1. Mendekoste
egunez amaitzen dira Pazko aldiko berrogeta hamar egunak. Espiritu Santua
ikasleen gainera isurtzea, Eleizaren jatorriak eta misino apostolikoaren
hasiera oroitzen eta ospatzen dira. (El día de Pentecostés concluye los cincuenta días de
la Pascua. Se conmemora la efusión del Espíritu Santo sobre los discípulos, los
orígenes de la Iglesia y el inicio de su misión apostólica).
2. El Evangelio de Juan relata la primera aparición de Jesús
resucitado a los discípulos. Era de noche, estaban con las puertas cerradas y
tenían miedo. Es un panorama tenebroso y en cierto modo desolador. Es la
experiencia de la ausencia de Dios. Cuando falta su luz, no somos capaces de
interpretar y buscar el sentido a las diversas experiencias de la propia vida,
particularmente a las situaciones de dolor, desengaño e injusticia.
3. Pero Jesús entra, se pone en medio y les trae su paz: “Paz
a vosotros”. En otro fragmento evangélico habíamos escuchado de los labios de
Jesús: “la paz os dejo, mi paz os doy, no os la doy como la da el mundo”. Es
una paz nueva, que proviene de Dios, distinta de la paz que el mundo puede dar.
4. Jesús enseña sus heridas. Les enseñó las manos y el
costado. Jesús, víctima inocente, cruelmente herido, maltratado, torturado;
injustamente crucificado. También nos había dicho: “cuando sea elevado sobre la
tierra, atraeré a todos hacia mi”. Y hoy nos acercamos a Él. También hemos
escuchado de sus labios “Venid a mi los que estáis cansados y agobiados y yo os
aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mi, que soy manso y humilde de
corazón”. Es la llamada a todos los que padecen dolores e injusticias, heridas
y tormentos, maltratos y humillaciones. “Venid a mi”, elevado sobre la cruz, porque
yo os entiendo bien. Yo también he pasado el tormento de la injusticia, el
sufrimiento, el dolor, la humillación, la soledad. Mirad las heridas de mis
manos y mi costado, que son vuestras heridas en mi propia carne.
5. Y Jesús nos envía: “Como el Padre me ha enviado, así os
envío yo”. Jesús constituye a sus discípulos en ministros de la reconciliación.
Una tarea que procede del Padre y del Hijo. Él posibilita la reconciliación de
los unos con los otros y lo hace por medio de la efusión del Espíritu, que
renueva los corazones. “Yo os arrancaré el corazón de piedra y os daré un
corazón de carne como el mío”. Como Iglesia de Jesús, también nosotros “renovamos
la toma de conciencia de la responsabilidad que va unida a este don:
responsabilidad de la Iglesia de ser constitucionalmente signo e instrumento de
la paz de Dios para todos los pueblos” (Benedicto XVI, homilía Pentecostés 2008). Jesusen ikasleoi adiskidetzearen eragile izatea
dagokigu, parkamena eta adiskidetzea ahalbideratzen dituan Jainkoaren doearen
eroale garalako. (De este modo, los discípulos de Jesús somos constituidos
como agentes de reconciliación, portadores del don de Dios que posibilita el
perdón y la reconciliación).
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Por eso les concede a los discípulos la capacidad de
“perdonar los pecados”, un poder que sólo compete a Dios. El perdón es la raíz
de la sanación y de la reconciliación. Decía el Papa Benedicto XVI en la fiesta
de Pentecostés de 2008. “¡Cuán importante y por desgracia no suficientemente
comprendido es el don de la Reconciliación, que pacifica los corazones! La paz
de Cristo sólo se difunde a través del corazón renovado de hombres y mujeres
reconciliados y convertidos en servidores de la justicia, dispuestos a difundir
en el mundo la paz únicamente con la fuerza de la verdad, sin componendas con
la mentalidad del mundo, porque el mundo no puede dar la paz de Cristo. Así la
Iglesia puede ser fermento de la reconciliación que viene de Dios. Sólo puede
serlo si permanece dócil al Espíritu y da testimonio del Evangelio; sólo si
lleva la cruz como Jesús y con Jesús. Precisamente esto es lo que testimonian
los santos y las santas de todos los tiempos” (Benedicto XVI, homilía
Pentecostés 2008).
7. Y esto lo hace con la donación del Espíritu Santo: “Sopló
sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los
pecados, les quedan perdonados”. Jesús obra en lo más profundo de la naturaleza
humana. En la raíz misma de la injusticia, el dolor y la muerte. Con su cruz ha
asaltado y conquistado la ciénaga más profunda y la tiniebla más oscura que
atenazaba el corazón humano. Con el don de su Espíritu rehace nuestros
corazones y les capacita para amar de un modo nuevo mediante el ejercicio del
perdón. Les capacita para tener misericordia de todo sufrimiento humano, para
reconocer el mal causado, para pedir y otorgar perdón y sanar las heridas más
profundas, para abrir nuevos caminos de reconciliación, de fraternidad y de
paz.
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9.Y los discípulos se llenaron de alegría. Es la alegría de
la reconciliación y de la fraternidad. La alegría de que existe un poder mayor
que nuestras fuerzas: el poder del amor de Dios que inunda nuestra vida de
esperanza. Que la paz del Señor prenda en nuestros corazones. Jesusi esker itxaropena izan daikegu. Zauri eta
bidegabekeria guztietatik harago bada aukerarik maitasun, erruki, parkamen eta
bakezko Espiritua isurketaz, Jainkoaren maitasunak birsortutako gizadi barriari
barriro ekiteko. (En Él es posible la esperanza. Más
allá de todas las heridas e injusticias, es posible recomenzar en una humanidad
nueva recreada por el amor de Dios, por la efusión de su Espíritu, que es
Espíritu de amor, de misericordia, de perdón y de paz).
10. Para vosotras, queridas víctimas que hoy culmináis en
esta celebración un camino emprendido hace dos años, pedimos este don de Dios.
Es el Espíritu Santo quien os ha guiado y alentado durante este tiempo. Vuestro
camino y vuestra presencia hoy aquí es signo de esta donación del Espíritu. Las
heridas de Jesús están marcadas para siempre en sus manos y en su costado. Pero
ya no supuran. Él las presenta continuamente al Padre como sello del inmenso
amor a Él y a nosotros. Pedimos al Señor que también vuestras heridas ya no supuren
porque han sido sanadas por el amor de Dios. Vosotros sois testigos de esta
humanidad nueva que Jesús quiere recrear por el don de su Espíritu. Agradecemos
de corazón vuestro testimonio y vuestra presencia entre nosotros esta luminosa
mañana de Pentecostés.
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