lunes, 25 de noviembre de 2019

HOMILÍA DE DON MARIO - SOLEMNIDAD DE CRISTO REY


SOLEMNIDAD DE CRISTO REY

 

Queridos hermanos y hermanas.

 

Quisiera ofrecer una palabra para penetrar en las lecturas que hoy nos ofrece la liturgia.

 

Hemos escuchado la primera lectura del libro de Samuel, como los ancianos de Israel van a Hebrón, que es la ciudad que está al sur, a 30 km de Jerusalén, era en aquel momento la capital del reino, donde están enterrados los patriarcas, vienen a elegir a David como rey y pastor, recuerdan que el de niño había sido pastor.  Bien sabemos que Dios no había tenido nunca en su mente organizar un reinado y una dinastía, cuando el pueblo judío toma la tierra Prometida, entra en posesión de la tierra prometida, era gobernada por jueces y por juezas, hasta que los hebreos con cierto complejo de los pueblos de alrededor dicen vamos a pedir a Dios que nos nombre un rey, como todos los pueblos de alrededor, porque somos los raros de la región.  Y Dios se queja, cuando se le pide a Dios, y el profeta pide a Dios que nombre un rey, Dios dice; “Déjalos voy a nombrarles un rey, en el fondo no te rechazan a ti, me rechazan a mí, voy a nombrarles un rey”, y nombró a Saúl como primer rey de Israel.  Un reinado que en el fondo lleva el germen de lo mundano, porque es un reinado a la imagen de los reinados de alrededor, de los asirios, de todos los pueblos que le rodeaban, los cananeos, y de hecho el mismo rey David antes de morir cuando iba a edificar el templo, Dios le dice; “Tú no edificarás el templo, lo hará tu hijo porque has derramado demasiada sangre”.  Es un tipo de reinado que genera derramamiento de sangre, es reinado del poder terrenal, es el reinado de la fuerza.

 

Muchas veces me habéis oído comentar, porque a mí me conmueve interiormente y me conmociona esa tercera tentación de Jesús en el desierto, cuando después de haberle dicho el demonio convierte las piedras en pan, lánzate del pináculo, le dice, te daré todo este poder, el poder sobre todo este reino porque a mí se me ha dado, si postrándote me adoras.  Un poder del diablo, un poder diabólico sobre el reinado, si me adoras.  Es el poder que destruye lo humano, es el poder que genera las injusticias, que genera las hambrunas, que genera las violencias, que tensiona y le degrada el universo hermoso y precioso que Dios ha puesto en nuestras manos, en el fondo es un reinado mundano con ese germen, esa semilla de muerte.  Pero el Evangelio nos dice que el reinado de Cristo es distinto, de hecho el mismo se declara Rey, porque cuando le acusan en ese contubernio de judíos con romanos, con un juicio falso y utilizando además los judíos; “Es que éste se ha declarado Rey”, es casi una blasfemia para los judíos, lo tienes que condenar porque se ha declarado Rey, no dice porque se ha declarado Dios, saben que eso el César y Pilato no le va a hacer caso, se ha declarado Rey, y Pilato pregunta; “Es que eres tu Rey”, y el responde; “Tú lo dices, yo soy Rey, para esto he nacido, para esto he venido al mundo, pero mi reino no es de este mundo, es un reino distinto, es el reino del amor, el reino de la misericordia.

 

El reinado de Cristo es reinado de amor, reinado de paciencia, reinado de humildad, reinado de entregar la vida, y por eso vemos a los dos pobres malhechores crucificados con Él, uno según la mentalidad mundana dirá; “No eres tú el Rey de los judíos, no tienes tu poder, pues si tienes poder bájate de la cruz sálvate y sálvanos”, dice que se retorcía y blasfemaba,   incluso los pobres ciegos sacerdotes al pie de la cruz decían; “No era el Rey de los judíos, pues que baje de la cruz”, una concepción totalmente mundana del reinado de Dios.  En cambio el otro malhechor que también era ladrón, fue capaz de percibir en la cruz la majestad del Señor, la majestad de nuestro Rey, cuando dice; “Mira este no ha hecho nada, está entregando la vida con paciencia, sin devolver mal por mal, diciendo, perdónales Padre porque no saben lo que hacen, todo está consumado, ya he dado todo, la sangre, el cuerpo, el espíritu, en tus manos Padre encomiendo el espíritu”.  Fue capaz el buen ladrón de percibir el reino de Cristo; “Acuérdate de mí cuando estés en tu reino, porque tú eres Rey, me di cuenta en la Cruz de un modo tan desarraigado, tan contradictorio, me di cuenta que tu trono es la cruz, que tu vestimenta en la desnudez, que tu poder es el amor, acuérdate de mí, llévame a tu reino”.

 

Y la segunda lectura nos ha dicho Pablo a los colosenses; “Él nos ha trasladado de las tinieblas a su reino por medio de la sangre, de las tinieblas del mundo, de la desorientación, de no conocer el amor de Dios, de no conocer la naturaleza verdadera del amor, de no conocer para que es nuestra vida, que es para la eternidad y para amar, de esa tiniebla nos ha trasladado al reino de tu Hijo querido, a ese reino de luz y de paz, a ese reino de misericordia y santidad, a ese reino donde somos amados no por nuestros títulos, por nuestras cualidades, por nuestro vigor físico, somos amados infinitamente por el Padre Dios, que nos da lo que más ama que es Cristo el Señor.  Nos has trasladado al reino de tu Hijo por su sangre, por un amor que derrama la sangre sobre nosotros. Por eso decimos cada vez que celebramos la Eucaristía; “Tomad y bebed esta es mi sangre, sangre que se derrama para el perdón de los pecados”, para disolver aquello que os lleva a la muerte, para trasladaros a mi reino, reino de amor y de servicio.

 

Hoy tenemos delante de nosotros a cinco hermanos nuestros que quieren colaborar en una vocación específica, en ese reino nuevo de Dios que cada padrenuestro pedimos; “Venga a nosotros tu reino”, el reino del servicio, el reino de la entrega, el reino de poner paz donde hay división, el reino de poner esperanza donde ya se ha perdido toda esperanza, el reino de llevar el perdón de nuestro pecado, de nuestra suciedad, por medio del lavado de la gracia y del perdón de los pecados. Por eso el rito de admisión significa, no ya que yo estoy barruntando cuál es mi vocación, qué es lo que Dios quiere de mí, sino que ahora la iglesia me llama ya a que me forme seriamente en este camino de servicio.

 

Termino recordando esa hermosa frase que nos dice el Papa Francisco en la exhortación apostólica postsinodal  “Christus vivit” dedicada a los jóvenes, dice; “No te preguntes quien soy yo, toda la vida quién soy yo, pregúntate para quien soy yo”, y él se responde; “Ciertamente eres para Dios, pero también eres para los demás”.  El servicio diaconal y el servicio presbiteral es un ser para los demás, es un expropiarse de los propios derechos y libertad para ser para los demás. Por eso también cabría preguntarse, y los demás que esperan de mí.  Esto ya para todos, que esperan los demás de mí, quizá yo defraudo, es lo que esperan de mí, que esperan mis padres mis hijos mis amigos de mí, quizá les defraudo, que esperan los pobres y los enfermos de mí, quizás les defraudo, porque solo pienso en mí, por eso es un servicio que no recuerda que la vida es para Dios y para los demás.

 

Pidamos que estos hermanos puedan con la docilidad y la humildad ir modelando su corazón, según el corazón de Cristo servidor, el corazón de Cristo pastor, que no ha venido a ser servido a ese poder que produce injusticias, si no ha venido a traer entre nosotros el poder del amor y del perdón, es decir ese reino santo y bendito de Dios. Lo pedimos así esta tarde al Señor por intercesión de la Virgen María.

 

Que así sea.

 

X Mario Iceta Gabicagogeascoa

Obispo de Bilbao

 

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