martes, 9 de junio de 2020

Homilía de D. Mario con motivo de la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote


FIESTA DE JESUCRISTO SUMO Y ETERNO SACERDOTE

 

Muy queridos hermanos y hermanas.

 

Hemos visto que Jesús ha entrado en el huerto que se llama Getsemaní, ya el nombre nos dice mucho, prensa de aceite, es decir el lugar donde el Ungido va a ser prensado, el Ungido, el Cristox, prensa de aceite, Getsemaní, el lugar donde va a ser prensado, donde va a asumir sobre si todos los sufrimientos.  Y os ha dicho Jesús; “Velad y orad para no caer en la tentación”.  Si os acordáis en el inicio del ministerio público a Jesús se le presentan tres tentaciones, y dice el evangelista que el demonio se retiró hasta su hora, esta es la hora, hasta que el Señor vuelve a plantarse ante Satanás y ante el mal.  Y cuando el habla del Buen Pastor también nos da una clave muy importante, porque Él dice; “Mirad a mí no me quitan toda la vida”, es decir la pasión no es un cúmulo de circunstancias impersonales donde uno se mete y no sabe cómo termina, dice; “No, a mi no me arrancan la vida, yo entrego la vida”, y por eso aparece este diálogo tan tremendo, Jesús entra en la prensa de aceite para ser prensado, entra con los discípulos más cercanos, que importante es entrar en el dolor acompañado, pero al final Él tiene que separarse unos pasos, porque en el fondo el dolor lo asumes solo.  Todos somos conscientes cuando llega el momento de dificultad en nuestra vida, aunque estemos acompañados y nos hace tanto bien estar acompañados, al final es uno solo el que se presenta ante la dificultad, aunque luego un ángel lo pueda acompañar, como diría la versión de San Lucas; “Se presenta el Señor”, y dice algo tan importante; “Padre pase de mí este cáliz, no se haga mi voluntad, sino la tuya”.  La voluntad del Señor cuál es, no entrar en la pasión, quien corta este tema es San Máximo el Confesor que dice; “Según la naturaleza de Jesús, Dios verdadero y hombre verdadero, quien quiere entrar el dolor, a quien le gusta el dolor, su humanidad le repulsa el dolor, pase de mí este cáliz si puede hacerse de otra manera, porque te amo estoy dispuesto a asumirlo, todo lo que me caiga, por amor”.

En la carta Pastoral conjunta que hemos hecho los Obispos sobre Bienaventuranzas en tiempos de Pandemia, hablábamos de la palabra sacrificio, sacrificio es precisamente el sufrimiento, el mal que se acoge por amor.  Los padres, nuestros padres cuanto se han sacrificado por nosotros, cuánto trabajo duro, cuantas estrecheces, cuantos problemas han asumido por amor a nosotros, hoy entenderemos el amor de Jesús, aunque Él como hombre verdadero le repugna el dolor, es capaz de asumirlo por amor.  Y por eso cuando llegan los discípulos no dice vamos a esperar que vengan a por nosotros, levantaos vámonos a la pasión, vamos a la pasión, el Señor no se retrae en la pasión la asume, no se haga mi voluntad sino la tuya, y es que la voluntad del Padre era la muerte de su Hijo; no, que padre va a querer la muerte de su hijo, no es la voluntad del Padre que su Hijo muera, la voluntad del Padre es precisamente su amor y su fidelidad por amor a nosotros, que sea capaz de restaurar, aunque le cueste, porque el Padre ve a su Hijo sufriendo de esa manera lo que nosotros hemos roto, lo que nosotros hemos defraudado.  Y por eso yo diría que el acto fundamental de la pasión es la lucha de la voluntad del Señor, la cruz va a ser la consecuencia de lo que ocurre en Getsemaní, es allí donde se debate el bien y el mal, es donde Satanás planta cara a Cristo, y le ofrece seguramente las mismas tentaciones que en el desierto, si eres hijo de Dios haz un milagro en la cruz, escapa de esto, envía a tus ángeles; San Pedro pensaba que era así, saco la espada para cortar la oreja a Malco, y Jesús le dice; “No, mi reinado es de otro modo, es el reinado del amor, de la misericordia, de la humildad, de la sencillez, de la mansedumbre. Estos días cuando os hacíamos esta carta pastoral de bienaventuranzas, que en el fondo no las entendemos bien, porque son paradójicas, bienaventurados los pobres, los humildes, los que lloran, los que tienen hambre; oiga déjeme de historias, bienaventurado el rico, el que tiene el estómago lleno, el que tiene de todo, es un tema paradójico, bienaventurados estos porque serán llamados hijos de Dios, porque heredaran la tierra, porque serán llamados misericordiosos. Y como lo podemos entender, porque precisamente quien vive las bienaventuranzas es Cristo, el Señor, Él es el pobre de espíritu, Él es el manso, Él es el pacífico, Él es el perseguido por el reino de los cielos, y con Él somos capaces de penetrar en las bienaventuranzas.  Y de este modo entendemos como Cristo es Sacerdote, porque por supuesto que Cristo no era sacerdote al modo de los fariseos, de los levitas, claro que no; es un sacerdocio nuevo, Verdadero Único Sacerdote, solo Él es el Sacerdote, porque une en su persona a las dos naturalezas la divinidad y la humanidad, puente perfecto para llegar a Dios a través de la propia humanidad, a través del velo de su carne, como dice la carta a los hebreos; “A través del cuerpo que se ofrece y que se entrega”.

 

Hoy que celebramos el día de los sacerdotes, yo quisiera traer a vuestra consideración simplemente cuatro palabras.  La congregación para el clero nos ha remitido un mensaje para el día de la santificación de los sacerdotes, que es el día del Sagrado Corazón, y nos dice que recordemos a los sacerdotes las palabras que el Papa escribió a los sacerdotes el año pasado, si os acordáis eran cuatro palabras, las palabras eran: dolor, gratitud, ánimo y alabanza. Yo quisiera simplemente una breve frase de cada una, que el Papa nos dirige a todos:

 

Dolor. En estos tiempos de pandemia hemos experimentado el dolor del pueblo, hemos experimentado el dolor de la muerte, de la separación, y experimentamos ahora el dolor de la pobreza, de la falta de trabajo, de la angustia ante el futuro, llamados a compartir el dolor del pueblo. Agradeceros porque habéis compartido y compartís el dolor de nuestro pueblo, lo queremos asumir como Cristo el Señor.

 

Gratitud. Sabemos que la vocación que hemos recibido no es una elección nuestra, alguien nos ha elegido; “No sois vosotros los que me habéis elegido soy yo quien os he elegido, yo os he elegido y os he enviado para que deis fruto”.  Un día pronunciamos un sí, que nació y creció en el seno de una comunidad cristiana, de la mano de esos santos que llama el Papa, de la puerta de al lado, que nos mostraron con fe sencilla, que valía la pena entregar todo por el Señor y su reino, y hermanos, sigue valiendo la pena entregarlo todo por el Señor y su reino.  Este servicio de gratitud lo hemos ofrecido en la Eucaristía por los hermanos que han fallecido, su vida siempre ha sido un don para nosotros.

 

Ánimo.  Que nuestro ánimo sacerdotal es fruto de la acción del Espíritu Santo.  Y el Papa dice que para tener ánimo no podemos desvincular las dos vinculaciones fundamentales, una, la identidad con Cristo, Cristo Jesús que nos llamó para estar con Él, para identificarnos con Él y para enviarnos a predicar; y la segunda vinculación, el vínculo con nuestro pueblo, no aislarlos de la gente y de sus comunidades, menos aún, no enclaustrarnos en grupos cerrados, que no tiene comunicación con lo que es el pueblo Santo de Dios, que camina en medio de las dificultades, de las esperanzas, de las promesas.

 

Alabanza. La palabra de María por excelencia; “Proclama mi alma la grandeza del Señor”.  Es imposible hablar de gratitud y ánimo sin contemplar a María, dejemos que sea la gratitud la que despierte esta alabanza a Diós, hoy de modo particular los hermanos que celebran sus aniversarios, y nos animen una vez más en la misión de ungir a nuestros hermanos, con oleo de alegría, con óleo de esperanza, a testimoniar la compasión y la misericordia que solo Jesús nos puede regalar.

 

Que estas palabras; gratitud, ánimo, alabanza, sean las que siempre caractericen nuestra vida y nuestro testimonio.

 

Que así sea

 

X Mario Iceta Gabicagogeascoa

Obispo de Bilbao

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