viernes, 8 de marzo de 2024

Y Blas Pascal tenía razón

El pasado 4 de marzo París echó las campanas al vuelo.  ¿Motivo?: el pleno de las dos Cámaras de gobierno había ratificado la inclusión en el texto constitucional del derecho al aborto. La votación final arrojaba la abrumadora mayoría de 780 votos a favor y 72 en contra. Este resultado hizo que Versalles luciera sus galas, con diputadas ecologistas vestidas de blanco. Todo el acto, como si se tratara de un gran evento deportivo, se pudo seguir a través de una enorme pantalla en la plaza de Trocadero; y ¡cómo no! la Torre Eiffel especialmente iluminada, contribuyó a la fiesta.

Este evento merece algunas reflexiones trascendentes porque, pensándolo bien invita más a llorar que al festivo repicar de campanas. Sin salirnos de París, al conocer la noticia, mi imaginación voló a la iglesia de san Esteban del Monte, donde reposan los restos de santa Genoveva patrona de la ciudad, y los de Blas Pascal. Por momentos lo he imaginado levantándose de la tumba y alzando su voz para proclamar con fuerza dos de sus famosos pensamientos: “El corazón tiene razones que la razón ignora”; pero ni así: esta vez -añadiría el filósofo-, en Versalles no han acertado ni uno ni otra… Y también se habría acordado de su: “Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo”. (Pensamientos, n.553).

En el siglo XVII, evidentemente, Pascal ni sus contemporáneos se plantearon debatir sobre el aborto, y aunque lo hubieran hecho no habrían podido apelar a las certezas que la ciencia médica nos ofrece hoy día para rebatir, junto con otros argumentos racionales, el mal llamado “derecho al aborto”. Pero los pensamientos pascalianos sí arrojan luces para defender que toda vida humana, por su trascendencia y valor supremo, es una realidad que comienza en el seno materno, toca lo sagrado y suprimirla entraña un gravísimo ultraje. Por eso he querido despertar a Pascal de su tumba y hacer oír su voz.

En la votación del día 4 se ausentaron los dos referentes -cabeza y corazón- de su famoso binomio: el corazón no hizo oír sus razones, ni la razón aportó argumentos válidos. La máxima de Pascal admite diferentes lecturas; la que considero acertada, libre de prejuicios, no implica básicamente que corazón (sentimientos) y cabeza (razón) hayan de ignorarse o contraponerse como si fueran enemigos enfrentados, sino todo lo contrario: deben caminar unidos. Nos regimos por la inteligencia que puede “leer” el genuino sentido interno de la realidad, y conforme a esa lectura armonizarlo con el corazón. El despliegue del razonar intelectual, en su correcta lectura del verdadero sentido que nos muestran las realidades del mundo, “comunica” y llega al corazón de la persona para dirigir sus sentimientos, y así actuar rectamente. Entonces, en sintonía y unidad de acción, la obra que se realice -sea cual fuere- resultará conforme con la verdad y dignidad de la persona.

Siendo la unidad inteligencia-corazón el ideal de toda conducta, cabe sin embargo una disfunción del binomio y que sea el corazón, con su lenguaje propio, el que paradójicamente oriente y dé en la diana del recto actuar. Esto sucede cuando el juicio de la razón sobre un tema concreto – el “derecho al aborto”, en nuestro caso- ignore o no reconozca por motivos ideológicos o de otra índole, dónde está la verdad del tema en cuestión; y el corazón, entonces, salga en su ayuda. Pongo un ejemplo real, vivido hace dos años, que relataba en: “Las lágrimas del aborto”.

No era un titular retórico ni sensiblero, sino fruto de las lágrimas que había visto, expresivas de un dolor sincero -las “razones del corazón”, diría con Pascal- que reconocían claramente, como si fuesen lágrimas inteligentes, la verdad de un hecho reprobable: un aborto; es decir, la desnuda realidad de una grave injusticia que, en el momento de cometerla, la razón no la había reconocido como tal, ignorando su verdadera realidad. En la votación de París parece que la verdad de lo que es el aborto quedó ignorada, porque los dos referentes del binomio le dieron la espalda, dejando todo el protagonismo al componente ideológico.

 El hecho enlaza ya y tiene mucho que ver con la otra sentencia de Pascal, nacida de una visión trascendente de la vida y, más aún, desde su fe cristiana: “Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo”. Audaz afirmación que cabe explicarla así: el conocimiento de Cristo, siendo Dios, trasciende los siglos y llega siempre hasta el “hoy” de cada momento histórico. Por eso pudo ver “anticipadamente” todos los eventos de la historia, sufriendo ya por todos los ultrajes ofensivos de la dignidad humana, y a la vez de la suya propia en cuanto hombre que era y también en cuanto Creador. Intuimos así que la “anticipada” agonía de Jesús en su Pasión por todos los futuros ultrajes, revive en Él -misteriosamente- con nueva actualidad, cuando llegado su “hoy histórico”, van aconteciendo en el curso de los siglos, como el evento del pasado lunes en París.

Se comprende que Juan Pablo II y Benedicto XVI hayan hecho suyo ese pensamiento de Pascal a propósito, precisamente, de sucesos que se han cobrado miles de vidas humanas. Así, en enero de 1994 el papa polaco convocó una jornada especial de oración y ayuno para pedir por la paz en los Balcanes. Se refirió a las “queridas poblaciones de aquellos territorios, a las que seguramente se puede aplicar de forma dramática las palabras de Pascal: ‘Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo’”. E insistía: “Es difícil no vislumbrar en los acontecimientos que vienen sucediéndose desde hace años en la ex-Yugoslavia precisamente "la agonía de Cristo que continúa hasta el fin del mundo...". (Audiencia, 12-I-1994).

Benedicto XVI, por su parte, en abril de 2009 decía: “La pasión del Señor continúa en el sufrimiento de los hombres. Como escribe con razón Blaise Pascal, ‘Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo’” (Audiencia 8-IV-2009). Y de nuevo, en su viaje al Reino Unido: “En la vida de la Iglesia, en sus pruebas y tribulaciones, Cristo continúa, según la expresión genial de Pascal, ‘estando en agonía hasta el fin del mundo’” (Homilía, Westminster, 18-IX-2010). 

En pleno azote de la pandemia, el papa Francisco reafirmaba que “la vida que estamos llamados a promover y defender no es un concepto abstracto, sino que se manifiesta siempre en una persona de carne y hueso: un niño recién concebido, un pobre marginado, un enfermo solo y desanimado...” (Audiencia 25-III-2020). La Pontificia Academia para la Vida ha recordado esa audiencia de Francisco y reafirmado el pasado día 4 que «en la era de los derechos humanos universales, no puede existir el 'derecho' a quitar una vida humana» (Pontificia Academia, “Declaración” 4-III-2024).

Aunque Blas Pascal no haya visto lo sucedido en el Palacio de Versalles pienso que, de haber estado allí, se habría reafirmado en su sentencia: “Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo”. Y de haber podido votar en ese pleno, me da que lo habría hecho con la minoría, yendo contracorriente. No en vano, esas palabras sobre la agonía de Jesús las completó con estas otras: “no hay que dormir en este tiempo”. Hoy me he permitido despertarlo para que nos ayude a estar en una vigilia serena y lúcida, dispuestos a defender la verdad, aunque vaya contra contracorriente.

(publicado en El Confidencial)


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