jueves, 10 de septiembre de 2020

DON MARIO - Eucaristía por los fallecidos durante la pandemia

Eucaristía por los fallecidos durante la pandemia

Muy querido Obispo Auxiliar don Joseba, Excelentísimo Cabildo Catedral, hermanos sacerdotes y diáconos.  Muy queridas autoridades que nos acompañáis, Señor Alcalde, Señora Presidenta de las Juntas Generales, Señor Diputado de Economía y Finanzas, Señor Subdelegado del Gobierno, muchas gracias por vuestra presencia, constituye para nosotros un motivo de estímulo y ánimo, muchas gracias por el trabajo intenso desempeñado en los últimos meses.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, de modo particular a los familiares de los fallecidos en estos tiempos de pandemia.

 

El apóstol San Pablo en su carta a los romanos recoge una afirmación ciertamente misteriosa, que dice así; “La creación fue sometida a la frustración, no por su voluntad sino por aquel que la sometió con la esperanza de que la creación misma sería liberada de la esclavitud, de la corrupción”.  Este texto nos habla de una corrupción, presente en la propia naturaleza, y también de una esperanza, y nos dice que también la creación necesita ser liberada y redimida solidariamente con nosotros, de un germen de corrupción, que ciertamente no pertenece al plan amoroso de Dios. Efectivamente la mortalidad y el sufrimiento que estamos padeciendo no procede esta vez de luchas fratricidas o de intereses particulares que en tantas ocasiones generan violencia y muerte.

 

La historia de la humanidad ha conocido tiempos de calamidades que proceden de la misma condición contingente de la naturaleza, queremos tener un recuerdo a los países más empobrecidos, la malaria sigue siendo la segunda causa de muerte en África, después del hambre, efecto ciertamente de nuestro egoísmo, injusticia y falta de amor. Las pandemias de peste o cólera han hecho estragos en la historia de occidente, de ahí por ejemplo el patronazgo de San Roque de muchas poblaciones para defender al pueblo frente a la peste, y otras más recientes como las gripes más o menos virulentas, recordemos la gripe de hace un siglo, en 1918 que causó millones de muertos, pero estábamos en la Primera Guerra Mundial y quizá paso más desapercibida, el ébola, el virus del síndrome agudo respiratorio hace unos años, y otras muchas, y ahora ha sido el coronavirus.  La historia nos muestra que no es la primera pandemia, ni desgraciadamente será la última.  Como nos ha dicho San Pablo en la carta a los romanos; “También la creación con nosotros aguarda con esperanza la redención”, una redención que en su fundamento último no viene de nosotros, una redención que tampoco procede de un optimismo ideológico, del devenir de la historia, el siglo XX ha sido el siglo más inhumano, con más muertes de la historia de la humanidad, y puede proceder únicamente de los avances admirables y necesarios de la ciencia, que indudablemente tanto bien nos proporcionan y tanto necesitamos, lo hemos visto estos días.  La redención de la que nos habla San Pablo abarca tanto la creación como la propia dimensión corporal de nuestra vida, y tiene su fundamento en el don de haber sido constituido hijos e hijas de Dios en Cristo, que ha tomado nuestra carne, nuestra carne mortal y que ha asumido la historia humana, también con sus sufrimientos sus luces y sus sombras.  En Cristo radica la fundamental y definitiva esperanza, tanto para quienes vivimos, como para los que lamentablemente nos han dejado durante estos meses.  La dimensión trascendente es esencial a la existencia humana, nuestro origen y destino último se encuentran en Dios, el da sentido a nuestro devenir y a nuestra historia, también a los episodios oscuros, dolorosos, incluso incomprensibles como estos que estamos viviendo, Él mismo ha asumido nuestra naturaleza para en ella sellar una alianza nueva y definitiva, como afirma el libro de la sabiduría; “Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes, sino que todo lo creo para que subsistiera”.  Efectivamente Dios no es el origen del mal, ni autor del sufrimiento, sino al contrario, Dios se pone siempre de parte del que sufre para ayudarlo, como dice San Juan; “Dios no envió a su hijo al mundo para juzgarlo, sino para que el mundo se salve por Él”.  Y esta salvación y esta vida también alcanzan a la misma creación, informa de una paz nueva y distinta, Jesús nos dice; “Os dejo la paz, no os la doy como la da el mundo”.  Y así también profetiza Isaías en un texto sorprendente y extraño; “Habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, un muchacho será su pastor, nadie causará daño ni estrago en todo mi monte santo porque está lleno el país del conocimiento del Señor”.  Es una paz perfecta y terminada, cuando se cumpla la plenitud del tiempo y la historia, fruto del amor de la misericordia y del perdón.

 

Dios cuida de su creación, de modo particular del ser humano a quien ha creado a su imagen y semejanza, y con quien ha establecido una alianza eterna de amor, y le ha encargado participar del cuidado de la creación, y ante todo del cuidado de los unos a los otros, por medio del amor.

 

La Eucaristía es signo y la presencia de este amor de Dios, y también fuente de la que podemos siempre beber, para amar a los demás como Jesús nos ha amado.  Este amor así lo ha manifestado durante este tiempo duro de pandemia, tantas personas, familias, profesionales, voluntarios, organizaciones, instituciones, que se han volcado sin reservas, incluso a riesgo de sus propias vidas en el servicio de los demás, también las parroquias, sacerdotes, diáconos, comunidades religiosas, laicos, equipos, instituciones eclesiales, han dado lo mejor de sí mismos para servir y atender, todos, cada uno en su ámbito, habéis sido sembradores de vida y habéis mantenido con fortaleza la llama de la esperanza que tanto necesitamos, habéis mostrado el auténtico rostro de la fraternidad humana, y de la entrega generosa.

 

En esta Eucaristía queremos dar gracias a Dios por todos y cada uno de vosotros, también por los más escondidos, por los que su vida no aparece, o parece que no tiene brillo, manifestamos de corazón nuestro agradecimiento y admiración.

 

La atención personal tanto en el ámbito material como en el social y espiritual se hace especialmente necesaria a los que sufren, particularmente queremos tener un recuerdo a las personas mayores, a quienes viven en soledad, en la residencias, a los enfermos, queremos estar de modo muy particular junto a vosotros, y manifestaros que vuestras vidas son un auténtico don para la iglesia, para la sociedad, y que podéis y debéis contar con nosotros, para que vuestras vidas estén siempre acompañadas, sean luminosas y esperanzadas, queremos agradeceros el testimonio de la entrega de toda vuestra vida, y en la ancianidad sintáis el calor de nuestro amor y de nuestra ayuda.

 

La muerte nos ha golpeado duramente, la pandemia ha causado el sufrimiento más desgarrador en el corazón de muchas familias, que han visto enfermar y fallecer a sus seres queridos, en ocasiones sin poder ofrecerles la compañía y el consuelo que hubieran necesitado.  Ofrecemos esta Eucaristía por ellos, uno por uno, de modo personal, por su propio nombre, por todos ellos.

 

Hemos visto la importancia de atender no solo la dimensión corporal de los enfermos, sino también las necesidades afectivas, psicológicas, espirituales, y familiares, lo que constituye un auténtico cuidado integral.  A quienes han fallecido Dios los ha acompañado en el momento definitivo de sus vidas, no han estado solos, Cristo ha estado con ellos, llenándolos de paz, abrazándolos con sus manos traspasadas, llevándolos a la morada definitiva, donde nos aguardan y donde interceden por nosotros, permaneciendo para siempre unidos con nosotros por medio del amor, también participando hoy en la presencia de Dios de esta Eucaristía.

 

Tenemos por delante unos tiempos difíciles de reconstrucción, tenemos que ayudar a quienes se han visto perjudicados por la pandemia, la crisis económica y social en la que nos vemos inmersos requiere redoblar esfuerzos en generosidad y en compromiso personal, social e institucional.  La Iglesia diocesana quiere ofrecer lo que es y lo que tiene, para colaborar en esta tarea, es tiempo para vivir las bienaventuranzas que nos hablan de una esperanza cierta, que proviene el amor de Dios que se manifiesta en gestos concretos y cotidianos.  Es tiempo para la magnanimidad, la generosidad, el esfuerzo, la constancia, superando intereses particulares en el servicio del bien común.  Y en ese tiempo necesitamos seguir adoptando con gran responsabilidad las medidas personales y sociales de prevención del contagio, principalmente como servicio de caridad hacia los demás.

 

Hoy celebramos la fiesta del apóstol Santiago, patrono de Bilbao, titular de esta Santa Iglesia Basílica Catedral, el transcurso de su vida manifiesta una progresiva y admirable transformación interior, y aspirar a ocupar un puesto de prestigio junto al Señor, según el espíritu mundano, queremos sentarnos a tu derecha y a tu izquierda, llego a derramar humildemente su sangre por amor a Dios, y en el servicio abnegado del Evangelio, imitando al maestro, y haciendo realidad lo que nos ha dicho San Pablo en la segunda lectura que hemos escuchado; “Mientras vivimos continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne, así la muerte está actuando en nosotros, para que la vida actúe en vosotros”.  Pienso que esto ha sido también el modo de actuar de muchas personas que han ayudado, la muerte actúa en nosotros con riesgo de contagio, algunos han fallecido ayudando a los demás para que la vida actúe en vosotros.  Este es también hoy el servicio que nos encarga el Señor, entregar la vida en el servicio generoso, para que la vida de Dios alcance a todos, y nos encomendamos junto a Santiago a Nuestra Madre la Virgen de Begoña, que ella cuide de nosotros con su corazón materno, y nos enseñe a querernos y ayudarnos sin cansarnos, como hermanos.

 

Que así sea

 

X Mario Iceta Gabicagogeascoa

Obispo de Bilbao

 

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