viernes, 28 de febrero de 2020

Comentario al Evangelio del domingo, 1 de marzo de 2020

A vueltas con las tentaciones
      Al comienzo de la Cuaresma la Iglesia siempre nos propone la misma lectura del Evangelio: el relato de las tentaciones de Jesús. Nos podría dar pie para hablar de las tentaciones y de ahí pasaríamos a hablar del pecado. Pero lo cierto es que ese evangelio se orienta hacia otro punto: las tentaciones fueron para Jesús la oportunidad para descubrir o reafirmar su propia identidad. ¿Cuál era su relación con Dios, a quien llamaba Padre-Abbá? ¿Cómo debía realizar su misión de anunciar el Reino? ¿Se debería servir del poder y de la fuerza para arrastrar a las masas a creer en él y en el Reino que anunciaba? Todas estas cuestiones son las que están en juego en el relato de las tentaciones. Todas esas cuestiones fueron cruciales para Jesús. Fue un momento clave en su vida. Comprendió que su futuro no era ser “carpintero” en Nazaret. Se dio cuenta de que su vocación era hacer presente en el mundo, en su mundo, el amor de Dios, de ese Dios que era para él Padre de Amor y Misericordia. Pero, ¿cómo? Sin duda que Jesús reflexionó muy seriamente sobre este punto. Era el sentido de su vida, su mismo futuro, lo que estaba en juego. 
      Esa reflexión, que sin duda no tuvo lugar en una noche, nos la han relatado los evangelistas en un estilo novelado, hablando de las tentaciones que sufrió Jesús. Sin duda que Jesús se planteó esas cuestiones al inicio de su vida pública. O al final de aquellos treinta años de vida escondida en Nazaret. Para él la conclusión fue clara: no se trataba de usar el poder que Dios le había conferido ni de abusar de su nombre. Aquel a quien Jesús conocía como Padre reconoce y respeta la libertad humana. El Dios de Jesús no manipula las conciencias de nadie. Quiere ser aceptado libremente como Dios y Padre de todos. A partir de ese momento la misión de Jesús estuvo caracterizada por la sencillez del anuncio, por la cercanía con todos, por el encuentro humano, lleno de misericordia y compasión, con todos los hombres y mujeres, especialmente con los que sufrían. Por eso, Jesús terminó revelando a Dios más por su estilo de vida, por su forma de comportarse que por sus discursos. Estos, los discursos, no son más que un reflejo de su vida, de su experiencia de Dios. 
      También nosotros podemos ver las tentaciones que padecemos desde esa perspectiva. Son la oportunidad para clarificarnos sobre quiénes somos, sobre el sentido de nuestra vida, sobre lo que queremos ser. Son momentos clave en los que nos encontramos en un cruce de caminos. Tenemos que tomar una decisión que marcará nuestras vidas, nuestro futuro, nuestra forma de ser. Al ser tentados nos damos cuenta de que somos libres, de que hay otras posibilidades por las que podemos optar. Es un momento en el que nos hacemos libres y dueños de nuestra vida. En nuestras manos está la decisión. Y de ella somos responsables. 

Para la reflexión
      ¿Nos hemos sentido alguna vez en esas encrucijadas en que nuestro futuro depende de nuestra decisión? ¿Somos conscientes de las consecuencias para nuestra vida de la decisión que tomamos? ¿Recurrimos a la oración para tener más luz en esos momentos?

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