Muy queridos
hermanos y hermanas.
Estamos
celebrando hoy esta hermosa fiesta de Pentecostés, con la cual clausuramos el
tiempo de Pascua, es el día del Espíritu Santo.
Y el Espíritu
Santo aparece ya en el comienzo de la Escritura, dice que el Espíritu se cernía
sobre las aguas, el Espíritu está al comienzo de la creación, está al comienzo
de nuestra propia creación. He repetido
muchas veces que me llama la atención que también al comienzo no solo estaba el
Espíritu, estaba la luz, y curiosamente todavía no estaban los astros creados, en
ese relato parabólico del Génesis, por tanto había un Espíritu que es amor, y
hay una luz que precede a la creación. Una
luz que es lo que va a iluminar lo que es todo el universo, lo que va a
iluminar nuestra vida. Y también el Espíritu
aparece al final de la Escritura, el último libro del Apocalipsis,
prácticamente los últimos versos, dicen; “El espíritu y la esposa dicen ven, al
Señor, y el Señor dice, si yo vengo pronto, la paz con vosotros”, y termina en
escritura. La Esposa que es la Iglesia y
el Espíritu piden la plena manifestación del Esposo, es decir una humanidad,
nuestro corazón llevado a una plenitud. Por
tanto esta persona amor, el Espíritu que es amor y luz, estaba al comienzo de
nuestra vida, al comienzo del Big Bang, al comienzo de todo el universo, y lleva
a una plenificación, donde ya de modo esponsal, la Esposa y el Espíritu piden
al Esposo, que sea una plenitud para nosotros. Y eso nos quiere decir que nuestra
vida está absolutamente transida del Espíritu Santo, algo que tantas veces
olvidamos, por eso el Evangelio decía; “Cuando venga el Espíritu de verdad, Él
os lo mostrara todo, os recordará todo”. Quizá el hombre de hoy tiene poca
memoria, tenemos poca memoria, porque vivimos una vida absolutamente estresada,
lo inmediato tapa lo fundamental, el fundamento de la vida, el espíritu Santo
os lo va a recordar.
Y nos tiene que
recordar tantísimas cosas, pero yo hoy quisiera subrayar simplemente cuatro.
La primera no
recordará quiénes somos, de dónde venimos, nacidos de un amor tan particular y
tan personal de Dios, no solo personal porque Dios es tres personas, sino
porque nos ha querido de modo personal, nos ha querido como Él es, no de
cualquier manera, ha dejado su impronta en nosotros, que altísima dignidad, que
infinita dignidad la de todo ser humano, también la mía. Aunque a veces quizás la historia de la propia
vida, nuestras heridas, oscuridades, sufrimientos, no nos hagan ver esa llamada
de amor, que es la que sustenta toda nuestra existencia. No solo nos ha llamado y nos ha elegido, sino
que nos a ungido, nos ha dado el don del Espíritu Santo, para que llevemos a
plenitud nuestra vida. Y esto es algo
también muy importante, porque en último término nos dice, qué sin el don del Espíritu,
nuestra vida quedaría malograda, nuestra vida no alcanzaría una plenitud. El Señor plasma sus dones en nosotros con el
espíritu Santo, para que seamos capaces de llegar a una plenitud que exige
nuestro corazón, pero que, solos no podemos alcanzar.
El segundo olvido
que tenemos en nuestra vida, pensar que nosotros solos, por nuestras fuerzas,
podemos llegar a lo que nuestro corazón exige. Decía San Agustín, yo me lo
repito muchas veces, me ayuda mucho esta frase en mi vida, San Agustín decía; “Señor
pídeme lo que quieras, pero dame lo que me pides”. A cada uno de nosotros el Señor nos pide, nuestra
vida es vocación y es misión, pídeme lo que tienes pensado para mí, muchos de
vosotros la vida matrimonial, la vida laboral, profesional, el cuidado de los
enfermos, de los pobres. Hoy un grupo de
laicos de nuestra diócesis, que van a ser confirmados en su vocación laical al servicio
de la iglesia, Señor pídeme lo que quieras, lo que Tú, no lo que yo. “Como dista el cielo de la tierra”, dice el
salmista; “Mis caminos no son vuestros caminos”; “Pídeme lo que quieras, pero
dame lo que me pides”. La vida es
gracia, la vida es gracia de Dios, dame el don del Espíritu Santo, también
decía el Señor, que Él no negaría el Espíritu Santo aquellos que se lo piden.
Y el tercer
elemento es, el envío y la misión. El Papá
en esta última exhortación tan hermosa, que yo os invito a leer, “Gaudete et
Exsultate”. Alegraos y exsultar, son como dos elementos de
la espina dorsal, uno, las Bienaventuranzas, llamados a vivir las
Bienaventuranzas, y el segundo elemento lo qué Él llama el gran protocolo; “Tuve
hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estaba desnudo y me
vestiste”. Pero nos dice, la vida no es
que contenga una misión, nos dice, la vida es misión. Y es ese quizá el tercer
gran olvido, mi vida es una misión, mi vida tiene un objetivo a cumplir, no es
simplemente lo que yo esperé hacer con ella, sino que está llamado a
transformar, transformar este mundo, según el corazón del Señor, todo lo que
hago es misión, el cuidado de la familia, el cuidado de los que tengo
alrededor, la vida laboral, el cuidado social, la transformación del mundo y de
la sociedad, es una misión.
Y por último
diría, y voy terminando, esa misión es un magnifico conjunto coral. Nos han
dicho las lecturas de hoy dos elementos fundamentales, nos ha dicho la primera
lectura, que de repente se pusieron todos hablar en lenguas extrañas, cada uno
hablaba su lengua, pero todos se entendían. Es curioso que el Espíritu Santo no
crea uniformidad, crea unidad, no uniformidad, todos entendían en su lengua,
todos entendían en su cultura, todos entendían en sus rasgos de dónde
procedían, los griegos los macedonios, los etíopes, todos entendían. Y cuál es el lenguaje común, cuál es el
lenguaje que toda la humanidad puede entenderse, solamente hay un lenguaje
común, es el lenguaje del amor. El
lenguaje del amor todos lo entienden, y por eso el Espíritu Santo es la persona
Amor, que ya plasmo nuestro corazón, y en ese lenguaje todos nos entendemos. Pero no solo los destinatarios son todas las
culturas, todas las naciones, en el lenguaje del Espíritu Santo que es amor,
sino que además cada uno lo expresa de un modo particular. Es una pena que visitemos poco esta catedral
por las tardes, como hoy por ejemplo, es una catedral gótica vasca, elementos
góticos y elementos de la cultura vasca, está orientada como se hacía en la
época del gótico, hacia orienten, hacia el oriente donde Cristo nació, vivió,
murió y resucitó, y generalmente accidenten es donde entra la luz, y realmente
las iglesias góticas tenían unos grandes rosetones, con miles de cristales, y
miles de colores, quiere significar precisamente la iglesia. Es una luz, que es tamizada por cada cristal,
es tamizada por cada singularidad, pero que hace que la luz que entra dentro
del edificio tenga una tonalidad espléndida, maravillosa, una luz que es
tamizada por cada uno de nosotros, el espíritu Santo, que es tamizado por cada
uno de nosotros, le damos el colorido particular. Por eso nos ha dicho San Pablo, que en la
iglesia hay diversidad de carismas, diversidad de funciones, unos son maestros,
otros profetas, otros sanan, otros enseñan, es el don del Espíritu Santo. En esta iglesia, en la que cada uno de
nosotros es como este cristalito, que cuando el Espíritu pasa, le damos la
tonalidad de los dones que el Señor nos ha dado.
Y hoy
precisamente queremos celebrar en esta Eucaristía, que hermanos de nuestra
diócesis, después de largos años de discernir su vocación del servicio a la
iglesia diocesana, se les reconoce esta vocación laical, plenamente inserta en
la tarea pastoral de la iglesia, en la misión en la que no vamos solos, vamos en
la comunión de la iglesia, guiados por el Espíritu Santo. Nos ha dicho el Evangelio, que Él nos va a
guiar hacia la verdad plena, como Cristo en el desierto fue guiado por el Espíritu
Santo, o aparece en los apóstoles, y los hechos de los apóstoles, que quieren por
un sitio, pero el Espíritu le sugería que fueran por otro camino. Tenemos una
misión guiada por el Espíritu Santo en la comunión de la iglesia.
Hoy damos gracias
a Dios, porque estos hermanos nuestros han discernido esta vocación, y se han
entregado plenamente al Señor, y hoy son acogidos de este modo por nuestra
diócesis, y también son enviados, para llevar esta buena nueva de la salvación.
Damos gracias a
Dios por este don inmenso del Espíritu Santo.
Ojalá tengamos esta memoria teológica de lo que es nuestra vida, esta
presencia del Espíritu Santo en nuestra vida, y nos daremos cuenta que nuestra
vida es guiada, es conducida, es abrazada, es llevada por otro. Si nos dejamos llevar por Él, querer por Él, si
nos dejamos iluminar por Él, y entonces vendrán las dificultades, las historias
y habrá paz, porque sabemos que nuestra vida está en manos de quien desde el
principio nos amó, y que al final de nuestra vida nos dará el abrazo
definitivo.
Pedimos a la Virgen
María en este mes de mayo por estos hermanos, pedimos por nuestra iglesia, ella
que recibió de un modo tan singular el Espíritu Santo, que concibió de Él a Jesucristo,
Nuestro Señor, que también acompañe y consuele siempre a la iglesia.
Que así sea.
X Mario Iceta Gabicagogeascoa
Obispo de Bilbao