lunes, 10 de junio de 2019

HOMILÍA PENTECOSTES 2019


1. Mendekoste egunez amaitzen dira Pazko aldiko berrogeta hamar egunak. Espiritu Santua ikasleen gainera isurtzea, Eleizaren jatorriak eta misino apostolikoaren hasiera oroitzen eta ospatzen dira. (El día de Pentecostés concluye los cincuenta días de la Pascua. Se conmemora la efusión del Espíritu Santo sobre los discípulos, los orígenes de la Iglesia y el inicio de su misión apostólica).

2. El Evangelio de Juan relata la primera aparición de Jesús resucitado a los discípulos. Era de noche, estaban con las puertas cerradas y tenían miedo. Es un panorama tenebroso y en cierto modo desolador. Es la experiencia de la ausencia de Dios. Cuando falta su luz, no somos capaces de interpretar y buscar el sentido a las diversas experiencias de la propia vida, particularmente a las situaciones de dolor, desengaño e injusticia.

3. Pero Jesús entra, se pone en medio y les trae su paz: “Paz a vosotros”. En otro fragmento evangélico habíamos escuchado de los labios de Jesús: “la paz os dejo, mi paz os doy, no os la doy como la da el mundo”. Es una paz nueva, que proviene de Dios, distinta de la paz que el mundo puede dar.

4. Jesús enseña sus heridas. Les enseñó las manos y el costado. Jesús, víctima inocente, cruelmente herido, maltratado, torturado; injustamente crucificado. También nos había dicho: “cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mi”. Y hoy nos acercamos a Él. También hemos escuchado de sus labios “Venid a mi los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón”. Es la llamada a todos los que padecen dolores e injusticias, heridas y tormentos, maltratos y humillaciones. “Venid a mi”, elevado sobre la cruz, porque yo os entiendo bien. Yo también he pasado el tormento de la injusticia, el sufrimiento, el dolor, la humillación, la soledad. Mirad las heridas de mis manos y mi costado, que son vuestras heridas en mi propia carne.

5. Y Jesús nos envía: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”. Jesús constituye a sus discípulos en ministros de la reconciliación. Una tarea que procede del Padre y del Hijo. Él posibilita la reconciliación de los unos con los otros y lo hace por medio de la efusión del Espíritu, que renueva los corazones. “Yo os arrancaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne como el mío”. Como Iglesia de Jesús, también nosotros “renovamos la toma de conciencia de la responsabilidad que va unida a este don: responsabilidad de la Iglesia de ser constitucionalmente signo e instrumento de la paz de Dios para todos los pueblos” (Benedicto XVI, homilía Pentecostés 2008). Jesusen ikasleoi adiskidetzearen eragile izatea dagokigu, parkamena eta adiskidetzea ahalbideratzen dituan Jainkoaren doearen eroale garalako. (De este modo, los discípulos de Jesús somos constituidos como agentes de reconciliación, portadores del don de Dios que posibilita el perdón y la reconciliación).


6. Del corazón endurecido y envenenado por el pecado nacen todas las injusticias y violencias. Por eso Jesús va a la raíz del origen del mal en el mundo: el pecado. Pekatua ezereztu eta giza bihotza berregin, horra hor gizadi adiskidetuaren sorrerarako funtsezko egitekoak. Bakarrik Jainkoak emongo deusku doe hori. (De este modo, destruir el pecado y reconstruir el corazón humano constituyen las tareas fundamentales para el nacimiento de una humanidad reconciliada. Es un don que sólo Dios nos lo puede conceder).

Por eso les concede a los discípulos la capacidad de “perdonar los pecados”, un poder que sólo compete a Dios. El perdón es la raíz de la sanación y de la reconciliación. Decía el Papa Benedicto XVI en la fiesta de Pentecostés de 2008. “¡Cuán importante y por desgracia no suficientemente comprendido es el don de la Reconciliación, que pacifica los corazones! La paz de Cristo sólo se difunde a través del corazón renovado de hombres y mujeres reconciliados y convertidos en servidores de la justicia, dispuestos a difundir en el mundo la paz únicamente con la fuerza de la verdad, sin componendas con la mentalidad del mundo, porque el mundo no puede dar la paz de Cristo. Así la Iglesia puede ser fermento de la reconciliación que viene de Dios. Sólo puede serlo si permanece dócil al Espíritu y da testimonio del Evangelio; sólo si lleva la cruz como Jesús y con Jesús. Precisamente esto es lo que testimonian los santos y las santas de todos los tiempos” (Benedicto XVI, homilía Pentecostés 2008).

7. Y esto lo hace con la donación del Espíritu Santo: “Sopló sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados”. Jesús obra en lo más profundo de la naturaleza humana. En la raíz misma de la injusticia, el dolor y la muerte. Con su cruz ha asaltado y conquistado la ciénaga más profunda y la tiniebla más oscura que atenazaba el corazón humano. Con el don de su Espíritu rehace nuestros corazones y les capacita para amar de un modo nuevo mediante el ejercicio del perdón. Les capacita para tener misericordia de todo sufrimiento humano, para reconocer el mal causado, para pedir y otorgar perdón y sanar las heridas más profundas, para abrir nuevos caminos de reconciliación, de fraternidad y de paz.


8. Esta es la paz que concede Dios. No la da como la da el mundo, porque no nace de un pacto humano, sino de la donación del mismo amor de Dios que rehace nuestro corazón y le da una capacidad nueva de amar. “La palabra que Jesús resucitado pronunció dos veces cuando se apareció en medio de los discípulos en el Cenáculo, al anochecer de Pascua: «Shalom», «Paz a vosotros» (Jn 20, 19. 21). La palabra shalom no es un simple saludo; es mucho más: es el don de la paz prometida (cf. Jn 14, 27) y conquistada por Jesús al precio de su sangre; es el fruto de su victoria en la lucha contra el espíritu del mal. Así pues, es una paz «no como la da el mundo», sino como sólo Dios puede darla. (Benedicto XVI, homilía Pentecostés 2008).

9.Y los discípulos se llenaron de alegría. Es la alegría de la reconciliación y de la fraternidad. La alegría de que existe un poder mayor que nuestras fuerzas: el poder del amor de Dios que inunda nuestra vida de esperanza. Que la paz del Señor prenda en nuestros corazones. Jesusi esker itxaropena izan daikegu. Zauri eta bidegabekeria guztietatik harago bada aukerarik maitasun, erruki, parkamen eta bakezko Espiritua isurketaz, Jainkoaren maitasunak birsortutako gizadi barriari barriro ekiteko. (En Él es posible la esperanza. Más allá de todas las heridas e injusticias, es posible recomenzar en una humanidad nueva recreada por el amor de Dios, por la efusión de su Espíritu, que es Espíritu de amor, de misericordia, de perdón y de paz).

10. Para vosotras, queridas víctimas que hoy culmináis en esta celebración un camino emprendido hace dos años, pedimos este don de Dios. Es el Espíritu Santo quien os ha guiado y alentado durante este tiempo. Vuestro camino y vuestra presencia hoy aquí es signo de esta donación del Espíritu. Las heridas de Jesús están marcadas para siempre en sus manos y en su costado. Pero ya no supuran. Él las presenta continuamente al Padre como sello del inmenso amor a Él y a nosotros. Pedimos al Señor que también vuestras heridas ya no supuren porque han sido sanadas por el amor de Dios. Vosotros sois testigos de esta humanidad nueva que Jesús quiere recrear por el don de su Espíritu. Agradecemos de corazón vuestro testimonio y vuestra presencia entre nosotros esta luminosa mañana de Pentecostés.


Mendekoste egunez, apostoluakaz batera, Espiritu Santuaren isurketaren zain egoan Mariagaz bat egin eta geuk be goi-goitik datorren doe hori, maitasun, adiskidetze eta bakezko Espiritua, eskatu eta itxarongo dogu. (Junto a María, que con los apóstoles aguardaba la efusión del Espíritu Santo, también nosotros, todos juntos pedimos y aguardamos este don de lo alto. Espíritu de amor, de reconciliación y de paz). AMEN.

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