viernes, 26 de octubre de 2018

PASTORAL Y HOMILÍAS OBISPO


INICIO DEL CURSO PASTORAL 2018-2019

Queridos hermanos y hermanas.

Comenzamos un nuevo curso pastoral. El último del vigente V Plan Diocesano de Evangelización. “Salid al encuentro” ha sido nuestro lema y nuestra guía durante estos últimos años: al encuentro con Dios, con el prójimo, de modo particular en las periferias existenciales y entre nosotros fomentando la comunión. Señalábamos algunas tareas permanentes: la puesta en marcha del directorio diocesano de iniciación cristiana, la culminación de la remodelación pastoral y el impulso a la paz y la reconciliación. Además, algunos acentos han querido orientar nuestra acción pastoral: la consideración de la familia como sujeto agente de la evangelización; la integración de la dimensión socio-caritativa en el núcleo de la evangelización y de la vida de las comunidades; el impulso en la creación de realidades comunitarias y el fortalecimiento de un laicado responsable; el fomento de la comunión diocesana; la promoción de condiciones favorables al encuentro personal con Dios.

Al comienzo de curso queremos acoger nuevamente con ilusión la llamada del Señor que nos invita a participar en la tarea evangelizadora, en el campo donde la mies es mucha y los trabajadores pocos, en la viña, que debe dar buenos frutos en lugar de agrazones, en el ancho mar, donde hemos de echar las redes confiados en su Palabra.

Debemos concebir nuestra propia vida como una llamada a la misión. Esta es nuestra vocación. Vocación y misión son dos dimensiones inherentes a nuestro ser discípulos y misioneros.

La situación eclesial y social ha ido cambiando en estos años. El número de niños y jóvenes que comienzan su iniciación cristiana sigue disminuyendo, así como la celebración de nuevos matrimonios cristianos. También la celebración exequial cristiana ha dado paso a nuevas formas de despedida al margen de la celebración en la Iglesia. Nuevas formas de pobreza surgen entre nosotros, la llegada de refugiados o de inmigrantes que cruzan el estrecho con gran riesgo de sus vidas y en medio de un doloroso desarraigo. Se cronifica la pobreza en familias, parados de larga duración y personas que no son capaces de salir del centro o la periferia de la exclusión. La soledad de muchas personas, particularmente ancianas y enfermas se extiende como una amarga sombra sobre una vida que va perdiendo la esperanza. La tarea de la reconciliación que ayude a restañar profundas heridas que ha dejado entre nosotros el terrorismo y la violencia requerirá de formas nuevas y de un nuevo impulso renovado.

La familia sigue siendo la institución más valorada en nuestra sociedad. Tras la promulgación de la exhortación postsinodal Amoris laetitia, es necesario que sus contenidos y propuestas vayan calando y fecundando nuestra acción pastoral en el cuidado y promoción de la familia, así como su integración plena en la vida de las comunidades y parroquias, y la atención esmerada y cercana a las situaciones de dificultad, crisis, sufrimiento o ruptura.

Las periferias existenciales, nuevas y antiguas, siguen siendo el lugar donde resuena y nos interpela el gran protocolo por el que seremos juzgados: me disteis de comer, de beber, me vestisteis, me visitasteis... El Papa Francisco, a este respecto, nos dice: “Ante la contundencia de estos pedidos de Jesús es mi deber rogar a los cristianos que los acepten y reciban con sincera apertura, «sine glossa», es decir, sin comentario, sin elucubraciones y excusas que les quiten fuerza. El Señor nos dejó bien claro que la santidad no puede entenderse ni vivirse al margen de estas exigencias suyas, porque la misericordia es «el corazón palpitante del Evangelio» (GE, 97). Y nos pide que nos alejemos de dos modos ideologizados que distorsionan la verdad que resplandece en el Evangelio: “Lamento que a veces las ideologías nos lleven a dos errores nocivos. Por una parte, el de los cristianos que separan estas exigencias del Evangelio de su relación personal con el Señor, de la unión interior con él, de la gracia. Así se convierte al cristianismo en una especie de ONG, quitándole esa mística luminosa que tan bien vivieron y manifestaron san Francisco de Asís, san Vicente de Paúl, santa Teresa de Calcuta y otros muchos. A estos grandes santos ni la oración, ni el amor de Dios, ni la lectura del Evangelio les disminuyeron la pasión o la eficacia de su entrega al prójimo, sino todo lo contrario.” (GE, 100). “También es nocivo e ideológico el error de quienes viven sospechando del compromiso social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista, inmanentista, comunista, populista. O lo relativizan como si hubiera otras cosas más importantes o como si solo interesara una determinada ética o una razón que ellos defienden. La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte. No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente”. (GE, 101).

La vida cristiana nace, crece y madura en la comunión eclesial. De ahí la necesidad de fortalecer nuestras comunidades cristianas como lugar de encuentro con Dios y entre nosotros, favoreciendo el conocimiento mutuo de los diversos ministerios y carismas y fortaleciendo la comunión. Esta comunión es “conditio sine qua non” para la fecundidad de la misión. “Sabrán que sois discípulos míos si os amáis”, dice el Señor (cfr. Jn 13, 35). Esta comunión eclesial está inserta en la vida de la gente, en medio de la sociedad, como un fermento en la masa, como faro en la noche, a modo de sacramento de salvación, en palabras del Concilio.

Esta comunión eclesial no es fruto de nuestro esfuerzo, sino de la llamada de Dios, que nos ha convocado para formar un pueblo santo, real, profético y sacerdotal.

X Mario Iceta Gabicagogeascoa

Obispo de Bilbao

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