miércoles, 28 de septiembre de 2022

Compartir la alegría de los Ángeles

Debo a mi amigo Manolo, catedrático de Lengua Española, en la Universidad, ya jubilado, la “chispa” para el tema de estas líneas. Cuando terminó le leer el último artículo que escribí sobre el Nacimiento de la Virgen María, me envió una poesía de Lope de Vega, en su romance Pastores de Belén, donde imagina el canto alegre de los ángeles al nacer María. Algunos versos, muy acortados, dicen así:

”Canten hoy, pues nacéis vos, / los ángeles, gran Señora,
y ensáyense, desde ahora,/ para cuando nazca Dios.
                                        (…)
Canten y digan, por vos, / que desde hoy tienen Señora,
y ensáyense, desde ahora, / para cuando nazca Dios.
                                        (…)
Vete sembrando, Señora, / de paz nuestro corazón,
y ensáyense, desde ahora, / para cuando nazca Dios. Amén.”

San Lucas testimonia esa alabanza cuando escribe que el ángel del Señor anunció a los pastores ”una gran alegría para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador “ (Luc 2, 10). Y añade que “de pronto, en torno al ángel, apareció una muchedumbre de la milicia celestial, que alababa a Dios diciendo: ‘Gloria a Dios en el cielo, y paz en la tierra a los hombres en quienes Él se complace” (Luc 2, 14).

El papa emérito Benedicto XVI anima a compartir el júbilo de ángeles y pastores, comentando así ese pasaje: “El evangelista dice que los ángeles ‘hablan’. Pero para los cristianos estuvo claro desde el principio que el hablar de los ángeles es un cantar, en el que se hace presente de modo palpable todo el esplendor de la gran alegría que ellos anuncian. Y así, desde aquel momento hasta ahora el canto de alabanza de los ángeles jamás ha cesado. (..) Se comprende que el pueblo sencillo de los creyentes se una a sus melodías…” (La infancia de Jesús, p. 80).

Al hombre posmoderno, sin embargo, semejantes comentarios podrían antojársele palabras bonitas pero huecas, y sonar -nunca mejor dicho- a “músicas celestiales” perdidas en el vacío. Quizás, con superficial pragmatismo se interrogaría: ¿sirve para algo la alegría de los ángeles? No obstante, el cristiano debe tomarse en serio la presencia y misión de los ángeles. Ahora es buen momento para hacerlo porque celebramos el día 29 la fiesta de tres Arcángeles y, enseguida, el 2 de octubre, la de los Ángeles Custodios. Antes de referirme a ellos, conviene contemplar el cuadro completo de esos seres espirituales donde, desgraciadamente, no todo son cantos y alegrías.

En efecto, la revelación habla también de otros ángeles que, renegando de su condición de seres creados, se rebelaron contra Dios: los “diablos”. La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven, en cada uno de ellos, un ángel caído, llamado Satán o diablo, que primero fue un ángel bueno. El Catecismo lo recuerda con palabras del Concilio IV de Letrán: "El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos". (n. 391)

Ángeles fieles y demonios no son ajenos a tres realidades esenciales de la religión y existencia cristianas. Primera: Dios nos llama a la vida para que compartamos la suya -en el gozo de la Trinidad de Personas-, luchando por ser santos. Segunda: esa meta encuentra dificultades por las rebeliones personales contra Dios, que llamamos pecados. Y tercera, es una meta alcanzable porque contamos con la gracia divina, por la Redención de Cristo. Más concretamente, con la luz de sus enseñanzas, y el ejemplo de sus obras y vida entera, en la que -como todo hombre- no le faltaron la ayuda de los ángeles ni las asechanzas de los demonios: “La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama ‘homicida desde el principio’ (Jn 8, 44) y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre (cf. Mt 4, 1-11). ‘El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo’ (1 Jn 3,8).” (Catecismo, n. 394).

Con esas líneas de fondo, volvemos a los ángeles fieles para animarnos a compartir su alegría, y aprovechar su ayuda en la batalla por el Cielo. San Miguel Arcángel, cuyo nombre significa “¿Quién como Dios?”, aparece combatiendo al demonio para defender los derechos divinos: “Y hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron, y no quedó lugar para ellos en el cielo.” (Apoc 12, 7). San Juan Pablo II, decía que el papa León XIII “seguramente tenía muy presente esa escena cuando (…) introdujo en toda la Iglesia una oración especial: «San Miguel arcángel, defiéndenos en la batalla contra los ataques y las asechanzas del maligno; sé nuestro baluarte...»”. (Rezo del Regina, 24-IV-1994).

Durante muchos años esa oración se rezó al final de la Misa y, aunque no se decía ya en su tiempo, Juan Pablo II añadía: “os invito a todos a no olvidarla y a rezarla para obtener ayuda en la batalla contra las fuerzas de las tinieblas y contra el espíritu de este mundo.” La figura de San Miguel anima también a compartir las alegrías que conllevan toda victoria sobre el mal, y el arrepentimiento del pecado. Jesús mismo se refirió a esto, al hablar de la oveja y de la dracma nuevamente encontradas: “Así, os digo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente” (Luc 15, 10). En este caso son los ángeles quienes comparten nuestra alegría.

A san Gabriel -cuyo nombre significa “Fuerza de Dios”- lo asociamos con la alegría del anuncio de una nueva vida: la Encarnación del Verbo. Es significativo que la mencionada escena del Apocalipsis vaya precedida de las asechanzas del demonio, el “dragón” contra “una mujer vestida de sol” -con referencia a María- y contra el hijo que dará a luz, para devorarlo. Por contraste, la figura de Gabriel suscita la alegría de la vida en ciernes, frente a las insidias que la acosan. Juan Pablo II añadía que esa imagen del Apocalipsis “tiene expresiones también en nuestros tiempos (…), pues cuando se ciernen sobre la mujer todas las amenazas contra la vida que está para dar a luz, debemos volver nuestra mirada hacia la Mujer vestida de sol, para que rodee con su cuidado maternal a todo ser humano amenazado en el seno materno” (Regina, 24-IV-1994). ¿Caben palabras más actuales?

San Rafael, que significa “Dios sana”, lo relacionamos con la protección que le brinda al joven Tobías frente al demonio Asmodeo, y con las alegrías de procurarle un feliz matrimonio con Sara, y de restituir al anciano Tobías su vista perdida.

La fiesta de los Ángeles Custodios, el 2 de octubre, también nos reaviva la presencia invisible, pero eficacísima, de estos espíritus protectores. De nuevo, el Catecismo: “Desde su comienzo hasta la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión. ‘(…) cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida’ (San Basilio Magno)”. (n. 336)

Concluiré recordando a un santo de nuestros días, muy devoto de los Ángeles Custodios. Precisamente en su fiesta del 2 de octubre de 1928, el Señor le hizo ver y alegrarse con el nacimiento de una nueva institución en la Iglesia, al recibir el carisma del Opus Dei. San Josemaría hacía un retiro espiritual en Madrid, cerca de la parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles. Quiso la Providencia que, justo en aquellos momentos, llegara a sus oídos el sonido de las campanas de aquel templo. Casi al final de su vida se dirigía a sus hijos e hijas espirituales, con Cartas que calificó de “campanadas”, aludiendo al despertar interior para permanecer fieles al Señor. En la última, de 1974, recordaba aquel inicio de 1928: “Quisiera que esta campanada metiera en vuestros corazones, para siempre, la misma alegría e igual vigilia de espíritu que dejaron en mi alma -ha transcurrido ya casi medio siglo- aquellas campanas de Nuestra Señora de los Ángeles”.

Ojalá nos animemos los cristianos a reavivar la presencia y el trato con estos grandes amigos y, cada uno personalmente, con el suyo propio.

Publicado en El Confidencial

jueves, 22 de septiembre de 2022

ADORACIÓN EUCARÍSTICA


 

Discurso del Papa en la clausura del Congreso de Religiones Mundiales y Tradicionales

El Papa Francisco ha concluido sus intervenciones oficiales en Kazajistán con un discurso pronunciado en la clausura del Congreso de Religiones Mundiales y Tradicionales celebrado en Nursultán, la capital del país asiático. 

El Papa ha llamado a defender “para todos el derecho a la religión, a la esperanza, a la belleza, al cielo” y ha reivindicado el diálogo interreligioso como un “servicio urgente e insustituible para la humanidad” en favor de la paz.

A continuación, el texto completo del discurso del Pontífice:

Queridos hermanos y hermanas:

Hemos caminado juntos. Gracias por haber venido desde diferentes partes del mundo, trayendo la riqueza de sus credos y de sus culturas.

Gracias por haber vivido intensamente estos días de intercambio, trabajo y compromiso con el signo del diálogo, que tienen un valor aún más precioso durante un período tan difícil, al que, además de la pandemia, se agrega el peso de la locura insensata de la guerra.

Hay demasiado odio y divisiones, demasiada falta de diálogo y de comprensión del otro; esto, en el mundo globalizado, resulta aún más peligroso y escandaloso.

No podemos salir adelante conectados y separados, vinculados y desgarrados por tanta desigualdad. Así pues, gracias por los esfuerzos realizados en favor de la paz y la unidad.

Gracias a las autoridades del lugar, que nos han recibido, preparando y alistando con sumo cuidado este Congreso, y a la población de Kazajistán, amigable y valiente, capaz de abrazar otras culturas preservando su noble historia y sus valiosas tradiciones.

 Kiop raqmet! Bolshoe spasibo! Thank you very much!

Mi visita, que ya está llegando a su fin, tiene como lema Mensajeros de la paz y la unidad. Está en plural, porque el camino es común. Y este séptimo Congreso, que el Altísimo nos ha concedido la gracia de vivir, ha marcado una etapa importante.

Desde su nacimiento en 2003, el evento ha tenido como modelo la Jornada de Oración por la paz en el mundo convocada en 2002 por Juan Pablo II en Asís, para reafirmar el aporte positivo de las tradiciones religiosas al diálogo y a la concordia entre los pueblos.

Después de los sucesos del 11 de septiembre de 2001, era necesario reaccionar, y reaccionar juntos, ante el clima incendiario que la violencia terrorista quería provocar y que amenazaba con hacer de las religiones un factor de conflicto.

Sin embargo, el terrorismo de matriz pseudorreligiosa, el extremismo, el radicalismo, el nacionalismo alimentado de sacralidad, fomentan todavía hoy temores y preocupaciones en relación a la religión.

Por eso en estos días ha sido providencial reencontrarnos y reafirmar la esencia verdadera e irrenunciable de la misma.

A este respecto, la Declaración de nuestro Congreso afirma que el extremismo, el radicalismo, el terrorismo y cualquier otra incitación al odio, a la hostilidad, a la violencia y a la guerra, cualquier motivación u objetivo que se propongan, no tienen relación alguna con el auténtico espíritu religioso y han de ser rechazados con la más resuelta determinación (cf. n. 5); han de ser condenados, sin condiciones y sin “peros”.

Además, en base al hecho de que el Omnipotente ha creado a todas las personas iguales, independientemente de su pertenencia religiosa, étnica o social, hemos acordado afirmar que el respeto mutuo y la comprensión deben ser considerados esenciales e imprescindibles en la enseñanza religiosa (cf. n. 13).

Kazajistán, en el corazón del gran y decisivo continente asiático, ha sido el lugar natural para encontrarnos.

Su bandera nos ha recordado la necesidad de custodiar una sana relación entre política y religión. De hecho, así como el águila dorada, que se encuentra en el estandarte, nos recuerda la autoridad terrena, haciendo alusión a los imperios antiguos, el fondo azul evoca el color del cielo, la trascendencia.

Por lo que hay un vínculo sano entre política y trascendencia, una sana coexistencia que conserve los ámbitos diferenciados. Distinción, no confusión ni separación.

“No” a la confusión, por el bien del ser humano, que necesita, como el águila, un cielo libre para volar, un espacio libre y abierto al infinito que no esté limitado por el poder terreno.

Por otro lado, una trascendencia que no debe ceder a la tentación de transformarse en poder, pues de otro modo el cielo caería sobre la tierra, el “más allá” divino quedaría atrapado en el hoy terreno, el amor al prójimo en elecciones partidistas.

Por lo tanto, “no” a la confusión. Pero también “no” a la separación entre política y trascendencia, ya que las más altas aspiraciones humanas no pueden ser excluidas de la vida pública y relegadas al mero ámbito privado.

Por eso, quien desee expresar de manera legítima su propio credo, que sea amparado siempre y en todo lugar. ¡Cuántas personas, en cambio, aún hoy son perseguidas y discriminadas por su fe!

Hemos pedido con firmeza a los gobiernos y a las organizaciones internacionales competentes que apoyen a los grupos religiosos y a las comunidades étnicas que han sufrido violaciones a sus derechos humanos y a sus libertades fundamentales, y violencia por parte de extremistas y terroristas, también como consecuencia de guerras y conflictos militares (cf. n. 6).

Sobre todo, es necesario comprometerse para que la libertad religiosa no sea un concepto abstracto, sino un derecho concreto. Defendamos para todos el derecho a la religión, a la esperanza, a la belleza, al cielo.

Porque no sólo Kazajistán, como proclama su himno, es un «dorado sol en el cielo», sino también cada ser humano, cada hombre y cada mujer, en su singularidad irrepetible, si entra en relación con lo divino, puede irradiar una luz particular sobre la tierra.

Por eso la Iglesia católica, que no se cansa de anunciar la dignidad inviolable de cada persona, creada “a imagen de Dios” (cf. Gn 1,26), cree también en la unidad de la familia humana.

Cree que “todos los pueblos forman una comunidad, tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la faz de la tierra” (CONC. ECUM. VAT. II, Decl. Nostra aetate, 1).

Por eso, desde que comenzamos estos Congresos, la Santa Sede, especialmente por medio del Dicasterio para el Diálogo Interreligioso, ha participado activamente. Y quiere seguir haciéndolo.

El camino del diálogo interreligioso es un camino común de paz y por la paz, y como tal, es necesario y sin vuelta atrás. El diálogo interreligioso ya no es sólo una posibilidad, es un servicio urgente e insustituible para la humanidad, para alabanza y gloria del Creador de todos.

Hermanos, hermanas, al pensar en este camino común, me pregunto: ¿cuál es nuestro punto de convergencia?

Juan Pablo II —que hace veintiún años visitó en este mismo mes Kazajistán— afirmó que “todos los caminos de la Iglesia conducen al hombre” y que el hombre es “el camino de la Iglesia” (Carta enc. Redemptor hominis, 14).

Quisiera decir hoy que el hombre es también el camino de todas las religiones. Sí, el ser humano concreto, debilitado por la pandemia, postrado por la guerra, herido por la indiferencia.

El hombre, creatura frágil y maravillosa, que “sin el Creador desaparece” (CONC. ECUM. VAT. II, Const. past. Gaudium et spes, 36) y sin los demás no subsiste.

Que se mire el bien del ser humano más que a los objetivos estratégicos y económicos, más que a los intereses nacionales, energéticos y militares, antes de tomar decisiones importantes.

Para tomar decisiones que sean verdaderamente grandes, que se mire a los niños, a los jóvenes y a su futuro, a los ancianos y a su sabiduría, a la gente común y a sus necesidades reales.

Y nosotros alzamos la voz para gritar que la persona humana no se reduce a lo que produce y obtiene, sino que debe ser acogida y nunca descartada; que la familia, que en lengua kazaja significa “nido del alma y del amor”, es el cauce natural e insustituible que ha de protegerse y promoverse para que crezcan y maduren los hombres y las mujeres del mañana.

Para todos los seres humanos, las grandes sabidurías y religiones están llamadas a dar testimonio de la existencia de un patrimonio espiritual y moral común, que se funda sobre dos pilares: la trascendencia la fraternidad.

La trascendencia, el “más allá”, la adoración. Es bonito que cada día millones y millones de hombres y de mujeres, de diferentes edades, culturas y condiciones sociales, se reúnen para orar en innumerables lugares de culto.

Es la fuerza escondida que hace que el mundo avance.

Y luego, la fraternidad, el otro, la proximidad, porque no puede profesar una verdadera adhesión al Creador quien no ama a sus creaturas.

Este es el espíritu que impregna la Declaración de nuestro Congreso, del cual, en conclusión, quisiera destacar tres palabras.

La primera es la síntesis de todo, la expresión de un grito apremiante, el sueño y la meta de nuestro camino: ¡la pazBeybitşilik, mir, peace!

La paz es urgente porque cualquier conflicto militar o foco de tensión y de enfrentamiento hoy, no puede más que tener un nefasto “efecto dominó” y compromete seriamente el sistema de relaciones internacionales (cf. n. 4).

Pero la paz “no es la mera ausencia de la guerra, ni se reduce al solo equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de una hegemonía despótica, sino que con toda exactitud y propiedad se llama obra de la justicia” (Gaudium et spes, 78).

Brota, pues, de la fraternidad, crece a través de la lucha contra la injusticia y la desigualdad, se construye tendiendo la mano a los demás.

Nosotros, que creemos en el Creador de todos, debemos estar en primera línea para irradiar una convivencia pacífica. Debemos dar testimonio de ella, predicarla, implorarla.

Por eso, la Declaración exhorta a los líderes mundiales a detener los conflictos y el derramamiento de sangre en todo lugar, y a abandonar retóricas agresivas y destructivas (cf. n. 7).

Les rogamos, en nombre de Dios y por el bien de la humanidad: ¡Comprométanse en favor de la paz, no en favor de las armas! Sólo sirviendo a la paz, el nombre de ustedes será grande en la historia.

Si falta la paz es porque falta el cuidado, la ternura, la capacidad de generar vida. Y, por lo tanto, hay que buscarla implicando mayormente —esta es la segunda palabra— a la mujer.

Porque la mujer cuida y da vida al mundo, es camino hacia la paz.

Por eso apoyamos la necesidad de proteger su dignidad, y de mejorar su estatus social como miembro de la familia y de la sociedad con los mismos derechos (cf. n. 24). También a las mujeres se les han de confiar roles y responsabilidades mayores.

¡Cuántas opciones que conllevan muerte se evitarían, si las mujeres estuvieran en el centro de las decisiones! Comprometámonos para que sean más respetadas, reconocidas e incluidas.

Finalmente, la tercera palabra: los jóvenes. Ellos son los mensajeros de la paz y la unidad de hoy y del mañana. Ellos son los que, más que otros, invocan la paz y el respeto por la casa común de la creación.

En cambio, las lógicas de dominio y de explotación, el acaparamiento de los recursos, los nacionalismos, las guerras y las zonas de influencia trazan un mundo viejo, que los jóvenes rechazan, un mundo cerrado a sus sueños y a sus esperanzas.

Así también, religiosidades rígidas y sofocantes no pertenecen al futuro, sino al pasado.

Pensando en las nuevas generaciones, se ha afirmado aquí la importancia de la instrucción, que refuerza la acogida recíproca y la convivencia respetuosa entre las religiones y las culturas (cf. n. 11).

En las manos de los jóvenes pongamos oportunidades de instrucción, no armas de destrucción. Y escuchémoslos, sin miedo a dejarnos interrogar por ellos. Sobre todo, construyamos un mundo pensando en ellos.

Hermanos, hermanas, la población de Kazajistán, abierta al mañana y testigo de tantos sufrimientos del pasado, con su extraordinaria multirreligiosidad y multiculturalidad nos ofrece un ejemplo de futuro.

Nos invita a construirlo sin olvidar la trascendencia y la fraternidad, la adoración al Altísimo y la acogida a los demás.

¡Vayamos adelante así, caminando juntos en la tierra como hijos del Cielo, tejedores de esperanza y artesanos de concordia, mensajeros de la paz y la unidad!

(PUBLICADO EN ACIPRENSA)

martes, 13 de septiembre de 2022

Discurso del Papa Francisco a autoridades, sociedad civil y cuerpo diplomático en Kazajistán

Este 13 de septiembre, en su primer día de viaje apostólico a Kazajistán, el Papa Francisco mantuvo el tradicional encuentro con las autoridades, representantes de la sociedad civil y el cuerpo diplomático. 

El Pontífice ha llamado a la paz y la concordia y ha enfatizado que, si San Juan Pablo II fue a Kazajistán “a sembrar esperanza inmediatamente después de los trágicos atentados del 2001”, su presencia en el país sucede “mientras está en curso la insensata y trágica guerra originada por la invasión de Ucrania”.

A continuación, las palabras del Papa Francisco a las autoridades, sociedad civil y cuerpo diplomático en Kazajistán:

Señor Presidente de la República, distinguidos miembros del Gobierno y del Cuerpo diplomático, ilustres Autoridades religiosas y civiles, insignes Representantes de la sociedad civil y del mundo de la cultura, señoras y señores: 

Los saludo cordialmente, agradecido por las palabras que me ha dirigido el señor Presidente. Estoy honrado de estar aquí con ustedes, en esta tierra tan extensa como antigua, a la que vengo como peregrino de paz, en busca de diálogo y unidad. 

Nuestro mundo lo necesita con urgencia, necesita volver a encontrar la armonía. Armonía que en este país puede estar bien representada por un instrumento musical tradicional y característico, del que me han hablado: el dombra. 

Este constituye un emblema cultural y uno de los símbolos más importantes de Kazajistán, tanto que recientemente se le dedicó una jornada específica. Quisiera asumir el dombra como elemento en torno al cual articular lo que deseo compartir con ustedes.

Preparándome para este viaje supe que algunos modelos del dombra ya se utilizaban en la época medieval y que éste, a lo largo de los siglos, acompañó con música los relatos de sagas y obras poéticas, uniendo el pasado y el presente.

Símbolo de continuidad en la diversidad, acompasa por tanto la memoria del País, y evoca así la importancia, frente a los rápidos cambios económicos y sociales en curso, de no descuidar los vínculos con la vida de quienes nos han precedido, también por medio de esas tradiciones que permiten atesorar el pasado y valorar cuánto se ha recibido como herencia. 

Pienso, por ejemplo, en la hermosa costumbre aquí extendida de hornear, el viernes por la mañana, siete panes en honor de los antepasados. La memoria de Kazajistán, que el Papa Juan Pablo II al venir aquí como peregrino definió “tierra de mártires y creyentes, tierra de deportados y héroes, tierra de pensadores y artistas” (Discurso durante la ceremonia de bienvenida, 22.9.2001), lleva impresa una gloriosa historia de cultura, humanidad y sufrimiento. 

¿Cómo no recordar, en particular, los campos de prisioneros y las deportaciones en masa que han visto a tantas poblaciones oprimidas en las ciudades y en las vastas estepas de estas regiones? 

Pero los kazajos no se dejaron cautivar por esos atropellos; y de la memoria de la reclusión floreció la atención por la inclusión. 

Que, en esta tierra, transitada desde la antigüedad por grandes movimientos de pueblos, el recuerdo del sufrimiento y de las pruebas experimentadas sea un bagaje indispensable para encaminarse hacia el futuro poniendo en primer lugar la dignidad del hombre, de todo hombre, y de todo grupo étnico, social y religioso. 

Volvamos al dombra. Este se utiliza tocando sus dos cuerdas. 

También Kazajistán está caracterizado por la capacidad de proceder creando armonía entre “dos cuerdas paralelas”, las temperaturas tan rigurosas en invierno como elevadas en verano; la tradición y el progreso, simbolizadas por el encuentro de ciudades históricas con otras modernas, como esta capital. 

Sobre todo, resuenan en el país las notas de dos almas, la asiática y la europea, que tienen una permanente “misión de conexión entre dos continentes” (ÍD., Discurso a los jóvenes, 23.9.2001); “un puente entre Europa y Asia”, un “eslabón de unión entre Oriente y Occidente” (ÍD., Discurso en la ceremonia de despedida, 25.9.2001). 

Las cuerdas del dombra resuenan habitualmente junto a otros instrumentos de arco típicos de estos lugares. La armonía madura y crece en el conjunto, en la coralidad que hace armoniosa la vida social. 

“La fuente del éxito es la unidad”, recita un hermoso proverbio local. Si eso vale en todas partes, aquí de modo particular. 

Alrededor de ciento cincuenta grupos étnicos y más de ochenta lenguas presentes en el país, con historias, tradiciones culturales y religiosas variadas, componen una sinfonía extraordinaria y hacen de Kazajistán un taller multiétnico, multicultural y multirreligioso único, revelando su vocación peculiar, la de ser país del encuentro. 

Estoy aquí para subrayar la importancia y la urgencia de dicho aspecto, al que las religiones están llamadas a contribuir de modo particular; por eso tendré el honor de participar en el séptimo Congreso de Líderes de las Religiones mundiales y tradicionales. 

Oportunamente la Constitución de Kazajistán, al definirlo laico, prevé la libertad de religión y de credo. 

Una laicidad sana, que reconozca el rol valioso e insustituible de la religión y se contraponga el extremismo que la corroe, representa una condición esencial para el trato equitativo de cada ciudadano, además de favorecer el sentido de pertenencia al país por parte de todos sus elementos étnicos, lingüísticos, culturales y religiosos. 

Las religiones, en efecto, mientras desarrollan el rol insustituible de buscar y dar testimonio del Absoluto, necesitan la libertad de expresión. Y, por tanto, la libertad religiosa constituye el mejor cauce para la convivencia civil. 

Se trata de una necesidad grabada en el nombre de este pueblo, en la palabra “kazajo”, que evoca precisamente el caminar libre e independiente. 

La tutela de la libertad, aspiración inscrita en el corazón de todo hombre, única condición para que el encuentro entre las personas y los grupos sea real y no artificial, se traduce en la sociedad civil principalmente por medio del reconocimiento de los derechos, acompañados de los deberes. 

Desde este punto de vista, quisiera expresar aprecio por la afirmación del valor de la vida humana mediante la abolición de la pena de muerte, en nombre del derecho de todo ser humano a la esperanza. 

Junto a eso, es importante garantizar la libertad de pensamiento, de conciencia y de expresión, para dar espacio al rol único y equitativo que cada uno ocupa en el conjunto. 

También en esto el dombra puede sernos de estímulo, ya que es principalmente un instrumento musical popular y, en cuanto tal, comunica la belleza de conservar el genio y la vivacidad de un pueblo. 

Eso es lo que se confía en primer lugar a las autoridades civiles, primeras responsables en la promoción del bien común, y se realiza de modo especial en el apoyo a la democracia, que constituye la forma más adecuada para que el poder se traduzca en servicio a favor de todo el pueblo y no sólo de unos pocos. 

Sé que se ha comenzado, sobre todo en los últimos meses, un proceso de democratización dirigido a reforzar las competencias del Parlamento y de las Autoridades locales y, en términos más generales, una mayor distribución del poder. 

Se trata de un camino meritorio y exigente que, ciertamente, no es breve y que requiere proseguir hacia la meta sin volverse atrás. En efecto, la confianza en quien gobierna aumenta cuando las promesas no terminan siendo instrumentales, sino que se cumplen efectivamente. 

Es necesario —en todas partes— que la democracia y la modernización no se queden sólo en palabras, sino que confluyan en un servicio concreto al pueblo: una buena política hecha de escucha de la gente y de respuestas a sus necesidades legítimas, de una constante implicación de la sociedad civil y de las organizaciones no gubernamentales y humanitarias, con una atención particular respecto a los trabajadores, los jóvenes y los sectores más débiles. 

Y también —todos los países del mundo lo necesitan— medidas para luchar contra la corrupción. 

Este estilo político realmente democrático es la respuesta más eficaz a posibles extremismos, personalismos y populismos, que amenazan la estabilidad y el bienestar de los pueblos. 

Pienso también en la necesidad de una cierta seguridad económica, que aquí al inicio del año ha sido pedida en regiones donde, no obstante, los ingentes recursos energéticos, se advierten diversas dificultades. 

Es un desafío que atañe no sólo a Kazajistán, sino al mundo entero, cuyo desarrollo integral está secuestrado por una injusticia difundida, que provoca una distribución desigual de los recursos. 

Y es tarea del Estado, pero también del sector privado, tratar a todos los integrantes de la población con justicia y paridad de derechos y deberes, y promover el desarrollo económico no en razón de las ganancias de unos pocos, sino de la dignidad de cada trabajador. 

Volvemos por última vez al dombra. Dirán que este Papa es un músico. Este une a Kazajistán con diversos países de la región y contribuye a difundir la cultura en el mundo. Espero que, del mismo modo, el nombre de este gran país siga siendo sinónimo de armonía y de paz. 

Kazajistán se configura como encrucijada de importantes intersecciones geopolíticas; lo que le da, por tanto, un rol fundamental en la atenuación de los conflictos. Juan Pablo II vino aquí a sembrar esperanza, inmediatamente después de los trágicos atentados del 2001. 

Yo llego aquí mientras está en curso la insensata y trágica guerra originada por la invasión de Ucrania, mientras otros enfrentamientos y amenazas de conflictos ponen en peligro nuestra época. 

Vengo para amplificar el grito de tantos que imploran la paz, camino de desarrollo esencial para nuestro mundo globalizado. 

Por lo tanto, es cada vez más apremiante la necesidad de extender el compromiso diplomático en favor del diálogo y del encuentro, porque el problema de algunos es hoy problema de todos, y quien ostenta más poder en el mundo tiene más responsabilidad respecto a los demás, especialmente a los países más expuestos a las crisis causadas por la lógica del conflicto. 

Esto es a lo que se debería mirar, no sólo a los intereses que redundan en beneficio propio. Es la hora de evitar la intensificación de rivalidades y el fortalecimiento de bloques contrapuestos. 

Necesitamos líderes que, a nivel internacional, permitan a los pueblos entenderse y dialogar, y generen un nuevo “espíritu de Helsinki”, la voluntad de reforzar el multilateralismo, de construir un mundo más estable y pacífico pensando en las nuevas generaciones.

Y para hacer esto es necesario la comprensión, la paciencia y el diálogo con todos. Repito, con todos. 

Pensando precisamente en el compromiso global por la paz, expreso mi gran estima por la renuncia a los armamentos nucleares que este país ha emprendido con decisión; así como por el desarrollo de políticas energéticas y ambientales centradas en la descarbonización y la inversión en fuentes renovables, que la Exposición internacional de cinco años atrás puso de relieve. 

Junto a la atención por el diálogo interreligioso, son semillas concretas de esperanza plantadas en el terreno común de la humanidad, que a nosotros nos corresponde cultivar para las generaciones venideras; para los jóvenes, cuyos deseos es necesario considerar para tomar las decisiones de hoy y de mañana. 

La Santa Sede está cerca de ustedes en este itinerario; inmediatamente después de la independencia del país, hace treinta años, se establecieron las relaciones diplomáticas, y estoy contento de visitar el país en la proximidad de este aniversario. 

Aseguro que los católicos, presentes en Asia central desde tiempos antiguos, desean seguir testimoniando el espíritu de apertura y diálogo respetuoso que distingue esta tierra. Y lo hacen sin espíritu de proselitismo. 

Señor Presidente, queridos amigos, les agradezco la acogida que me han dispensado y que revela su bien conocido sentido de hospitalidad, además de tener la oportunidad de vivir estos días de diálogo fraterno junto a los líderes de muchas religiones. 

Que el Altísimo bendiga la vocación de paz y unidad de Kazajistán, país del encuentro. 

A ustedes, que tienen la responsabilidad prioritaria del bien común, y a cada uno de los habitantes de este país, les expreso mi alegría por estar aquí y la voluntad de acompañar con la oración y la cercanía todo esfuerzo por un futuro próspero y armonioso de este gran país. 

Raqmét! [¡Gracias!] ¡Que Dios bendiga Kazajistán!

PUBLICADO EN ACIPRENSA

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