lunes, 11 de junio de 2018

CORPUS CHRISTI


Muy queridos hermanos y hermanas.

En esta mañana del Corpus yo quisiera compartir con vosotros cuatro breves reflexiones que nos hagan penetrar en este gran misterio de amor; “Qué sería del mundo sin la Eucaristía en el centro”.

- La primera reflexión la titularía; “Misterio de Fe”.  Es lo que precisamente decimos inmediatamente después de la Consagración; Mysterium Fídei, este es el misterio de la fe, este es el sacramento de la fe.  Por lo tanto, yo diría que, el modo de medir, el termómetro de nuestra fe, sería, hasta qué punto yo acepto este misterio en medio de nosotros.  En este mundo tecnificado, todo da la sensación de que solo lo que se puede probar por la ciencia es verdadero, y todo lo demás queda a la opinión, o queda al deseo, o a la imaginación.  Decimos misterio de fe, ya le pasó a Jesús en el discurso del pan de vida, cuando va preparando a los discípulos, les da a comer el pan material, después les dice; “Yo os daré un pan que no conocéis”, y al final termina diciendo; Quien no come mi carne y bebe mi sangre no tiene vida”, y los mismos discípulos le decían; “Este discurso es muy duro de aceptar”.  Quizás también sería la queja, o el reproche, del mundo de hoy, es duro aceptar que Jesús el Señor esté presente de modo real, de modo sacramental, en la Eucaristía.  Y ha sido también la historia de la iglesia, donde ha habido periodos, donde también esta fe, está presencia eucarística de algún modo se debilitaba, en concreto en el siglo XIII, donde nace esta misma Celebración, que es instituida por el papa Urbano IV, y que pide a Santo Tomás de Aquino que componga las oraciones de este día, las oraciones de la misa de hoy las compuso Santo Tomás de Aquino, las canciones tan conocidas, el Tantum ergo, el Pange Lingua, son compuestas por Santo Tomás  de Aquino, porque también es momento de cierta debilidad en el misterio de fe. Pero la iglesia siempre recuerda; “Misterium Fídei”, va más allá de la razón, no es irracional, no va contra la razón, pero va mucho más allá de la razón, es aceptar el misterio de Dios, que no puede ser contenido en nuestras limitadas categorías humanas, es confiarnos al misterio de Dios que se hace presente en medio de nosotros.

- La segunda reflexión la titularía; “Misterio de Amor”.  El señor en la institución de la Eucaristía dice; “Esto es mi cuerpo que se entrega”, un cuerpo que se da además en una mesa. Bien sabemos que el comer tiene una profunda raíz antropológica, no solo es compartir el alimento, es compartir la vida. Jesús dice; “Es un cuerpo que se entrega, yo doy mi vida, yo me entrego a vosotros, para que vosotros tengáis vida nueva”.  Ciertamente en el mundo de hoy hablamos tanto de amor, pero es una palabra un tanto desgastada, a veces el amor se confunde con el deseo, a veces el amor se confunde con el placer, el amor es lo que dice Jesús; “No hay amor más grande que el que entrega la vida”, el que da la vida, y en la Eucaristía nos entrega una vida nueva, por eso Él dirá; “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida, tiene vida eterna, habita en mí y yo en él”.  Es curioso que Cristo Buen Pastor nos quiere llevar sobre sus hombros, pero también es curioso que Cristo Buen Pastor quiere ser llevado por nosotros en nuestro corazón, una vez que nos unimos a Él en el sacramento de la Eucaristía.

- La tercera reflexión sería; “Es un Misterio de Perdón, un Misterio de Misericordia, un Misterio de Reconciliación”.  Nos ha dicho Jesús; “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”, y luego dice; “Y esta es mi sangre que se derrama para el perdón de los pecados”. Quizá cuando nos acercamos al sacramento de la penitencia, de la confesión, de la reconciliación, y escuchamos las palabras del sacerdote; “Yo te absuelvo de tus pecados”, quizá no nos damos cuenta que lo que dice el sacerdote está totalmente unido a una sangre derramada para el perdón.  El sacerdote puede decir yo te absuelvo porque Cristo derramó la sangre para ti.  Y de alguna manera cuando recibes el perdón estás recibiendo los frutos de la sangre del Señor, los frutos de la pasión del Señor.  La misma mesa que compartimos tiene que ser purificada, vemos que Jesús comparte la cena, pero también está Judas, que no acepta el pan que le ofrece Jesús.  Vemos en la historia del antiguo testamento muchas acciones de pecado de compartir la mesa, incluso Adán y Eva, parte el pecado original de que dijo Jesús; “De esto no comáis, no comáis del árbol del bien y del mal”.  El fratricidio de Caín con respecto a Abel se refiere también a alimentos, Abel ofrecía lo mejor al Señor de sus animales, Caín ofrecía lo peor.  Vemos que Esaú vende su primogenitura a Jacob por un plato de lentejas.  Bien sabemos que muchas veces en nuestras mesas fraternas y familiares, a veces cuantas discusiones, cuantas veces profanamos la mesa que compartimos, por eso esa mesa tiene que ser purificada, y se nos ofrece un banquete nuevo, por la sangre derramada de Cristo, que es Misterio de Amor, Misterio de Perdón, Misterio de Misericordia y de Reconciliación.

- Y por último; “Es un Misterio que Transforma”.  Que transforma el mundo. Celebramos hoy el día del amor fraterno, el día de Cáritas, y precisamente quien recibe el misterio de amor, y el misterio reconciliación en su vida, tiene que hacer lo mismo en su vida.    A veces cuando hablamos de Cáritas, ciertamente pensamos que tenemos que ayudar a los pobres, sin darnos cuenta que los primeros pobres somos nosotros, que también somos pobres de amor, pobres de compañía, vivimos en soledad, pobres por nuestro orgullo, por nuestra autosuficiencia, necesitamos que el Señor abrace nuestra vida, que el Señor perdone nuestra vida, que el Señor haga de nosotros criaturas nuevas, y así podremos compartir con los demás.  El evangelio de hoy termina con una frase quizá un poco misteriosa, dice; “No volveré a beber del fruto de la vid, hasta que beba el vino nuevo en el reino de Dios”.  El vino nuevo es la creación nueva, es el corazón nuevo, el vino significa alegría, la alegría del reino de Dios, la alegría del compartir, la alegría de hacernos cargo de los demás, de hacer que los demás puedan vivir mucho mejor en la dignidad de hijos de Dios, de transformar este mundo que se desangra de tantas maneras, de guerras, de ambiciones, de injusticias, de hambrunas. Quien recibe la eucaristía está llamado a transformar el mundo, a hacer que este pan compartido y esta sangre derramada llegue a todos en un mundo nuevo y fraterno.

Damos gracias a Dios, porque Él no se quiso quedar lejos como una filosofía oriental, ahí lejana, o simplemente como un libro que nos entrega de palabra de Dios, sino que Él se ha querido quedar en medio de nosotros, en la Eucaristía y ha querido reflejar en cada rostro que pasa hambre, que pasa sed, que paso soledad, que pasa enfermedad, al Señor lo encontramos en la Eucaristía y lo encontramos en el que sufre y en el que necesita.  Pedimos que tengamos esos ojos de reconocerle en la fe, que tengamos ojos de reconocerle presente y operante en nuestra vida.

Así lo pedimos al Señor esta mañana, por intercesión de quien generó esa carne de Cristo, por intercesión de la virgen María.

Que así sea.




X Mario Iceta Gabicagogeascoa
Obispo de Bilbao

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