viernes, 16 de junio de 2017

HOMILÍA DEL OBISPO Y ORDENACIÓN CARLOS OLABARRI

Os dejamos la Homilía que Don Mario ofreció el domingo pasado y que incluye la ordenación como Sacerdote de Carlos Olábarri.

 
DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD


Muy queridos hermanos y hermanas.  Hoy de modo particular querido Carlos, que vas a recibir el Sacramento del Orden como presbítero.

               Celebramos hoy la fiesta de la Santísima Trinidad.

La verdad que siempre me ha parecido extraño que la iglesia celebre un día dedicado a la Santísima Trinidad, porque es que como dice San Pablo “En ella somos, nos movemos y existimos.

Comienza la propia celebración diciendo nos reunimos en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo.  Cuando celebramos las oraciones decimos, “Por nuestro Señor Jesucristo que contigo Padre, vive y reina en la unidad del Espíritu Santo”.  Una invocación a la Trinidad.  Y cuando somos enviados, que no despedidos, enviados, se nos da la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Quizá la iglesia lo hace porque hemos perdido el sentido de Dios, de Dios Comunión, de Dios Amor.  De modo particular en nuestra mentalidad occidental, la propia teología latina, es como mucho más racional, más racionalista que la teología oriental, que es más pneumatológica, más del Espíritu Santo.  Necesitamos que la Iglesia ponga ante nosotros, Dios es misterio de amor, Dios es amor, como nos dirá el evangelio de San Juan.

Y hemos escuchado en estas palabras, hoy también de ese Evangelio, “Tanto amo, tanto ama Dios al mundo”.  Tanto nos ama a nosotros, que ha dejado impresa en nosotros, el propio, el mismo misterio de Dios.  Llamados a vivir, a penetrar en ese misterio.  Pero también es verdad que nosotros nos hemos alejado de este misterio. Por eso nos ha dicho el evangelio de hoy, “Tanto ama Dios”.  Ese misterio de Trinidad, ese misterio de amor, tanto nos ama a nosotros, que ha enviado a su Hijo al mundo, para que no perezca, para que no perezca.   Podemos volver la frase al revés, entonces Señor estás diciendo qué si no envías a tu Hijo al mundo, el mundo perece.  Eso dice San Juan, y no tenemos nada más que ver nuestro mundo, tan probado en guerras, en hambres, en injusticias, en divisiones, es decir en muerte.

Bien, pues Dios no quiso quedarse lejos de nuestros sufrimientos, tanto nos ama que ha enviado a su Hijo, para algo tan importante, no para jugar el mundo nos ha dicho, porque el mundo está ya juzgado.  No para juzgar al mundo, para salvarlo, para darle vida. Ya esta expresión, que hemos celebrado con gozo durante el año pasado, el año de la misericordia, que el Santo Padre Francisco tanto nos insiste, y hemos escuchado en la primera lectura, también una frase un poco extraña, Dios se presenta ante Moisés y le habla de Él, dice, “Señor Señor, dirigiéndose a Él, Dios compasivo y misericordioso”.  Por eso decimos que el nombre de Dios es misericordia, su entraña profunda ante el hombre es misericordia, Él es amor, pero ese amor se transforma en misericordia ante lo débil, ante lo frágil, ante lo caído.

Pues he de decir, y me acuerdo muchas veces de ello, y lo predico muchas veces, uno de los pasajes que más me conmueve de la Escritura, y que no es una parábola, es un hecho real, es aquella mujer que iban a lapidar, aquella mujer que según la ley de Moisés era pecadora, y la ley de Moisés decía hay que lapidarla, y así se presentan los fariseos ante Jesús para probar si Él es el Mesías, y claro que lo prueba.   El Señor claro que responde como Mesías, esta mujer ha sido sorprendido en adulterio, la ley de Moisés manda lapidarla, tú qué dices. Las palabras del Señor y su actitud son las de, Señor, Señor rico en piedad y misericordia, y dice, “Yo no te condeno”.  La mira de un modo nuevo, la acoge con toda la anchura de su corazón, abre para ella un camino nuevo, la restablece en su dignidad, es mirada con amor, y ese amor es percibido profundamente por esta mujer, que comienza a caminar la vida nueva del Señor.

Pues bien, Dios en su amor nos ha enviado al Hijo, y eso tiene mucho que ver con el ministerio sacerdotal, también nosotros en Cristo, somos enviados.  Cristo es elegido, es ungido y es enviado. También hoy Carlos, ha sido elegido, no por sus méritos, ninguno de nosotros, al contrario, por nuestros méritos estaríamos no se sabe dónde, hemos sido elegidos por puro amor, y hemos respondido. Ahora mismo la Iglesia en nombre del Señor, ha dicho su nombre “Carlos”, y él ha respondido con una palabra muy bíblica, ha respondido como respondían los profetas del Antiguo Testamento, como responde Cristo, en el salmo 39 en la carta a los hebreos, “Aquí estoy, aquí estoy, me presento ante Ti no porque yo lo he elegido, sino porque Tú me has llamado”.

Bien es consciente Carlos de esta llamada, desde hace muchos años estamos dando vueltas a esa llamada, y muchas veces hemos hablado y me ha dicho, “Quizás he perdido mucho el tiempo”, nosotros somos también de vocaciones tardías, verdad. Pero el señor nunca pierde el tiempo con nosotros, yo pienso que esto es como la propia naturaleza, la fruta se puede coger cuando está madura, hay frutos que maduran en dos meses, otros necesitan todo el año para madurar, pues no estaba, no era el momento, y todo lo que has vivido hasta este momento Dios lo ha dispuesto para tu bien, para tu maduración, para que estés disponible para responder con verdad y con profundidad, aquí estoy.

Yo quisiera hoy agradecer en nombre del Señor a tantos que te han ayudado, empezando por tu familia, por tus padres, por los que te han acompañado en tu pueblo natal, por los que te han acompañado en tu camino en la universidad, en el trabajo, después en el seminario.  Pues el Señor ha dispuesto a esto para que tú vayas madurando, vayas siendo consciente de una llamada, que tú bien eres consciente y sabes que te sobrepasa, una llamada inmerecida, algo que dice yo no soy digno de esto, pero así lo rezamos antes de comulgar, lo que pasa es que lo decimos de carrerilla, “Señor yo no soy digno de que entres en mi casa”, decimos siempre que vamos a comulgar, yo no soy digno de que me llames, pero aquí estoy, porque me has llamado.  El señor te ha llamado, te ha ungido, te ha consagrado.

El día de la Misa Crismal, recordábamos Cristo el Ungido, derrama esa unción del Espíritu sobre su pueblo santo, sobre el mundo, derrama su espíritu para urgirnos a nosotros. Vas a ser ungido de modo particular, el día de tu bautismo, te ungieron la cabeza con el Santo Crisma, el día la confirmación te ungieron la frente, hoy te van a ungir las manos, para que sean manos de Cristo.  El Señor te toma para Él, el Señor tomará tus manos de modo particular, porque con ellas serás capaz de transmitir el Espíritu Santo, para que el pan y el vino se conviertan en su cuerpo y en su sangre.  Para que aquellos que se acercan a pedir perdón de su miseria y su pecado, encuentren la salvación y el perdón de Dios.  Para que puedas consagrar y ungir a los niños, a los matrimonios, a los que parten a la casa del Padre.  Eres ungido para ser enviado como el Señor no en, un ministerio de juicio, un ministerio opaco, sino un ministerio de amor, un ministerio de salvación, un ministerio esperanza, un ministerio de alegría, qué es lo que necesita hoy el mundo, no ser juzgado, sino ser amado, y ser abrazado, y ser restituido, y ser iluminado con la verdad, y ser acogido por la misericordia de Dios. Es un ministerio tan grande y tan hermoso, y para ello vas a contar con la ayuda de tu obispo, del presbiterio donde eres insertado, de todos los fieles, a los cuales se te va a encomendar.

Hoy decía, hoy voy a ordenar a quien es el párroco mío, el párroco de mi pueblo, porque tu destino va a ser Gernika, en aquella pila bautismal yo renací a la vida, vas a cuidar de aquel pueblo junto, con Jesús y los demás sacerdotes aquí hoy presentes.

Pues que el Señor te acompañe siempre, y lleves el ministerio con entrega, como decía San Agustín es un, “Officium amoris”.  No es un oficio de estar estresado, es un oficio ante todo de amar, de entregarse, de donarse, de querer, de consagrarse a Dios y al servicio de los demás, en el trato diario con el Señor, Él es tu fuerza, tu fortaleza, Él es tu alegría.

Que lo hagas así con la compañía de María, Ella que es de modo particular madre nuestra, que te acompañe en este camino de gozo, de misericordia y de salvación.

 Que así sea.

X Mario Iceta Gabicagogeascoa

Obispo de Bilbao

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