En la tiniebla brilló la luz de vida y de paz
Queridos
hermanos y hermanas.
1.
El inicio del mes de diciembre coincide con el comienzo del nuevo año litúrgico
mediante la celebración del tiempo de Adviento. En este tiempo, hacemos memoria
de la venida del Hijo de Dios, nacido en Belén, y también de la esperanza en su
venida gloriosa al final de los tiempos. Es una afirmación que aclamamos al
menos en dos ocasiones cuando celebramos la Eucaristía. Tras la consagración,
proclamamos el misterio de la fe diciendo: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu
resurrección hasta que vuelvas. Y después de la oración del Padrenuestro, el
sacerdote ora diciendo: … nos veamos libres de toda perturbación mientras
esperamos la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo.
2.
Esta última venida del Señor Jesús al final del tiempo, así como el encuentro
definitivo con Él en el momento de nuestra muerte, es el término de nuestra
esperanza. La vida humana no camina hacia la inexistencia, sino hacia una
plenitud que Dios nos regala por medio de la efusión del Espíritu Santo a
través de su Hijo. Muy pocas veces hablamos de la eternidad, de la vida plena
que al final del tiempo podemos esperar, del gozo de compartir esa plenitud en
el corazón de Dios y en la compañía de los seres que hemos querido. El tiempo
de Adviento es también un tiempo de anhelar esa eternidad, de recordar que nos
encaminamos a habitar esa morada que Jesús ha ido a prepararnos y que, cuando
esté preparada, vendrá a buscarnos para llevarnos para siempre con Él (cfr. Jn
14, 1ss.).
3.
Pero también este tiempo nos recuerda que el Reino de Dios ha comenzado en
medio de nosotros mediante la Encarnación del Verbo, que renueva en sí todas
las cosas. Durante este nuevo año litúrgico será el evangelio de San Mateo
quien nos acompañará en las lecturas dominicales. Es un evangelio que trata
profusamente acerca del Reino de Dios, con sus múltiples parábolas de la
levadura, el tesoro escondido, el grano de mostaza, las vírgenes que aguardan
al esposo… Este Reino constituye una de las peticiones que habitualmente oramos
en el Padrenuestro: “Venga a nosotros tu Reino”. Esta petición del Padrenuestro
constituye así mismo la gran misión que el Señor nos ha encomendado.
4.
Durante este tiempo de Adviento celebraremos la fiesta de la Concepción
Inmaculada de María. Es también el día del Seminario. El lema escogido para
este año es: “el seminario misión de todos”. Recordamos las palabras de los
mártires de Cartago en la época Romana: “sin la Eucaristía no podemos vivir”.
Efectivamente, la Eucaristía es el pan de vida. Como nos recuerda Jesús: “Si no
coméis mi carne y no bebéis mi sangre no tenéis vida en vosotros” (Jn 6, 53). Y
por eso, en el Padrenuestro rogamos a Dios: “Danos hoy nuestro pan de cada
día”. No sólo el pan material y tantos dones que necesitamos para vivir.
Pedimos también el pan espiritual, el pan de vida para hoy y para la eternidad
(cfr. Jn 6, 35).
5.
Esta carne eucarística y este pan de vida nos llegan por medio del ministerio
de los sacerdotes. En este día del Seminario oremos por las vocaciones al
ministerio sacerdotal. Que niños, jóvenes y adultos escuchen la llamada de Dios
y sean ayudados a responder con generosidad. Oremos también por nuestros
seminaristas y sus formadores. Que Cristo vaya modelando su corazón de buen
pastor. Que sean servidores fieles y entregados a la porción del Pueblo de Dios
que se les va a encomendar. Ayudemos al seminario con nuestra oración y
cercanía. También colaboremos en sus necesidades materiales y económicas.
6.
Y el hermoso tiempo de Adviento desembocará en la solemnidad del Nacimiento del
Señor. En la Misa de medianoche del día de Navidad, la Iglesia proclama la
lectura del profeta Isaías: “El pueblo que caminaba en tiniebla vio una luz
grande; habitaban tierra de sombras y una luz les brilló” (Is, 9, 1-2). Y esa
luz resplandece en un Niño, recostado humildemente en un pesebre. Nunca
alcanzaremos a comprender plenamente el amor que se esconde en un Dios que ha
tomado para siempre nuestra carne para hacernos partícipes de su amor y vida.
Es un misterio revelado a la gente sencilla y escondido a los que se creen
sabios (cfr. Mt 11, 25). Un misterio que necesita de corazones humildes y
sencillos para ser acogido. Un misterio que posibilita reconocernos hermanos y
obrar como tales. Que el tiempo de Adviento nos ayude a prepararnos a recibir
con agradecimiento este misterio del amor de Dios. Que la Virgen María, a quien
veneramos en este tiempo como Virgen de la Esperanza y en Navidad como Madre de
Dios y Madre nuestra, nos enseñe a acoger el don de Dios. Con gran afecto.
+
Mario Iceta Gabicagogeascoa
Obispo
de Bilbao
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