Inicio curso 2017 -2018
Muy queridos
hermanos y hermanas.
Estamos
comenzando este curso pastoral.
El Evangelio nos
habla del misterio del corazón humano, y la liturgia nos habla del corazón
misericordioso de Dios. El señor ha puesto esta parábola, se dirigía sobre todo
a los fariseos, y a través de la parábola de los hijos, aquel que dijo "
Si voy", pero después no fue a hacer la voluntad padre, en cambio el otro
que dijo “Yo no voy”, pero después recapacitó y fue. Y precisamente el primer hijo es imagen de
esa cerrazón de los fariseos, que vino Juan el Bautista predicando la conversión
y no le creíste, y cuando viste que los publícanos y las prostitutas se
convertían, si hubieses recapacitado.
Ese misterio de
la dureza del corazón humano. Es algo que pienso yo que tampoco, y solo se
refiere a esa comparación entre cuerpo entre los fariseos y los gentiles que se
convirtieron, sino que también puede ser imagen de muchos de nosotros, quizás
muchos bautizados que dijeron “Si voy”, pero después no fueron, en cambio otros
que no conocieron a Cristo, pero después de un tiempo lo han conocido, y para
ellos ha sido experimentar la inmensa gracia de Dios. Esto muchas veces en este
primer grupo se encuentran estas iglesias occidentales envejecidas, tan
volcadas, el Señor con nosotros nos ha dado de todo y da una sensación de que
podemos tener una especie de empacho de Dios.
Recuerdo el pueblo judío cuando iba caminando por el desierto, el Señor
en el desierto les daba a comer el maná, y decían estamos hartos del maná, del
pan sin cuerpo, danos otra cosa.
Y quizá nosotros que hemos recibido tanto del
Señor, quizá estamos un poco cansados, como niños caprichosos y mimados que el
día de su cumpleaños, o el día de reyes le dejan muchos juguetes, y ya ni los
miran, porque tienen tantos, en cambio aquellos pobres en lugares lejanos
quizás una muñeca de trapo para ellos es un inmenso regalo, que han recibido en
toda su vida.
El misterio del
corazón humano. Referente a ese misterio
está esa misericordia infinita del Señor, y así hemos cantado en el salmo
responsorial "Recuerda Señor que tu misericordia es eterna". Necesitamos eternamente tu misericordia, es
decir, necesito cada día experimentar tu misericordia, la necesito. Para ser
consciente de tantas cosas que me das, para que sea una vida más grande, más
inmensa y apasionante que lo que en principio puede parecer como aburrida y
repetitiva.
Al comenzar este
curso pastoral, nos ponemos de nuevo en camino, respondiendo con generosidad a
la llamada del Señor, que nos invita un año más a echar las redes, a remar mar adentro.
Tenemos la certeza de no ir solos, sino con aquel que nos ha convocado, el Señor
Jesús sostiene nuestro caminar, y nos indica con el soplo de su espíritu los
caminos a recorrer. Así lo hicimos
cuando el clima de oración y el encuentro fraterno de los caminos se quedaron
plasmados en nuestro quinto Plan Diocesano de Evangelización. Quisimos seguir
las huellas luminosas indicadas por la exhortación apostólica “La alegría del
Evangelio”, del Papa Francisco, y en esa clave marcamos como tareas
fundamentales, el encuentro con Dios, con el prójimo y entre nosotros. Hemos
realizado ya el paso del ecuador de nuestro plan, el atardecer del plan avanza,
quedan dos años de vigencia de este plan, por lo que parece oportuno que cada
parroquia, unidad pastoral, comunidad, o institución eclesial, se vuelva
nuevamente a Dios, en actitud orante y de escucha, para discernir el camino del
nuevo curso que comienza, y cómo orientar la acción pastoral en este tiempo.
Jesús camino de la pasión, voluntariamente
aceptada, urgió a los apóstoles en el huerto de Getsemaní, levantaos, vamos, le
preguntarían “Adonde Señor”, vamos a la pasión, vamos a entregar la vida.
También al comienzo de curso hoy se vuelve a nosotros, quizás aún adormecidos,
para decirnos lo mismo “Levantaos, venid conmigo”. No tengamos miedo, Él va por
delante, nos enseña el camino, son palabras propias de la urgencia y un amor
que desea entregarse hasta el extremo para ser fuente de vida y esperanza. A
pesar de qué puede invadirnos una sensación de la indiferencia circundante ante
el Evangelio, puede sofocar el ardor de evangelizar y comunicar la buena nueva,
estoy persuadido qué en el fondo del corazón humano, se encuentra siempre y en
toda circunstancia el deseo de Dios. Pero muchas veces este deseo está sofocado
por los agobios, los problemas, los sufrimientos, las contrariedades de la
vida, y también por nuestras incoherencias, contradicciones y faltas de un
verdadero testimonio de los discípulos de Jesús.
Vienen a mi
memoria las palabras que dedica el evangelista Lucas a los testigos de Emaús,
dice que eran incapaces de ver al Señor. Muchas veces también experimentamos
nosotros esta misma incapacidad de ver al Señor en esta vida, y la vemos en
otros hermanos y hermanas que nos rodean, pero Jesús con su pedagogía, su
paciencia y cariño, con su gracia, hizo que se les abrirán los ojos y lo
reconocieran al partir el pan. Esta es la gracia que tenemos al comienzo de
este curso, aprender de esta pedagogía de Jesús, acercarnos a quienes tienen
esta incapacidad de percibir en Dios con esta misma humildad y afecto de Jesús.
Ayudarles a comprender el sentido de la vida, la promesa de un amor infinito
que se encierra en el encuentro con el Señor, acompañarles para que sean
capaces de leer la historia de su propia vida, para ver la presencia siempre
ordenante y consoladora De Dios, más allá de las dificultades que jalonan la
existencia. Anunciar la palabra y partir el pan de la Eucaristía, repartir el
pan, compartir los dones de la creación, compartir nuestras vidas. Es una tarea
hermosa y apasionante, Dios la quiere y la sostiene, y por eso escuchamos,
levantaos, vamos, merece la pena participar de esta aventura del Señor, no cabe
perder el tiempo, hacernos los remolones o mirar para otro lado.
Pongamos cada uno
manos a la obra en la tarea evangelizadora concreta, no valen grandes discursos,
ni los grandes proyectos, ni objetivos, sino vale lo concreto, el pequeño grano
de mostaza que podamos plantar, el aquí y el ahora.
Pedimos también a
Maria que nos acompañe en este camino del año pastoral, ella de modo concreto
siguió los caminos de su hijo hasta la Cruz y Resurrección, entregada en cuerpo
y alma acompañando a Jesús, consolándolo, sosteniéndole en su pasión, acogiendo
y arropando su cuerpo desgarrado, aguardándolo en la resurrección. Ella
acompañó también a los discípulos desorientados tras la Pascua, alentando su fe
y sosteniendo su esperanza.
También pedimos
hoy para nosotros esta ayuda valiente y compañía. Que sea siempre la bendición de Dios que nos
oriente, sostenga, y fortalezca nuestra tarea evangelizadora, llenándola de
alegría y esperanza, y que así podamos comunicarla a todos los que nos rodean.
Que así sea.
X Mario Iceta Gabicagogeascoa
Obispo de Bilbao
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