabicagogeascoa
Obispo de Bilbao
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