lunes, 8 de julio de 2019

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La oración cristiana tiene una dimensión universal, dice el Papa Francisco


Durante el rezo del Ángelus este domingo 7 de julio en la Plaza de San Pedro del Vaticano, el Papa Francisco recordó a los fieles reunidos junto al Palacio Apostólico que la oración cristiana no debe limitarse a las necesidades personales, sino que, para que sea verdaderamente cristiana, debe tener una dimensión universal.
En el comentario al Evangelio del día, el Papa comentó el episodio en el que Jesús envía a la misión a 72 discípulos. “El número 72”, explicó, “indica, probablemente, todas las naciones”. En este sentido, recordó que el libro del Génesis “menciona 72 naciones diferentes”.
De esta manera, “el envío simboliza la misión de la Iglesia de anunciar el Evangelio a todas las naciones”.
Fiel a este mandato de Jesús, Francisco invitó a rezar por todos los pueblos: “nuestra oración no debe limitarse sólo a nuestras necesidades. Una oración es verdaderamente cristiana si tiene también una dimensión universal”.
“La misión se basa en la oración, que es itinerante, que exige desprendimiento y pobreza, que lleva paz y curación, signos de la cercanía del Reino de Dios, que no es proselitismo, sino anuncio y testimonio, y que exige riqueza y también franqueza y la libertad evangélica de evidenciar la responsabilidad de haber acogido el mensaje de la salvación, pero sin condenas ni maldiciones”.
Si se vive de esta manera, “la misión de la Iglesia se caracterizará por la alegría”. “No se trata de una alegría efímera, que dependa del éxito de la misión, al contrario, es una alegría erradicada en la promesa que, dice Jesús, ‘vuestros nombres están escritos en el cielo”.
“Con esta expresión, quiere mostrar la alegría interior e indestructible que nace del conocimiento de ser llamados por Dios a seguir a su Hijo. Es decir, la alegría de ser sus discípulos”, subrayó.
En este sentido, explicó que “cada uno de nosotros puede pensar en el nombre que recibió el día del Bautismo: ese nombre está escrito en los cielos, en el corazón de Dios Padre. Y es la alegría de ese don lo que hace de cada discípulo un misionero, uno que camina en compañía del Señor Jesús, que aprende de Él a entregarse sin reservas por los demás, liberado de sí mismo y de sus pertenencias”.

(publicado en ACIPRENSA)
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