Queridos hermanos sacerdotes, queridas familias.
1. Me alegro mucho de poder compartir con vosotros
esta jornada mariana de la familia. La Virgen María nos acoge en su casa
y nosotros nos disponemos a disfrutar de una jornada intensa junto a Ella,
agradeciendo el don inmenso que Dios nos ha hecho al regalarnos una familia y
proponernos a la Sagrada Familia de Nazaret como ejemplo de hogar presidido por
el amor, la alegría y la esperanza.
2. Pedimos el don del Espíritu Santo para penetrar en
el sentido de las lecturas que nos ofrece la liturgia de hoy. Acabamos de
escuchar lo que se conoce como la Anunciación a San José, recogida en el
Evangelio de San Mateo. Como sabéis, el Evangelio de San Lucas nos relata la
Anunciación del arcángel Gabriel a la Virgen María. Se trata de la
revelación del plan de salvación de Dios para toda la humanidad. En la
Anunciación a la Virgen María el arcángel Gabriel se presenta de modo
personal en tono mayor, con un diálogo asombroso entre ambos que nunca nos
cansaremos de orar y meditar. En cambio, la Anunciación a San José se realiza en
tono menor, un ángel se le aparece en sueños. Es como el reflejo de la
Anunciación a María, como la luz de la Mujer vestida de Sol que se refleja en San
José que acoge y acepta el plan de Dios y lo abrazará con grandísima humildad y
fidelidad hasta el fin de sus días. En el “fiat” de José reverbera el “fiat”
grandioso de la Virgen Madre.
3. También Dios nos ha revelado su plan de
salvación para cada uno de nosotros. No de modo solemne como a la Virgen
María, pero sí de modo menor, como a San José. Dios ha ido entretejiendo los
acontecimientos de nuestra propia historia, nos ha hablado por medio de su
palabra, de modo providente ha puesto en nuestro caminar a nuestros padres,
familiares, amigos, personas, situaciones, acontecimientos que son indicaciones
ciertas de su voluntad. “La Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá
por nombre Enmanuel, que significa: Dios con nosotros”. No lo olvidemos nunca:
Dios con nosotros. ¡Dios siempre con nosotros! La aventura de la vida una
iniciativa suya, no nuestra. Dios quiere estar siempre con nosotros como Padre
amoroso.
4. “No tengas reparo en llevarte a María, pues la
criatura que hay en Ella viene del Espíritu Santo”. La vocación conlleva
siempre una misión y una relación nueva con Dios y con el prójimo. El Papa
Francisco ha recordado a los jóvenes en su última exhortación apostólica: “Quiero
recordar cuál es la gran pregunta: Muchas veces, en la vida, perdemos tiempo
preguntándonos: “Pero, ¿quién soy yo?”. Y tú puedes preguntarte quién eres y
pasar toda una vida buscando quién eres. Pero pregúntate: “¿Para quién soy
yo?”. Eres para Dios, sin duda. Pero Él quiso que seas también para los demás,
y puso en ti muchas cualidades, inclinaciones, dones y carismas que no son para
ti, sino para otros. (Papa Francisco, Christus vivit 286).
5. Por eso, no tengas reparo en abrazar tu propia
historia, los acontecimientos que jalonan tu vida que siempre se concibe en
relación a Dios y a los demás, que revelan tu vocación y misión en la que se
manifiesta la voluntad de Dios. Es conmovedor contemplar cómo el camino de
María y de José es un camino de misión, un camino de fe y confianza plena. Muchas
veces no comprendían el camino de salvación que Dios les indicaba. En el
evangelio de hoy vemos cómo José no entendía lo que ocurría en el seno purísimo
de María su esposa. También María pregunta con sencillez al ángel cómo podía
ocurrir todo lo que se le estaba anunciando. Cuando encuentran a Jesús
adolescente en medio de los doctores, san Lucas señala que María y José “no
comprendieron lo que Jesús les dijo” (Lc 2, 50). Pero María conservaba todo
esto en su corazón (Lc 2, 51).
6. Tampoco nosotros comprendemos muchas veces
lo que nos está ocurriendo, sobre todo en momentos oscuros de la existencia; no
sabemos a dónde nos conducirá el futuro de nuestra historia ni el sentido
último de muchos acontecimientos. No alcanzamos particularmente a comprender
los problemas que pueden surgir en el caminar de nuestras familias: problemas
de salud, económicos, dificultades que nos parecen muy difíciles de superar…
tantas veces no comprendemos y necesitamos preguntar, confiar, dejarnos
ayudar, ponernos manos a la obra y abrirnos a la esperanza del Enmanuel:
Dios siempre con nosotros. Como hemos escuchado en la segunda lectura: “sabemos
que a los que aman a Dios todos les sirve para el bien” (Rm 8, 28). Llegará un
día en que seamos capaces de comprenderlo y contemplar la bondad de Dios que
saca siempre bienes de los males.
7. El misterio Pascual, la la muerte y
resurrección del Señor, es un misterio de amor esponsal. Queridos
matrimonios, de este misterio brota vuestra vocación matrimonial y familiar.
Cristo en la cruz entrega su vida a su esposa la Iglesia y la genera. El día
de vuestro matrimonio fuisteis sumergidos para siempre en esta fuente de gracia
que os configuró sacramentalmente a imagen de Cristo esposo e Iglesia esposa.
De este modo, Jesús nos enseña que el amor es un misterio de entrega que genera
vida.
8. En la humildad y desnudez de la cruz, Dios nos
enseña que en la humildad acontece el misterio del amor. El amor de Dios
nos sitúa ante nuestra propia realidad, que es siempre de indigencia. Somos
mendigos que necesitamos apasionadamente ser amados. Cuando somos amados
nuestra vida crece y se abre a su plenitud y eternidad. Percibir este amor
nos enseña al mismo tiempo a amar a los demás. Esta indigencia de amor nos
enseña a ser humildes. ¿Qué tienes que no hayas recibido? Sólo el humilde sabe
amar de verdad, todo lo agradece, sabe disculpar y perdonar, sabe pedir y
esperar. El soberbio, orgulloso y vanidoso, lleva en sí una herida que le
impide amar. El humilde sabe que necesita desesperadamente ser amado. La primera
lectura nos ha hablado precisamente de la humildad como puerta que nos abre al
amor y a la salvación: “Tú, Belén de Éfrata, pequeña entre las aldeas de Judá,
de ti saldrá el jefe de Israel” (Miq 5, 1).
9. Esta presencia del amor esponsal de Cristo por
su Iglesia se expresa sacramentalmente en el Matrimonio y en la Eucaristía.
Por eso todos, y de modo particular las familias, necesitamos participar de la
Eucaristía. Como afirma el Papa Francisco: “¿Qué podemos responder a quien dice
que no hay que ir a Misa, ni siquiera el domingo, porque lo importante es vivir
bien y amar al prójimo? Es cierto que la calidad de la vida cristiana se mide
por la capacidad de amar, como dijo Jesús: «En esto conocerán todos que sois
discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Juan 13, 35); ¿Pero
¿cómo podemos practicar el Evangelio, sin sacar la energía necesaria para
hacerlo, un domingo después de otro, en la fuente inagotable de la Eucaristía?
No vamos a misa para dar algo a Dios, sino para recibir de Él aquello de lo que
realmente tenemos necesidad” (Papa Francisco, 13 diciembre 2017). El secreto y
la fuente del amor, no lo olvidéis nunca, es la Eucaristía.
10. También me gustaría recordar la necesidad de la
oración tanto personal como familiar. Una hermosa oración de bendición del
hogar dice: “Cristo el Señor esté aquí en medio de vosotros, fomente vuestra
caridad fraterna, participe en vuestras alegrías y os consuele en vuestras
tristezas. Procurad que vuestra casa sea un hogar luminoso y alegre, donde
todos encuentren acogida y se haga manifiesta la caridad del Señor que se
entregó por nosotros hasta la muerte y una muerte de cruz. Que aprendáis a
amaros cada día más fomentando el espíritu de servicio; a obedecer, como el
Señor obedeció a sus padres; a perdonar, como Él nos perdonó en la cruz. Vivid
unidos, pendientes de los demás, compartiendo la misma casa, dispuestos al
sacrificio y a la ayuda mutua. Alejad de vuestro hogar los enfrentamientos y
rencores; el egoísmo y la desconfianza. Que aquí se respete siempre el Nombre
de Dios, se aprenda a imitar a Cristo y se invoque con frecuencia la protección
de la Virgen María y de todos los santos para que intercedan por vosotros, por
vuestros familiares difuntos y así podáis encontrar la Casa del Cielo,
"Bendición" eterna a la que todos aspiramos”.
11. Somos conscientes de nuestra debilidad. No sólo la
Eucaristía nos fortalece. También contamos con el sacramento de la reconciliación
que cura las heridas y restablece lo que estaba roto con el ungüento del amor
de Cristo. Es fundamental saber reconocer las faltas, pedir humildemente
perdón y ofrecer generosamente el perdón. Que no se ponga el sol en la
jornada cotidiana sin habernos otorgado y recibido humilde y magnánimamente el
perdón que necesitamos para caminar y para que nuestras vidas se fortalezcan y
aprendan cada día a amar más y mejor.
11. Quisiera encomendar hoy de modo particular a las familias
que atraviesan momentos de dificultad y de cruz. Cada uno sabe cuál es su
cruz y de qué modo pone a prueba la fe y la esperanza. No estáis solos en la
cruz. Dios pone un límite al sufrimiento y siempre muestra un camino por
el que poder transitar y donde Él nos espera para acompañarnos y sostenernos.
No viváis solos en el sufrimiento. Dios nos ha puesto los unos con los
otros para caminar juntos y ayudarnos en los momentos de debilidad y fatiga. Estemos
todos atentos a las necesidades de las familias que atraviesan dificultades
y prestémonos a colaborar en la medida que lo necesiten de modo concreto y
siempre con delicadeza y humildad, de modo que la esperanza nunca se apague.
12. Y quisiera terminar haciendo referencia a la fecundidad
y creatividad maravillosa del amor esponsal y familiar. Se expresa de modo
particular en el amor, cuidado y educación de los hijos. Cuántos
desvelos y sacrificios por ellos. Sólo lo conocerán cuando lo que está velado
quede al descubierto en el día final. Este amor a los hijos refleja y
transfigura el amor infinito que Dios les tiene. Es necesaria una educación
que los haga crecer como hijos e hijas amados de Dios, los capacite
para transformar el mundo según el corazón de Cristo, para ser edificadores de
una humanidad nueva y fraterna, sembradores del Reino de Dios, que es Reino de
amor, justicia, misericordia y paz. Un Reino, que como ha anunciado San Gabriel
a la Virgen María, “no tendrá fin”.
13. El amor de la familia es capaz de superar los
límites de la propia carne y sangre para acoger y servir a niños que no
tienen familia, a familias que sufren, a enfermos y ancianos, a los heridos de
la vida, a los excluidos y descartados, a los empobrecidos e inmigrantes. Es en la familia donde aprendemos a mirar de
un modo distinto, no con mirada sociológica, economicista o simplemente
indiferente. Aprendemos a ver con los ojos de Cristo. De modo particular
las madres tienen un don especial para percibir las necesidades y sufrimientos.
Y ellas nos enseñan a mirar de este modo nuevo. Quiera Dios que vuestras
familias sean acogedoras, sensibles a las necesidades de los demás y
servidoras de los necesitados. Que seamos capaces de abrigar con el
amor familiar las noches frías y solitarias de los excluidos y heridos de la
vida. Gabriel significa fortaleza de Dios. No en vano es el nombre del
arcángel enviado a María para comunicarle el plan de Dios que requiere
especialmente de esta virtud y don del Espíritu Santo.
14. Queridas familias. Nos acogemos hoy al cuidado
materno y a la intercesión poderosa de la Virgen María en este hermoso
santuario dedicado a honrarla y venerarla. Participemos con profundo agradecimiento
en esta Eucaristía que hace presente el misterio de amor al que estamos
llamados a vivir y de donde brota la fuente perenne de la esperanza y la
alegría. Desde lo más profundo de nuestro corazón concluyamos estas palabras
mostrando nuestro amor sincero y alabando a la Virgen Madre con las
palabras que culminan el rezo de la Salve: “Oh clementísima, oh piadosa, oh
dulce siempre Virgen María”. Reina y Madre de nuestras familias. Ruega por
nosotros. AMEN.
+ Mario Iceta Gabicagogeascoa. Obispo de Bilbao
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