martes, 9 de abril de 2019

HOMILÍA ORDENACIÓN EPISCOPAL MONS. JOSEBA SEGURA

Queridos hermanos en el episcopado, sacerdotes y diáconos, miembros de la vida consagrada y seminaristas. Estimadas autoridades. Saludo con gran afecto a Don Joseba y a su familia. Muy queridos hermanos y hermanas.

1. Entzun barri dogun Ebanjelioan, Jesus mahatsondoa da eta gu aihenak. Beragaz bat eginda egon ezik, ezin dogu ezer egin. Acabamos de proclamar un fragmento del Evangelio según San Juan en el que se relata el precioso pasaje de la vid y los sarmientos. Dice Jesús: “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador…” “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.” La vid y los sarmientos representa una hermosa imagen de Cristo y su Iglesia. Ya el Concilio Vaticano II nos hablaba de la Iglesia como “labranza, o arada de Dios (cf. 1 Co 3,9). En ese campo… el celestial Agricultor plantó la Iglesia como viña escogida. Y la verdadera vid es Cristo, que comunica vida y fecundidad a los sarmientos, que somos nosotros, que permanecemos en El por medio de la Iglesia, y sin El nada podemos hacer (cfr. LG, 6).

2. En ese cuerpo místico de Jesús, en esta familia de Dios, la vida plena que procede del Padre se comunica a los creyentes, que estamos unidos a Cristo de un modo misterioso, pero real (cfr. LG, 7). Por eso podemos decir que la Iglesia es la tierra de los vivientes, de la vida verdadera, donde se nos comunica el don de Dios sin el cual ni somos ni podemos hacer nada. Sin Jesús todo es oscuro y tenebroso. Pero con Él y en Él vivimos en esperanza, en luz y en vida.

3. Eleizan, ministerioa zerbitzatuz maitatzean datza, besteen oinetara jarri eta hareei oinak garbitzean eta hareek zerbitzatzean. Querido Joseba. Hoy se te confía el hermoso ministerio de cuidar esta viña de Dios que es la Iglesia. Bien sabes que el ministerio en la Iglesia, no es subir, promocionar, sino que es bajar, ponerse a los pies para servir. La Iglesia no es una estructura mundana, ni política, ni sociológica. No se rige por sus parámetros ni ideologías. Tiene una dinámica propia y original. Es la Esposa amada del Señor convocada por Dios, animada por el Espíritu. Jesús ha derramado por Ella su sangre y la genera como su Cuerpo y Esposa. Y lo ha hecho de un modo tan sorprendente como conmovedor. Jesús nos ha engendrado, nos ha recreado entregándose por completo, dándose todo: su cuerpo, su sangre, su Espíritu. Por eso la Eucaristía es el sacramento del amor que contiene el don de Cristo, el alimento de eternidad, que nos capacita para ser también nosotros un don a los demás, en la entrega y en el servicio. Por eso, como afirmaban los mártires de Cartago, sin la Eucaristía no podemos vivir. Sin Él no podríamos darnos como nuestros hermanos se merecen. Y es la Eucaristía el misterio que construye y edifica la Iglesia. Como afirmaba el Concilio: “Cristo fue enviado por el Padre a «evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos» (Lc 4,18), «para buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10); así también la Iglesia abraza con su amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo”. (LG, 8)

4. Zerbitzatu aurretik, Jainkoaren maitasunak hartu, garbitu, parkatu eta birsortu egin behar gaitu. Para poder servir, nosotros tenemos antes que ser acogidos, lavados, perdonados, recreados por el amor y sostenidos en la misericordia de Dios. Es el misterio de la Encarnación. El Hijo ha tomado nuestra carne que necesita ser purificada y perdonada. En palabras del Vaticano II: “Mientras Cristo, «santo, inocente, inmaculado» (Hb 7,26), no conoció el pecado (cf. 2 Co 5,21), sino que vino únicamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Hb 2,17), la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación”. (LG, 8).

5. Kristau bizitzan, lehenengo mobimentua, mobimenturik garrantzitsuena, jasotea da. Ez daigun sekula ahaztu. Jainkoaren deiari eskuzabaltasunez erantzun ahal izateko, bere doea jaso behar dogu, geure egin behar dogu geuretzat eta munduarentzat dauan egitasmoa. Precisamente por eso San Pablo, en la segunda lectura, nos ha recordado que Dios nos ha llamado a una vida santa, no por nuestras fuerzas, que son tan pequeñas e inestables, sino por el don de Cristo que se nos comunica en la Iglesia. Efectivamente, el primer movimiento y el más importante de la vida cristiana es recibir. No lo olvidemos nunca. Si no recibimos, sino somos capacitados no podremos darnos como el corazón humano necesita y merece. Él nos amó primero. Sólo recibiendo el don de Dios, acogiendo su proyecto sobre nosotros y sobre el mundo, podremos responder con generosidad y verdad a su llamada. Es el camino de la santidad que iniciamos el día de nuestro bautismo: vivir en la fe, esperanza y amor, custodiar en el corazón y en la vida el precioso don del Señor. Es el camino y tarea que debe recorrer el discípulo misionero: “No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor... Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios”.

6. Jarri daigun konfiantza osoa Jaunarengan. Beragaz bat eginda ez gara bildur, Berak argi egiten daualako gure bizitzan eta bidelagun dogulako betierekotasunerako bidean. El Señor nos invita a no tener miedo a pesar de la dificultad y de las oscuridades del camino. Como ha manifestado Dios al profeta Jeremías: “No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte”. Él está con nosotros. Una compañía misteriosa pero real que nos serena y llena de paz. Querido Joseba. Tu lema episcopal es: “sé bien de Quién me he fiado”. Él no te va a defraudar. Lo sabes bien por la experiencia propia de tu vida. Nunca nos defrauda si sabemos leer bien su presencia salvadora en nuestras vidas. Una vez más ponte confiadamente en sus manos. Como afirmaba el Papa Francisco en la canonización de San Pablo VI y San Oscar Romero: “Pidamos la gracia de saber dejar por amor del Señor los lastres que entorpecen la misión, los lazos que nos atan al mundo. … Pablo VI, aun en medio de dificultades e incomprensiones, testimonió de una manera apasionada la belleza y la alegría de seguir totalmente a Jesús. Es hermoso que junto a él y a los demás santos y santas de hoy, se encuentre Monseñor Romero, quien dejó la seguridad del mundo, incluso su propia incolumidad, para entregar su vida según el Evangelio, cercano a los pobres y a su gente, con el corazón magnetizado por Jesús y sus hermanos” (homilía canonización 14 octubre 2018). Es lo que pedimos hoy para ti y para todos nosotros por intercesión de la Virgen María. Sabemos bien de Quién nos hemos fiado y estamos convencidos de que Él tiene poder para custodiarnos hasta la eternidad (cfr. 2 Tim 1, 12). Que seguir a Jesús sea siempre la fuente perenne de nuestro amor, nuestra esperanza y nuestra alegría. AMÉN.

Mons. Mario Iceta (Homilía ordenación episcopal Mons. Joseba Segura)

Bilbao, 6 de abril de 2019

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