DOMINGO XXV
Con el inicio del
curso pastoral yo quisiera ofrecer dos breves reflexiones, una sobre las
lecturas que nos ofrece la liturgia, y otra sobre este comienzo de año
pastoral.
Sobre las
lecturas, me estaba acordando de una frase que dice San Pablo a Timoteo,
estamos leyendo esta carta los días del de labor, la lectura así continua de la
palabra de Dios, dice una frase Timoteo que es fundamental, dice “La codicia es
la raíz de todos los males”, que verdad tan grande, la codicia es la raíz de
los males. ¿Porque hay hambrunas en el
mundo?, por la codicia de algunos. ¿Porque hay guerras en el mundo?, por la
codicia de algunos. ¿Porque estos
movimientos migratorios tan sangrantes, tan dolorosos, tantos miles de personas
que dejan la vida en el Mediterráneo?, por la codicia. Por eso la enfermedad está en el corazón
humano, en el corazón, antes que en las propias estructuras que ha creado el
corazón humano, la raíz del mal está en esa codicia que anida en el corazón
humano. Y es lo que nos ha dicho el
evangelio de hoy, Jesús también tan taxativamente; “No podéis servir a dos
señores”, concretamente a Dios y al dinero. Solo Dios y solo las personas son dignas de
nuestro corazón. Las cosas nunca son un
fin en sí mismas, son medios poniéndolas en su sitio al servicio precisamente de
las personas, la tecnología está el servicio de las personas, la economía está
el servicio de las personas, la política está al servicio de las personas, el
dinero está al servicio de las personas. Nuestro corazón solo merece amar a Dios y a
las personas y utilizar las cosas en función de ellas. El Papa lo dice de modo tan gráfico, como
suele hablar él, dice; “No he visto nunca detrás del coche fúnebre un camión de
mudanzas”, todo se queda aquí.
Por eso nos ha
dicho también dos cosas más este Evangelio que yo quisiera penetrar.
Una nos ha dicho;
“Quién es fiel en lo poco también en lo grande será fiel”, nuestra vida se
juega en los gestos pequeños de cada día, no en los gestos enormes que rara vez
tendremos la oportunidad de hacer un gesto enorme, en los gestos pequeños, en
casa, con nuestros familiares, en el puesto de trabajo, entre los vecinos,
cuando vienen los momentos de ayudar a los pobres, a los enfermos, en esos
gestos pequeños de cada día que son como un rosario que van tejiendo una vida
inmensa, una vida grande, quien es fiel en lo poco se le puede confiar lo
grande, donde es un corazón noble, es un corazón que valora las pequeñas cosas
de cada día, la que está entretejida en nuestra existencia.
Y ha dicho una
segunda cosa, que aparece al menos dos veces en el Evangelio, nos ha dicho; “Mirad
que los hijos de las tinieblas son más astutos con los suyos que los hijos de
la Luz”, curiosamente la escritura alaba la astucia, porque Jesús dirá en otro
sitio del Evangelio, dirá; “Sed sencillos como palomas y astutos como
serpientes”. Es decir, nos está diciendo que los hijos de la
Luz, los que nos consideramos hijos e hijas de Dios, discípulos misioneros,
tenemos que ver el modo de llevar esta vida del Señor a todos los rincones de
la humanidad, a todos los rincones donde se fragua la vida humana, de modo
particular aquellos lugares de especial sufrimiento, de especial oscuridad. La astucia, dijo; “Los hijos de las tinieblas
os ganan en astucia”. A veces los
cristianos somos un poco, no sé cómo decir, casi simples, bueno pues el Señor
nos sacará las cosas adelante. El Señor
alaba esa creatividad, ese modo de hacer que las cosas lleguen, ese modo de
ponernos en camino.
Creo que esto
viene muy bien para este comienzo de curso, que
vamos hacer, para que el Evangelio del Señor primero ilumine nuestra propia
vida, ilumine nuestra propia casa, y después poder iluminar la de los demás. Y para este año pastoral a mí me venía
contemplar la humanidad Santa de Jesús. A
comienzo de este curso vamos a empezar el discernimiento del Plan de Evangelización
para los próximos años de nuestra diócesis:
Lo primero que
tenemos que hacer es ponernos a la escucha,
el libro del Apocalipsis dice que el ángel habla a las diversas iglesias, que
escuchan lo que el espíritu quiere decir a la iglesia. El otro día oí a un sacerdote, me llamó la
atención, que decía cuál es el primer mandamiento, siempre hemos dicho, amar a Dios
y amar al prójimo, y es verdad, esto es así, pero él decía algo que a mí me
llamó la atención, decía, pero antes de eso Dios dijo; “Escucha Israel”, el Señor
es tu único Dios, amarás al Señor, pero primero escucha, escuchamos a Dios. Al comienzo de este año pastoral queremos
escuchar a Dios, que nos dice a nuestra iglesia; “Escucha”.
Segundo la mirada, ver, mirar con los ojos del Señor,
con los ojos de discípulo, de hijo de Dios, de hermano, no son ojos
sociológicos, no son ojos ideologizados, ni siquiera políticos, son los ojos de
Cristo que ama inmensamente a la humanidad. Mirar, con los ojos del Señor, que importante
que Él nos de esos ojos, de echo aparece en la Escritura, también en el Apocalipsis
dice; “Piensas que eres rico, pero eres pobre y miserable”, dice; “Échate
colirio en los ojos para que veas”, echa colirio a los ojos para ver como Dios
ve.
La tercera vemos
el corazón inmenso de Cristo. San Juan lo ve de un modo maravilloso, él solo
relata, cuando traspaso el soldado el costado de Cristo abrió su corazón y
brotó toda la vida de Cristo para nosotros, brotó toda su gracia para nosotros.
El corazón del Señor que no se cansa de
amar, y también Él nos dice; “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”.
Y nos dirá la escritura que tenemos que
cambiar el corazón de piedra por un corazón de carne como el de Cristo, capaz
de amar inmensamente e infinitamente. Él
nos dice; “Si amáis a los amigos que mérito tenéis, también eso lo hacen los
paganos, vosotros amad a los enemigos, amad a los que os odian, orad por los
que os persiguen, así seréis hijos e hijas de Dios”. Un corazón nuevo, capaz de amar como el Señor.
Y por último unos
pies, los pies del Señor y unas manos. Los pies del Señor que no se fatigaban de
caminar, de acercarse a los empobrecidos, a los enfermos, a los que lloraban, a
los difuntos, unos pies cansados, los de Jesús, de andar de pueblo en pueblo,
de ciudad en ciudad llevando la salvación. Y las manos de Jesús, manos para bendecir,
manos para abrazar, manos para tocar los ataúdes de los muertos para que
vuelvan a la vida, manos que parten el pan de la Eucaristía y comparten su
vida. Diremos dentro de poco
conmemorando la Santa Cena, “Tomad y comed esto es mi Cuerpo que se da a
vosotros”. Y esos brazos extendidos en
la cruz, donde abraza todo el universo, donde abraza todo sufrimiento, y del
cual brota la vida eterna, la esperanza y la vida para humanidad.
Ojalá nosotros en
nuestros bracitos y piernas y nuestros ojos, podamos también reverberar esa luz
del Señor, unos oídos para escuchar, unos ojos para ver, como Él ve, un corazón
para amar, unos pies para aportar esperanza, unos brazos para abrazar toda
miseria humana, y restituirla a la gracia, a la esperanza y a la salvación.
Eso pedimos esta
mañana al Señor por medio de la Virgen María, que Ella nos acompañe en este
caminar, que Ella bendiga este año pastoral que hoy queremos comenzar.
Que así sea.
X Mario Iceta Gabicagogeascoa
Obispo de Bilbao
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