martes, 14 de noviembre de 2017

HOMILÍA DE DON MARIO DEL DOMINGO 12/11/17


DOMINGO XXXII
 
 
Muy queridos hermanos y hermanas:
Estamos celebrando hoy este día de la Iglesia Diocesana, y me gustaría compartir con vosotros una reflexión a este respecto, y también una reflexión de cada una de las lecturas que hoy nos presenta la Escritura.
Dentro de dos domingos termina el año litúrgico, y al siguiente, dentro de tres domingos comienza el tiempo de Adviento, el nuevo año litúrgico, por eso ya las lecturas de este domingo y los dos próximos miran un poco al final del tiempo, miran un poco a ese momento en que Cristo volverá, volverá para mostrarse como es, el Señor del Universo, el Señor de nuestras vidas, el que lo sostiene todo, y el que da consistencia a todo. 
Cuando rezamos el Credo, decimos “Creo en el Iglesia que es Una, Santa, Católica y Apostólica”, es decir la iglesia, está sustentada sobre los cimientos de los apóstoles, el Señor eligió a sus discípulos, y entre los discípulos llamó a doce que constituyo apóstoles, a Pedro le dio ese poder de atar y desatar, sobre ellos en primer lugar hizo la efusión del Espíritu Santo, les dio el Espíritu Santo, y después a ellos les mando predicar en toda la creación.  La iglesia por lo tanto se basa en ese ministerio de los apóstoles, que tiene como función sobre todo servir, servir al pueblo de Dios, ya dijo Jesús, “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve”, por eso se les llama ministros, minister significa servidor, el que ayuda a otros a cumplir con su vocación, con su función.  Ya desde el comienzo de la iglesia, aparece en las cartas de san Pablo y en los hechos de los apóstoles, que los apóstoles iban estableciendo sucesores suyos en diversos lugares, los más famosos en las cartas de San Pablo son, San Timoteo que él puso como apóstol en Éfeso, o San Tito que puso como apóstol en Creta. Y comienza este ministerio de sucesión de los apóstoles que son los obispos, por eso dirá el Concilio Vaticano II que, “La iglesia particular, la iglesia diocesana, es una porción del pueblo de Dios confiada a un sucesor de los apóstoles, confiada a un obispo”.  Por eso la diócesis no es por así decirlo, solo una demarcación territorial, sino es una adscripción del ministerio de un sucesor de los apóstoles, porque es iglesia apostólica.  Os habéis preguntado porque no decimos diócesis de Bizkaia, decimos diócesis de Bilbao, porque es el lugar donde está el sucesor de los apóstoles adscrito a esa porción del pueblo de Dios, de hecho no todo Bizkaia es diócesis de Bilbao, Orduña es Vitoria, o por ejemplo hay  territorios en la provincia de Huesca donde hay tres obispados, o en Granada está Granada y Guadix, o Salamanca, está Salamanca y Ciudad Rodrigo, se dice lugar donde hay una persona sucesor de los apóstoles, a los cuales se adscribe una porción del pueblo de Dios, incluso hay circunscripciones que no son territoriales, por ejemplo en España el arzobispo castrense, los militares están adscritos a un obispo que no es el territorial, es el obispo castrense, o hay prelaturas personales. 
Con esto quiero decir que la iglesia no es una administración, es algo vivo, algo que vincula personas, estamos aquí vinculados por los lazos del Señor, vosotros conmigo y yo con vosotros, y para serviros y para ayudaros.  Precisamente el obispo presenta la iglesia en su pueblo, dentro de su demarcación, dentro de ese pueblo de Dios y posibilita la Eucaristía.  Obispo y Eucaristía son los fundamentos de una iglesia local.  Obispo Eucaristía, palabra de Dios, para servir al pueblo de Dios, para servir, para que seamos todos discípulos del Señor.
Y por este discipulado quisiera decir una palabra de cada lectura.  La primera lectura que hemos escuchado nos hablaba de la sabiduría.  Dios mío cuanto nos hace falta para nuestra propia vida, y para la vida social el don de sabiduría.  Hablamos de sociedad de la tecnología, hablamos de la sociedad de la información, pero muchas veces o casi nunca hablamos de sociedad de la sabiduría.  Nuestra vida está construida por nuestras propias elecciones, vamos construyendo nuestra vida con aquello que elegimos cada día, desde que suena el despertador por la mañana ya es la primera elección, me levanto o no me levanto, o cuando voy a trabajar, pues trabajo bien o me escaqueo, o cuando estoy en casa con mi esposo o esposa o con mis hijos, me entrego a ellos o me aparto y me dedico a mis cosas, no sé en Internet etc.  Nuestra vida está llena de decisiones, de elecciones que nos construyen.  Cuánto necesitamos el don de sabiduría para elegir bien, no digamos ya a nivel social, a nivel político, a nivel económico, cuanto hace falta una sabiduría para elegir bien.  Cuando pones el telediario las noticias, cuántos desastres de orden político, económico, social, mundial, porque falta el don de sabiduría, por qué no nos dirige la sabiduría nos dirigen los intereses ideológicos, intereses de poderes, intereses estratégicos. Danos Señor el don de sabiduría, lo necesitamos para construir nuestra vida, para construir una sociedad justa, una economía justa, un mundo fraterno. 
La segunda lectura, responde a la preocupación que tenían los cristianos de Tesalónica, se lo preguntaban muchas veces a San Pablo, muchos venían del judaísmo y en el judaísmo había al menos dos corrientes, los saduceos no creían en la resurrección de los muertos, y los fariseos qué si creían en la resurrección de los muertos, entonces la duda de los cristianos de Tesalónica era: “pero vamos a ver, hay algo después de esta vida, podemos esperar algo después de esta vida”.  Quizá muchos de nuestros hermanos, conciudadanos ha renunciado ya a pensar que puede haber algo después de esta vida, muchas veces vuelve ese “Carpe Diem” romano, aprovecha el momento porque después de esto ya no queda nada.  Muchas veces he hecho referencia a un autor que creo que lo he leído prácticamente entero, me apasiona, José Saramago, Premio Nobel, pero un hombre increyente, y cada vez que me acuerdo me duele interiormente como describía la muerte: “Cuando llegue el momento de mi muerte penetraré en la nada y en la nada seré disuelto” decía él.  Yo espero que hoy haya descubierto que hay otra cosa, que hay un Dios de misericordia que le estaba esperando toda la vida, porque si es que después de este mundo no hay nada, en el fondo la desesperanza se cierne sobre nosotros, en el mundo, en cierto modo, cada día que pasa corre en contra nuestra, nos queda menos, el famoso tic tac, tic tac.  Pero es justo al contrario, después de esta vida nos espera el todo, nos espera la vida plena, nos espera un amor infinito, nos espera una comunión con Dios y entre nosotros, algo que no está basado en nuestras fuerzas, que son tan pequeñas, a veces tan retorcidas, sino algo que Dios nos va a regalar, como dice la Apocalipsis: “Yo vi la Jerusalén que descendía del cielo”, un don del cielo que Dios nos da, una gracia de Dios que Él nos concede.  Y por eso sabemos que la esperanza es grande, es la promesa de Dios, es la promesa del Señor que dijo: “Yo voy a la casa de mi Padre a prepararos un lugar, y cuando vuelva os cogeré conmigo, y os llevaré para que estéis siempre conmigo”.
El evangelio nos habla del reino de Dios comparado a unas vírgenes que eran unas necias y otras sensatas, pero todas se durmieron, todas se durmieron.  Es a veces la inconsciencia de la vida, la vida pues nos mete, es una especie como de ola que te revuelca, y allá vamos como los surfistas encima de la ola, y a veces perdemos las referencias fundamentales, tenemos que sacar muchas cosas adelante en un mundo muy estresado, con unos horarios de infarto, y a veces nos adormecemos con respecto a las cosas de Dios, vivimos como distraídos por tantas ocupaciones que nos solicitan y nos desgarran por dentro.  Todas se durmieron, pero las mitades tenían aceite, es decir tenían amor en su vida, y es curioso que ese aceite da luz, porque el amor es luz, y la luz sirve para que cuando venga el señor no solo le veamos a Él, le reconozcamos, viene el esposo con la luz soy capaz de reconocerlo, sino también para que Él nos reconozca a nosotros, para que nos acoja en su casa.  El amor nos hace ver de un modo nuevo, cuando en la vida a pesar de estar tan tensionados por tantas cosas que realmente amamos, intentamos darnos a los demás, intentamos mirarnos con ojos nuevos, nos da una luz para hacer elecciones, nos da la luz para construir la vida, y al mismo tiempo esa luz hace que el Señor nos reconozca.  
Siempre suelo poner un ejemplo,  y con ello termino, de otra parábola que dice el Señor en el Evangelio, aquella parábola de aquel rico que banqueteaba generosamente en su casa, y estaba el pobre Lázaro a los pies de la mesa pidiendo unas migajas, curiosamente el pobre tenía nombre, Lázaro, que significa en arameo quien confía en Dios, quien espera en la bondad de Dios, pero es muy curioso que el rico no tiene nombre, luego le hemos puesto el nombre de Epulón, pero ese nombre no aparece en la Escritura, y en la Escritura no tener nombre es algo muy grave, no tener nombre significa que Dios no te conoce, es decir Dios no conocía a este rico, que estaba podrido en su riquezas y no socorría al pobre, le faltaba el aceite de la lámpara, le faltaba la luz para reconocer el rostro de Cristo en ese pobre que le estaba pidiendo, y también le faltaba la luz para que Dios pudiera reconocerle a él como hijo, ante Dios no tenía nombre, eso es terrible, el nombre es el modo en que Dios no reconoce.
Por eso hoy demos gracias al Señor por qué nos ha llamado a participar de un pueblo santo, de una iglesia diocesana que camina aquí en Bizkaia, que participemos con gozo de ella, que la sostengamos también en sus necesidades, porque esto es nuestro, es como cuando se dice la Iglesia tiene muchas riquezas, mirad yo soy administrador de lo que me han dejado, el obispo anterior me pasó lo que hay, yo se lo pasaré al siguiente, y así siempre, somos administradores no dueños, tenemos que administrar la casa de Dios, administrar los sacramentos, administrar el pueblo de Dios como algo que llevamos con temor y temblor, porque es el don del Señor al que tenemos que servir.
Que siempre el Señor nos de la alegría de pertenecer a una familia, a un hogar que se llama iglesia, y que en esa iglesia de puertas abiertas podamos entrar a acoger el don De Dios, y podamos salir a llevar esos dones a los hermanos más necesitados.
Así lo pedimos al señor por intercesión de la Virgen María.
Que así sea.
 
X Mario Iceta Gabicagogeascoa
Obispo de Bilbao

 

 

 

 

 

 

 

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