Homilía para el 2º domingo de Adviento:
¿Habrá justicia en este mundo?
A veces la experiencia de la vida nos dice que no hay justicia y que nunca la habrá. Podríamos hacer aquí multitud de preguntas para las que probablemente no tendríamos más respuesta que un movimiento de cabeza manifestando una cierta desesperanza. ¿Por qué tantos jóvenes terminan envueltos en la violencia, las drogas y la delincuencia? ¿Por qué las bandas existen en nuestras calles? ¿Por qué a veces la justicia no se aplica del mismo modo en los barrios de la gente bien que en los barrios pobres? ¿Por qué en unos casos la ley se aplica con toda su dureza y en otros con una enorme comprensión? ¿Por qué hay hombres que no saben tratar a las mujeres, incluso a la suya, con el respeto que se merecen? ¿Por qué a unos –muy pocos– les toca una ración tan grande en la tarta de este mundo, a otros una ración tan miserable y a otros muchos no les toca nada? ¿Por qué? ¿Por qué? Algunos nos hablarían de los problemas sociales y políticos, culturales y humanos que son la causa de todos esos problemas, nos envolverían con palabras y largos discursos. Pero al final nos quedaría todavía ese último “¿por qué?” rondando por la cabeza.

Pero es necesario un paso intermedio. Juan Bautista en el Evangelio nos lo recuerda. Es necesaria la conversión. Si esperamos al Señor, hay que empezar a preparar los caminos para su venida. Es decir, hay que vivir ya, aquí y ahora, como si Él estuviera ya aquí. Esa es la mejor preparación. Juan Bautista nos lo dice claramente: “Cambien su vida y su corazón”. Porque estaría muy mal quejarse de que no hay justicia al tiempo que practicamos la injusticia entre nosotros. Si no empezamos ya ahora a practicar la justicia, quizá es que, ¡ay!, en el fondo no la deseamos.
Para la reflexión
¿Creo que este mundo es injusto? ¿En dónde veo la injusticia? ¿Contribuyo de alguna manera con mis actitudes y mi comportamiento a que siga habiendo injusticia? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué puedo hacer para promover la justicia en mi barrio, en mi familia, con mis amigos, en mi trabajo, en mi país?
Homilía para la solemnidad de la Inmaculada Concepción
De Eva a María
La primera lectura y el Evangelio de esta fiesta ponen en relación a María con Adán y Eva, nuestros primeros padres, el símbolo primero de la humanidad. En ellos se ve cómo somos capaces de eludir la responsabilidad. Queremos ser libres pero no queremos rendir cuentas de lo que hacemos. Es como si prefiriésemos vivir toda la vida como niños o adolescentes inmaduros. Cuando en el relato del Génesis Dios pregunta a Adán y Eva qué ha sucedido, la respuesta de los dos es muy parecida. Los dos echan a la culpa a otro. “No sabían lo que hacían”, “fue la mujer que me diste por compañera” (y así, muy finamente, Adán le echa la culpa a Dios mismo de lo sucedido), “fue la serpiente”. Se trata de liberarse de la culpa. Y con la culpa se va la responsabilidad también. Y, de paso, la libertad. Porque la libertad es nada sin responsabilidad.
La actitud de María en el Evangelio de Lucas es muy diferente. Ante el saludo del ángel, María se siente perturbada. Pero eso no la lleva a decir que posiblemente el ángel estaba buscando a otra persona y que ella no era la elegida. María escucha, asume el desafío que la presencia del ángel presenta y responde (responder tiene mucho que ver con “responsabilidad” y, por tanto, con “libertad”) afirmativamente a su propuesta. En el momento del “sí” no es plenamente consciente de las consecuencias que comportará en el futuro su respuesta, pero el resto del Evangelio nos muestra a una mujer que sabe estar en los momentos más fundamentales de la vida de su hijo, que escucha su palabra y la guarda en el corazón, que le acompaña hasta en el momento de la cruz y que, más tarde, aparece, como una más, en medio de la comunidad cristiana. Todo un ejemplo de madurez, de responsabilidad, y, por tanto, de libertad.
María, al responder positivamente al anuncio del ángel, rompe una tendencia que todavía está presente en el corazón de muchos de nosotros: la de echar la culpa a otro, la de no querer asumir la responsabilidad que está inseparablemente unida al inmenso don que es la libertad. Al renunciar a la responsabilidad, renunciamos también a la libertad. Y nos quedamos reducidos a ser unos perpetuos niños.
María representa a la nueva humanidad, hecha de hombres y mujeres libres y responsables, conscientes de que Dios ha puesto este mundo en nuestras manos y de que tenemos que cuidarlo y mejorarlo, que compartirlo con nuestros hermanos y hermanas. María es, así, fuente de esperanza. Es posible una humanidad nueva, es posible un mundo diferente, si acogemos, como ella lo hizo, el anuncio del Reino en nuestros corazones, si asumimos nuestra libertad con responsabilidad y madurez.
Para la reflexión¿Cómo vivo mi libertad? ¿Significa que puedo hacer lo que me dé la gana sin que me importen las consecuencias? ¿O asumo de forma responsable las consecuencias de mis decisiones?
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