jueves, 16 de mayo de 2019

LA CENA DEL SEÑOR



Muy queridos hermanos y hermanas.

Comenzamos este Triduo Santo, de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, con la Santa Cena.

La liturgia nos ha ofrecido tres lecturas, tres palabras que yo quisiera comentar.

-        La primera lectura, la palabra es caminar.  El pueblo hebreo camina, de la esclavitud a la plenitud, a la libertad.

-        La segunda palabra es compartir, la mesa, la Eucaristía.

-        Y la tercera es, lavar los pies.

Me gustaría que entrásemos en estas tres palabras que configuran esta liturgia.

Primero caminar.  Nuestra vida es caminar, queramos o no, tenemos que caminar, nuestra vida es camino, pero que importante para caminar es saber hacia dónde se dirige mi caminar, se dirige hacia la nada como el nihilismo, el ateísmo, después de la vida la nada, todo para nada.  Como camino además, ciertamente la vida está llena de momentos buenos, fabulosos, y de cruces, dificultades, de oscuridades.  Necesito caminar.  Y curiosamente para caminar el Señor instituye una comida, algo extraño. Hemos visto en esa primera lectura, 1200 años a. C., el pueblo judío estaba esclavizado en Egipto, vivía esclavo del faraón, y el Señor le ofrece una libertad.  Y para ello instituye la Eucaristía, con dos elementos, hay que comer un cordero, y hay que comer un pan sin levadura, con unas hierbas amargas, y dirá esta será la señal de que yo os acompaño en el camino, de que yo os sostengo en el camino, porque en último término si no somos ayudados no podemos caminar, nuestra vida es sostenida desde fuera, si no comemos nos morimos, si no somos amados nos morimos, si alguien no guía nuestros pasos nos desorientamos. El Señor planta una comida extraordinaria, le sienta a la mesa de la Santa cena, y ya es, sentarse a la mesa es compartir una vida, bien sabemos nosotros que compartir la mesa es más que comer, es compartir la vida, Jesús dice; “Yo quiero compartir la vida con vosotros, yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo, y mi carne es vida, y mi carne es eternidad, y mi carne es luz, para que puedas ver como caminar, y para que estés acompañado en ese camino, sostenido por mi amor”.  El cuerpo que se reparte y la sangre que se derrama.  La sangre en la Eucaristía, y en la escritura, bien sabéis que es signo de la vida.  Os acordáis de aquella mujer, la hemorroisa, que perdía flujos de sangre, esta diciendo que esa mujer pierde la vida.  La mujer es la humanidad que se desangra, si el Señor no le toca para que no pierda la vida, y por eso el Señor le toca, sino que dice; “Bebe mi vida, bebe con mi vida, vive con mi eternidad”.  Esa es la Santa cena.

Los discípulos todavía no se dan cuenta de lo que está ocurriendo allí; “Tomad esto es mi cuerpo, el cuerpo que se entrega, mi cuerpo que es verdadera comida, mi cuerpo que es alimento de eternidad, y bebe la sangre que voy a derramar por ti, que te la voy a dar a ti, para que no te desangres, para que no quedes herido en la cuneta, para que vivas con mi vida, y además estoy con vosotros hasta el fin del mundo, me quedo en medio de vosotros en los sacramentos, me quedo en medio de vosotros en la Eucaristía”.  Pero esa comida nos remite a un amor, por eso San Juan no relata la Eucaristía en su Evangelio, San Juan relata el lavatorio de los pies, que no relatan los demás evangelistas, sentado a la mesa Jesús hace un gesto propio de los esclavos.  Los señores en la mentalidad judía vivían en casa con sus sandalias, los siervos iban descalzos, y antes de las comidas solemnes los siervos lavaban los pies a los señores.  Pedro no entiende algo tan rompedor, tú lavarme los pies a mí, tú el Maestro y Señor lavarme a mí los pies, y Jesús le dice; “Pedro ahora no lo entiendes, porque no vas a entender ni siquiera la Cruz, te vas a escandalizar con la Cruz, vas a huir de la Cruz, no vas a entender que mi amor es entregar la vida, y mi amor es ser esclavo, lavar los pies”.

Nuestro mundo de hoy habla mucho de amor, pero lo confunde con sentimientos, con emotivismo, sin darse cuenta que amar es entregar, entregar la vida, lavar los pies, dar el cuerpo y la sangre.  Por eso le dice; “Lo entenderás después, pero si no te lavo los pies no tienes nada que ver conmigo, no eres de los míos, porque yo os estoy enseñando a amar de un modo nuevo, estoy enseñando a que os améis unos a otros, a que os cuidéis los unos de los otros, a que compartáis la misma mesa, porque si no os amáis no podéis caminar, porque si no os perdonáis y os lavéis los pies vuestra vida será un infierno, porque lo que yo hago con vosotros, yo sostendré con mi alimento para que lo hagáis los unos a los otros”.  El Señor en el lavatorio de los pies nos enseña a servir, nos enseña a amar.

Recuerdo que los apóstoles pedían a Jesús, Señor enséñanos a orar, y les enseño el Padre Nuestro.  Yo diría esta tarde; Señor enséñame a amar, enséñame a lavar los pies, enséñame a compartir y dar mi vida, enséñame a hacer una mesa generosa, donde todos nos encontremos como hermanos, enséñame de este modo para que yo pueda caminar hacia una plenitud y una eternidad.

Y esto es lo que le pedimos al Señor esta tarde en la Santa Cena.  Él nos va a lavar una vez más los pies, yo lo voy a hacer hoy de modo simbólico con ocho personas, pero que cada uno se vea descalzado por el Señor.  El Señor a nuestros pies, el Señor lavándome los pies, el Señor invitándome a su mesa, donde me da su cuerpo, su sangre, su vida, para que yo pueda caminar bien, para que pueda caminar hacia la eternidad y hacia la plenitud.

Lo pedimos así esta tarde al Señor por la intercesión de la Virgen María.   Que así sea.


X Mario Iceta Gabicagogeascoa
Obispo de Bilbao







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