La santidad de la
puerta de al lado
1. La solemnidad de todos los santos inaugura el mes de
noviembre. Es una fiesta con sentimientos encontrados. El recuerdo feliz de
quienes han acompañado nuestras vidas y ya han pasado a la casa del Padre,
junto con la nostalgia de no tenerlos físicamente presente entre nosotros.
Entre ambos sentimientos encontrados surge la esperanza cristiana, tan
bellamente expresada por las palabras de San Pablo: “Haz memoria de Jesucristo,
resucitado de entre los muertos, del linaje de David… si morimos con Él,
también con Él viviremos… Él permanece fiel” (cfr. 2 Tim 2, 8.11.13). Son muy
consoladoras las palabras que a este respecto nos dirigió el Papa Francisco en
la exhortación “Gaudete et exultate”: “Me gusta ver la santidad en el pueblo de
Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos
hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos,
en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir
adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas
veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de
nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión,
«la clase media de la santidad». Dejémonos estimular por los signos de santidad
que el Señor nos presenta a través de los más humildes miembros de ese pueblo
que «participa también de la función profética de Cristo, difundiendo su
testimonio vivo sobre todo con la vida de fe y caridad» (GE , 7-8).
2. En este ambiente de llamada a la santidad, celebramos el
día de la Iglesia diocesana bajo el lema: “Zu barik nora? Contigo hay futuro”. Este
día tratamos de tomar conciencia del don que supone la Iglesia diocesana para
cada uno de nosotros. En ella hemos nacido a la vida, celebramos la fe,
recibimos la Palabra de Dios y todos sus dones, formamos parte de esta gran
familia, nos ponemos en camino siendo discípulos y misioneros, aprendemos a
compartir y a servir a quienes nos necesitan, anunciamos y edificamos el Reino
de Dios en medio de nosotros.
3. En una sociedad con sus luces y sus sombras, con sus gozos
y dolores, el individualismo es un rasgo, entre otros, que nos caracteriza y
del que los cristianos también somos partícipes. Por eso, debemos recordar la
pertenencia gozosa a un Pueblo y cada uno poner su granito de arena y expresar
de modo creativo y novedoso esta realidad. En la misma exhortación “Gaudete et
exultate” anteriormente citada, el Papa nos recuerda: “El Espíritu Santo
derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios, porque «fue
voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin
conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le
confesara en verdad y le sirviera santamente». El Señor, en la historia de la
salvación, ha salvado a un pueblo. No existe identidad plena sin pertenencia a
un pueblo.” (GE, 6).
3. Y una semana después celebraremos la jornada mundial de
los pobres que incluye en sí lo que durante muchos años hemos celebrado como el
gesto diocesano de solidaridad. El lema elegido por el Papa Francisco para este
año es: “La esperanza de los pobres nunca se frustrará (Sal 9, 19)”. En su
mensaje, el Papa nos habla de viejas y nuevas esclavitudes y nos interpela con
estas palabras: “La Iglesia, estando cercana a los pobres, se reconoce como un
pueblo extendido entre tantas naciones cuya vocación es la de no permitir que
nadie se sienta extraño o excluido, porque implica a todos en un camino común
de salvación. La condición de los pobres obliga a no distanciarse de ninguna
manera del Cuerpo del Señor que sufre en ellos. Más bien, estamos llamados a
tocar su carne para comprometernos en primera persona en un servicio que
constituye auténtica evangelización. (Mensaje III jornada mundial de los
pobres, 6). En la diócesis estamos preparando este día, que incluirá
actividades con los más jóvenes, un gesto de toda la diócesis compartiendo una
jornada con quienes viven en la pobreza o en riesgo de exclusión y con gestos
que cada vicaría o unidad pastoral organizará en su entorno.
5. En último término, la santidad, la pertenencia activa y a
apasionada a la Iglesia diocesana y la acogida, servicio y promoción de los
pobres son dimensiones profundamente conexas entre sí como expresión de un
Pueblo de Dios que camina por la historia sembrando el Reino de Dios que el
Señor nos ha confiado y Él mismo ha inaugurado con su muerte y resurrección. A
María, Madre de la Iglesia nos encomendamos durante este mes de la santidad.
Con gran afecto.
+ Mario Iceta Gabicagogeascoa
Obispo de Bilbao
La historia de Zaqueo es parecida. Por lo que nos dice el Evangelio, era un hombre rico. De entrada eso ya nos habla de una persona que tiene una buena imagen. La imagen social se hace a base de tener una buena casa y un buen coche, vivir en un buen barrio y disponer de fondos en el banco. A esas personas, los empleados de los bancos los tratan con respeto. Zaqueo era un hombre rico. Zaqueo había conseguido el respeto de los que vivían con él. Pero sabía que ese respeto era más por temor que por amor. Le tenían respeto pero no cariño. Porque su riqueza, probablemente, había sido amasada a base de hacer harina a los demás. Zaqueo era un publicano, uno que se dedicaba a recaudar los impuestos para los opresores romanos a cambio de quedarse con un tanto por ciento. Había hecho su riqueza a base de oprimir a sus vecinos. Zaqueo sabía que su imagen era sólo apariencia, que si le cedían el paso cuando le encontraban por la calle no era porque le amasen. En absoluto. Más bien, le odiaban. Zaqueo se había esforzado mucho por triunfar pero la verdad era que no lo había logrado. Para nada.
El publicano se sitúa en las antípodas. Es oficialmente un pecador. Todo el mundo lo sabe. Él también. No tiene nada que presentar ante Dios. Basta con recordar la forma como la gente le mira para imaginarse como Dios lo mira también. Pero va al templo. Me hace pensar en algunas de nuestras iglesias donde las prostitutas de la zona, aunque no van a misa, se acercan a horas en que no hay casi nadie en el templo para encender una vela y hacer una oración a algún santo. El publicano se sabe pecador y lo único que hace es pedir a Dios que le tenga compasión. 

Algunos han despreciado esa oración sencilla de tantos hombres y mujeres. ¡Inmenso error! Esa oración denota una confianza enorme en Dios, en el que todo lo puede. Esas personas suelen ser constantes en su oración, independientemente de que suceda lo que piden que suceda o no. Dios es su punto de referencia continua y no deja de serlo. Quizá es que esas personas han comprendido perfectamente lo que hoy dice Jesús en el Evangelio a sus discípulos. Hay que orar incesantemente, hay que orar sin desanimarse. La comparación entre el juez de la parábola y Dios es clarísima. Los hombres conocemos la corrupción. El juez hace justicia sólo para evitar ser molestado. Pero Dios no es como el juez. Dios es Padre. Dios nos ha creado y nos ha elegido para la vida. ¿No hará justicia Dios a sus elegidos? ¿Es que su amor por ellos no es real? Por eso hay que confiar en él. Esa confianza forma parte esencial de la fe. Sólo el que confía de verdad cree realmente. En el silencio de Dios que a veces nos envuelve, hay que mantener la fe y la confianza. 