San Valentín de Berriotxoa
Queridos hermanos y hermanas
1. Un catorce de febrero de hace
ciento noventa años. Nacía en Elorrio San Valentín. Conocemos bien los
episodios de su vida: niño inteligente y despierto. Ayuda a su padre en la
carpintería. Era monaguillo de las Dominicas. Juega al frontón, toca el txistu,
baila el aurresku. No aparece exteriormente nada particular. Pero Dios ya le
buscaba. Por medio del capellán de las dominicas conoció la historia de los
misioneros. Y aparece la primera llamada de Dios. Dios ama a los niños y a los
humildes de corazón. A los quince años sabe que Dios le llama para ser
sacerdote. Hoy nos parecería una locura. Nuestra mentalidad mundana no concibe
que Dios se manifiesta en la pequeñez, en lo que no tiene poder. Y Valentín,
adolescente, responde con generosidad. Aquí estoy, como el joven Samuel, como
la Virgen María, como tantos santos que desde su niñez se consagraron
totalmente a Dios. Si un hijo nuestro, en su juventud, nos diría que piensa ser
sacerdote, ¿qué responderíamos?
2. La preparación de San Valentín en
el seminario de Logroño no fue fácil. Su familia era sencilla. No podían
costear los estudios. Valentín tiene que compaginar el trabajo con el estudio.
Pero el amor mueve montañas. El amor vence el temor, como dice San Juan. El
amor todo lo puede. El amor de Valentín a Dios y a su voluntad le hizo superar
dificultades siempre con una sonrisa y con gran alegría. Dice el salmista:
nuestra paz, Señor, es hacer tu voluntad. Y yo me pregunto: ¿Cuántas veces preguntamos
a Dios cuál es su voluntad sobre mi vida, sobre las circunstancias que vivo
hoy? ¿No podré encontrar en Dios esa paz que falta a mi vida, encontrar en Él
el consuelo y la luz que necesita mi oscuridad y mi tristeza?
3. En mil ochocientos cincuenta y uno
Valentín es ordenado sacerdote. Desempeña su tarea con total entrega y
dedicación. Dos años después decide ser dominico y se prepara para la misión.
Un corazón grande siempre aspira a horizontes infinitos. Los corazones grandes
miran mucho más allá, poniendo la confianza en Dios. Me da pena ver que tantas
veces el horizonte de nuestra vida es muy pequeño. Como aquellos burros que
continuamente daban vueltas a las norias de modo cansino, sin horizonte, sin
esperanza. ¿Me atreveré a romper lo que esclaviza mi vida? ¿Me conformo con lo
políticamente correcto? ¿No necesita mi vida un horizonte mucho más grande,
luminoso, espacioso, eterno? En Dios lo puedo encontrar. ¿Me atreveré a
desatarme de la noria para caminar en una vida nueva?
4. Cinco años después, pasando por
Sevilla y Cádiz, embarca hacia Manila. Allí estudia los elementos básicos del
idioma para ir a predicar a Tonkin, el actual Vietnam. Eran tiempos duros de
persecución y asesinato de cristianos en aquellas tierras. Valentín no se echa
atrás. El amor vence el temor. Jesús nos recuerda en el Evangelio: “Os echarán
mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán
comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: así tendréis
ocasión de dar testimonio. Haced el propósito de no preparar vuestra defensa:
porque yo os daré palabras y sabiduría a la que no podrá hacer frente ni
contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres y parientes y
hermanos y amigos os traicionarán y matarán a algunos de vosotros y todos os
odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá:
con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas” (Lc 21, 12-19). Dios era su
fuerza, su ilusión, su consuelo, su fortaleza. Mis temores revelan la falta de
amor y de confianza. Debo aprender a poner mi vida en las manos de Dios.
Entregar la vida, cada día, en las circunstancias que me toca vivir, es el modo
seguro de recuperar una vida grande, llena de luz y esperanza, capaz de vivir
en paz y alegría hasta las dificultades más grandes y las pruebas más
formidables de la vida.
5. Cuando Valentín llega a Vietnam se
encuentra con los dos obispos dominicos Melchor García y Jerónimo Hermosilla.
Con ellos vivirá una historia maravillosa de testimonio, de predicación, de
servicio, de entrega. Esa misma
fortaleza que Dios le confería y la plena confianza que Valentín depositaba en
el Señor no impide su extrema delicadeza y dulzura para con su familia. En las
cartas que dirige a su madre intenta siempre suavizar la situación y mostrarle
todo su cariño y amor. No quiere que su madre sufra. Cuánta violencia vemos en
nuestros hogares. Cuánta muerte de mujeres y niños a manos de sus parejas. Las
condiciones extremas de la vida de San Valentín no son obstáculo para mostrar
la más exquisita dulzura y amor por su madre y su familia. Cuánto tenemos que
aprender de este amor en la familia, del trato respetuoso y amable con los
demás, de construir una sociedad fraterna, reconciliada y en paz.
6. El obispo Melchor García elige a
Valentín como su sucesor. Es ordenado obispo con treinta y un años. Ejerció su
ministerio durante tres años en condiciones extremas, pero con gran alegría y
entereza. Es denunciado y apresado con el obispo Hermosilla, un catequista y
otro dominico catalán. Se suceden el interrogatorio, la tortura, la invitación
a la delación, y la invitación a renunciar a la fe. Ante la negativa es
condenado a muerte. Muere decapitado con treinta y cuatro años el uno de
noviembre de mil ochocientos sesenta y uno, festividad de todos los santos. Y
viene a mi memoria el prefacio precisamente de la Misa de los santos: “Te damos
gracias, Padre, porque manifiestas tu gloria en la asamblea de los santos, y al
coronar sus méritos, coronas tu propia obra. Tú nos ofreces el ejemplo de su
vida, la ayuda de su intercesión y la participación en su destino para que
luchemos sin desfallecer en la carrera y alcancemos la corona de gloria”. Es lo
que pido hoy a San Valentín para mí y para todos nosotros. Que Él nos ayude,
que participemos en su destino y que alcancemos con Él a Cristo, que es la vida
plena, la esperanza que no defrauda, el amor que dura para siempre.
Lo pedimos por intercesión de la Virgen María.
AMÉN.
X Mario Iceta Gabicagogeascoa
Obispo de Bilbao
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