Os dejamos la Homilía que Don Mario ofreció el domingo pasado y que incluye la ordenación como Sacerdote de Carlos Olábarri.
DOMINGO DE LA SANTÍSIMA
TRINIDAD
Muy queridos
hermanos y hermanas. Hoy de modo
particular querido Carlos, que vas a recibir el Sacramento del Orden como
presbítero.
Celebramos
hoy la fiesta de la Santísima Trinidad.
La verdad que
siempre me ha parecido extraño que la iglesia celebre un día dedicado a la
Santísima Trinidad, porque es que como dice San Pablo “En ella somos, nos
movemos y existimos.
Comienza la
propia celebración diciendo nos reunimos en el nombre del Padre del Hijo y del
Espíritu Santo. Cuando celebramos las
oraciones decimos, “Por nuestro Señor Jesucristo que contigo Padre, vive y
reina en la unidad del Espíritu Santo”.
Una invocación a la Trinidad. Y
cuando somos enviados, que no despedidos, enviados, se nos da la bendición del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Quizá la
iglesia lo hace porque hemos perdido el sentido de Dios, de Dios Comunión, de
Dios Amor. De modo particular en nuestra
mentalidad occidental, la propia teología latina, es como mucho más racional,
más racionalista que la teología oriental, que es más pneumatológica, más del Espíritu
Santo. Necesitamos que la Iglesia ponga
ante nosotros, Dios es misterio de amor, Dios es amor, como nos dirá el
evangelio de San Juan.
Y hemos escuchado
en estas palabras, hoy también de ese Evangelio, “Tanto amo, tanto ama Dios al
mundo”. Tanto nos ama a nosotros, que ha
dejado impresa en nosotros, el propio, el mismo misterio de Dios. Llamados a vivir, a penetrar en ese misterio. Pero también es verdad que nosotros nos hemos
alejado de este misterio. Por eso nos ha dicho el evangelio de hoy, “Tanto ama
Dios”. Ese misterio de Trinidad, ese
misterio de amor, tanto nos ama a nosotros, que ha enviado a su Hijo al mundo,
para que no perezca, para que no perezca. Podemos
volver la frase al revés, entonces Señor estás diciendo qué si no envías a tu Hijo
al mundo, el mundo perece. Eso dice San
Juan, y no tenemos nada más que ver nuestro mundo, tan probado en guerras, en
hambres, en injusticias, en divisiones, es decir en muerte.
Bien, pues
Dios no quiso quedarse lejos de nuestros sufrimientos, tanto nos ama que ha
enviado a su Hijo, para algo tan importante, no para jugar el mundo nos ha
dicho, porque el mundo está ya juzgado. No para juzgar al mundo, para salvarlo, para
darle vida. Ya esta expresión, que hemos celebrado con gozo durante el año
pasado, el año de la misericordia, que el Santo Padre Francisco tanto nos
insiste, y hemos escuchado en la primera lectura, también una frase un poco
extraña, Dios se presenta ante Moisés y le habla de Él, dice, “Señor Señor,
dirigiéndose a Él, Dios compasivo y misericordioso”. Por eso decimos que el nombre de Dios es
misericordia, su entraña profunda ante el hombre es misericordia, Él es amor, pero
ese amor se transforma en misericordia ante lo débil, ante lo frágil, ante lo
caído.
Pues he de
decir, y me acuerdo muchas veces de ello, y lo predico muchas veces, uno de los
pasajes que más me conmueve de la Escritura, y que no es una parábola, es un
hecho real, es aquella mujer que iban a lapidar, aquella mujer que según la ley
de Moisés era pecadora, y la ley de Moisés decía hay que lapidarla, y así se
presentan los fariseos ante Jesús para probar si Él es el Mesías, y claro que
lo prueba. El Señor claro que responde como Mesías, esta
mujer ha sido sorprendido en adulterio, la ley de Moisés manda lapidarla, tú
qué dices. Las palabras del Señor y su actitud son las de, Señor, Señor rico en
piedad y misericordia, y dice, “Yo no te condeno”. La mira de un modo nuevo, la acoge con toda
la anchura de su corazón, abre para ella un camino nuevo, la restablece en su
dignidad, es mirada con amor, y ese amor es percibido profundamente por esta
mujer, que comienza a caminar la vida nueva del Señor.
Pues bien,
Dios en su amor nos ha enviado al Hijo, y eso tiene mucho que ver con el
ministerio sacerdotal, también nosotros en Cristo, somos enviados. Cristo es elegido, es ungido y es enviado.
También hoy Carlos, ha sido elegido, no por sus méritos, ninguno de nosotros,
al contrario, por nuestros méritos estaríamos no se sabe dónde, hemos sido
elegidos por puro amor, y hemos respondido. Ahora mismo la Iglesia en nombre
del Señor, ha dicho su nombre “Carlos”, y él ha respondido con una palabra muy
bíblica, ha respondido como respondían los profetas del Antiguo Testamento,
como responde Cristo, en el salmo 39 en la carta a los hebreos, “Aquí estoy, aquí
estoy, me presento ante Ti no porque yo lo he elegido, sino porque Tú me has
llamado”.
Bien es
consciente Carlos de esta llamada, desde hace muchos años estamos dando vueltas
a esa llamada, y muchas veces hemos hablado y me ha dicho, “Quizás he perdido
mucho el tiempo”, nosotros somos también de vocaciones tardías, verdad. Pero el
señor nunca pierde el tiempo con nosotros, yo pienso que esto es como la propia
naturaleza, la fruta se puede coger cuando está madura, hay frutos que maduran
en dos meses, otros necesitan todo el año para madurar, pues no estaba, no era
el momento, y todo lo que has vivido hasta este momento Dios lo ha dispuesto
para tu bien, para tu maduración, para que estés disponible para responder con
verdad y con profundidad, aquí estoy.
Yo quisiera
hoy agradecer en nombre del Señor a tantos que te han ayudado, empezando por tu
familia, por tus padres, por los que te han acompañado en tu pueblo natal, por
los que te han acompañado en tu camino en la universidad, en el trabajo,
después en el seminario. Pues el Señor
ha dispuesto a esto para que tú vayas madurando, vayas siendo consciente de una
llamada, que tú bien eres consciente y sabes que te sobrepasa, una llamada
inmerecida, algo que dice yo no soy digno de esto, pero así lo rezamos antes de
comulgar, lo que pasa es que lo decimos de carrerilla, “Señor yo no soy digno
de que entres en mi casa”, decimos siempre que vamos a comulgar, yo no soy
digno de que me llames, pero aquí estoy, porque me has llamado. El señor te ha llamado, te ha ungido, te ha
consagrado.
El día de la Misa
Crismal, recordábamos Cristo el Ungido, derrama esa unción del Espíritu sobre
su pueblo santo, sobre el mundo, derrama su espíritu para urgirnos a nosotros.
Vas a ser ungido de modo particular, el día de tu bautismo, te ungieron la
cabeza con el Santo Crisma, el día la confirmación te ungieron la frente, hoy
te van a ungir las manos, para que sean manos de Cristo. El Señor te toma para Él, el Señor tomará tus
manos de modo particular, porque con ellas serás capaz de transmitir el Espíritu
Santo, para que el pan y el vino se conviertan en su cuerpo y en su sangre. Para que aquellos que se acercan a pedir
perdón de su miseria y su pecado, encuentren la salvación y el perdón de Dios. Para que puedas consagrar y ungir a los
niños, a los matrimonios, a los que parten a la casa del Padre. Eres ungido para ser enviado como el Señor no
en, un ministerio de juicio, un ministerio opaco, sino un ministerio de amor, un
ministerio de salvación, un ministerio esperanza, un ministerio de alegría, qué
es lo que necesita hoy el mundo, no ser juzgado, sino ser amado, y ser
abrazado, y ser restituido, y ser iluminado con la verdad, y ser acogido por la
misericordia de Dios. Es un ministerio tan grande y tan hermoso, y para ello
vas a contar con la ayuda de tu obispo, del presbiterio donde eres insertado,
de todos los fieles, a los cuales se te va a encomendar.
Hoy decía, hoy
voy a ordenar a quien es el párroco mío, el párroco de mi pueblo, porque tu
destino va a ser Gernika, en aquella pila bautismal yo renací a la vida, vas a
cuidar de aquel pueblo junto, con Jesús y los demás sacerdotes aquí hoy
presentes.
Pues que el Señor
te acompañe siempre, y lleves el ministerio con entrega, como decía San Agustín
es un, “Officium amoris”. No es un oficio
de estar estresado, es un oficio ante todo de amar, de entregarse, de donarse,
de querer, de consagrarse a Dios y al servicio de los demás, en el trato diario
con el Señor, Él es tu fuerza, tu fortaleza, Él es tu alegría.
Que lo hagas
así con la compañía de María, Ella que es de modo particular madre nuestra, que
te acompañe en este camino de gozo, de misericordia y de salvación.
Que así sea.
X Mario Iceta
Gabicagogeascoa
Obispo de Bilbao
No hay comentarios:
Publicar un comentario